Vivimos en este mundo temporal, en donde cada uno de nosotros estamos en una escuela de enseñanza y experiencia integral. Además, somos formados, capacitados y probados en el trayecto de toda nuestra existencia, para llegar a un fin bendito, dentro de un plan divino, maravilloso e inteligente. Y aunque tal vez no lo conocemos ni lo entendemos en toda su dimensión, sí reconocemos íntimamente, mediante el conocimiento de las Escrituras y la revelación del Espíritu Santo, que obedece al amor de Dios.

Todo esto para alcanzar una herencia incorruptible para el hombre, su criatura, obra de sus manos, llena de expectativas de eternidad con él y en él. Esto pareciera místico, poético o utópico, sin embargo, así son los misterios de Dios, el cual en su soberanía y omnisciencia no da cuenta de sus obras, las cuales son eternamente perfectas, con propósitos de bien y no de mal.

Veamos entonces que, dentro de toda esta formación vivencial de perfeccionamiento, es necesario y más bien indispensable, pasar y padecer diversidad de pruebas. Y muchas de ellas se vuelven casi intolerables e incomprensibles a la mente, ante el dolor físico o psíquico. Dependiendo de su intensidad y circunstancia. Esto puede llevar a la turbación, frustración y desubicación de los verdaderos propósitos de aquello que ¡allí está y persiste! ¡Y tal vez tarda en pasar y no desvanece! Pero… ¿Por qué? ¿Para qué?

Pues entre otras cosas, ser pasados por el crisol de la adversidad, la aflicción y el dolor, será para aprender a depender absolutamente en Dios. Para obedecer, entender sus leyes y guardar sus mandamientos. Para ser purificados como el oro que pasa siete veces por el fuego. Para entender el dolor ajeno y aprender: “misericordia quiero y no sacrificio”. Leamos: “Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe produce paciencia. Mas tenga la paciencia su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna” (Stg. 1:2-4).

Este proceso divino en nuestra vida podría parecer innecesario por el dolor que implica. Sin embargo, hay un ser interno, tal vez invisible, que mediante esta obra va tomando forma y figura, una «imagen espiritual» como una obra de restauración y crecimiento, leamos: “Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria; no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas” (2 Co. 4:16-18). Léase también en el capítulo 5:1-4.

Comprender lo espiritual es complejo y además imposible sin el nuevo nacimiento, el cual significa una comprensión diferente y un razonamiento mediante una ciencia divina. De allí, la importancia de la búsqueda incansable que debe de haber en cada uno de nosotros, para asimilar esta dolorosa metamorfosis que en su momento será evidenciada. Y mientras esto sucede, debemos sobrellevar juntos las pruebas con amor y misericordia; ya que para cada uno llegará su momento personal de angustia, dolor y perfeccionamiento. Porque en esta naturaleza física y pecaminosa, será imposible heredar las promesas eternas. ¡Hay que morir!

Hasta el momento hemos hablado de lo necesario de sobrellevar las pruebas formativas y evolutivas, en el desarrollo de una nueva criatura. Sin embargo, hoy quiero enfatizar en la importancia de comprender que todos «los redimidos por la sangre de Cristo» no somos seres extraordinarios ni superhéroes. Somos simples seres creados, que en medio de la prueba sufrimos flaqueza, debilidad, duda y aun desfallecimiento. Y es precisamente, en donde debemos de entender la necesidad de sobrellevar las cargas en amor, los unos a los otros.

¿Y qué significa esto? Pues que en la prueba y el dolor todo parece nebuloso e incierto; puede haber ansiedades y soledad. Y es allí, en donde nuestro accionar puede cambiar la perspectiva de un momento difícil, en cuanto a que se sienta de verdad el amor, el apoyo, sentir que no estamos solos, que somos importantes para alguien, que hay una palabra de aliento, un abrazo sincero, un detalle, un sentimiento y un tiempo dedicado.

Al decir esto, no sólo hablo de una intercesión espiritual, que es quizá lo más importante, sino también de algo palpable. Algo tal vez humano, que llene un espacio; y así la prueba será más fácil, más llevadera. Esto, por supuesto, sin desvirtuar el beneficio de todo el proceder divino, sabiendo que: “…a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Ro. 8:28). El mismo Señor Jesús en sus momentos difíciles pidió a sus discípulos que oraran con él. También el apóstol Pablo solicitó oración e intercesiones por los hermanos. Y Elías recibió asistencia material.

Pero consideremos esto tan enfático de parte de Dios, ya que en aquel día final, también el Señor demandará con juicio, de la atención a los demás así: “Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis (…) Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis” (Mt. 25:42-45).

Amados hermanos, sé que muchos mantienen este principio, pero aún puede ser perfeccionado este don en cada uno, ya que sabemos que el misericordioso será el que alcance misericordia. Fiel ha sido Dios, quien en medio de la prueba consuela nuestras vidas y nos bendice con amor eterno, el cual se siente de parte de él mismo y de cada enviado para consolación de nuestras almas. ¡Ánimo iglesia! Sigamos adelante, fiel es Dios. Amén y Amén.