Los nacidos de nuevo, en el evangelio de Jesucristo, gozamos de una forma de vida encaminada y dirigida hacia la comunión continua con Dios y con nuestros hermanos de la nueva familia. Esto nos permitirá poder desarrollar con gozo la misión que se nos ha encomendado. Y buscaremos estar cimentados en la Roca inconmovible, que es Cristo, para mantenernos firmes en los tiempos de lluvia, vientos y tempestades. Que se traduce a la parte práctica como los momentos de crisis, aflicciones y adversidades en la vida.

Mientras estemos en este mundo, necesitaremos de la asistencia divina para enfrentarnos a los retos y situaciones cotidianas que buscan apartarnos de Dios. Uno de esos peligros más grandes es el amor al dinero, el cual es la raíz de todos los males. Guardemos nuestro corazón del amor al mundo y sus deseos; y vivamos en esa comunión con Dios que tiene promesas que dicen: “Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado. Confiad en Jehová perpetuamente, porque en Jehová el Señor está la fortaleza de los siglos” (Is. 26:3-4).

La búsqueda de la comunión con el Señor debe empezar en nosotros y con los de casa, pues Dios espera que vivamos este concepto familiar: “Yo y mi casa serviremos a Jehová”. Tomando en cuenta el peligro de no caer en los afanes por la comida, la bebida y el vestido. Leamos: “Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? (Mt. 6:25). En la comunión con Dios encontraremos que él es nuestro proveedor y ayudador, cuando buscamos primeramente su reino y su justicia.

La palabra de Dios, que es esa buena semilla, cae junto al camino, en los pedregales y entre espinos, pero no puede crecer ni dar fruto por la condición de esos lugares. Para que haya fruto, tenemos que morir a la comunión con el mundo y quedar como una buena tierra que reciba y alimente la semilla, esperando con fe para dar el fruto que el Señor espera de sus hijos. Y entonces habrá una producción a treinta, a sesenta y a ciento por uno. Todo sin afanes y con el amor a Dios y al prójimo que necesita entender la verdad.

El enemigo quiere apartarnos del verdadero conocimiento, para ofrecernos ser como Dios, buscando el deleite en el árbol de la ciencia de bien y de mal. En un mundo donde todo es pasajero y engañoso. Pero Dios a sus hijos nos advierte por su misericordia para ser salvos. Y por medio de nuestro Señor Jesucristo nos dice: “Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma? (Mt. 16:26).

          Esto nos lleva a pensar: ¿Qué busca la juventud en estos días? Lamentablemente muchos jóvenes sólo pueden ver el engaño del pecado y las vanas glorias del mundo, pero el Señor nos ofrece una mejor opción para nuestra alma, leamos: ¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia? Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados; y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia” (Ro. 6:16-18).

          Para tomar una decisión de cambio, necesitamos recibir la palabra, ponerla por obra y conocer y entender la doctrina que oímos. Entonces, seremos instrumentos útiles para el Señor. Y llevaremos con poder el mensaje de salvación y vida eterna al trabajo, a la universidad, al mundo, etc. Esa fue la experiencia del apóstol Pablo, quien nos dice: “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego” (Ro. 1:16). El cambio traerá la oposición o la burla de los enemigos de Dios, pero mayor es el que está en nosotros que el que está en el mundo.

Ante las crisis actuales, la violencia, la decadencia de la sociedad, la destrucción del medio ambiente y toda la degeneración del hombre, como pueblo de Dios confirmamos lo que ha sido escrito en su palabra. Y para nosotros es una oportunidad para buscar la comunión y la santificación. Y el Señor Jesús nos dice: “Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer” (Jn. 15:15).

          La comunión con Dios nos lleva a entender el mensaje de Salomón cuando nos dice: “Ahora, hijo mío, a más de esto, sé amonestado. No hay fin de hacer muchos libros; y el mucho estudio es fatiga de la carne. El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre. Porque Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala” (Ec. 12:12-14).

          Dios es luz y es vida, y necesitamos de él para vivir en su voluntad. Por ello nos recomienda la palabra: “…pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Jn. 1:7). Amados hermanos, estas cosas las escribimos, para que nuestro gozo sea cumplido. Que Dios les bendiga. Amén.