La iglesia “Ágape”, hoy “Avivando La Fe”, se inició con cinco jóvenes hace cuarenta y tres años. Gracias al Señor, se tienen reuniones en treinta y siete comunidades de Guatemala; más seis grupos formales en Estados Unidos; tres en el sur de México; uno en San Pedro Sula, Honduras; y uno en Soyapango, El Salvador. Y la palabra, por diferentes medios, sigue llegando hasta otros países como Canadá, Belice, Costa Rica y Colombia.

En Guatemala se estima que el 50% de la población son evangélicos. Pero recordemos que: “…muchos son llamados, y pocos escogidos” (Mt. 22:14). Y los escogidos seguirán el camino de la negación a la carne, llevando la cruz cada día. Esa cruz que el Señor da a sus discípulos. Porque el que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida, siguiendo al Señor, la hallará. ¿Y de qué le sirve al hombre ganar el mundo y perder su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?

Todo esto resulta una locura para el hombre en su razonamiento humano, sobre todo cuando nos apartamos por buscar tener y ser más que los demás. Pero a los escogidos el Señor nos muestra un camino mejor, leamos: “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tú Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuanto te levantes” (Dt. 6:4-7).

Este mandato fue cumplido por Moisés para llevar a Israel a Canaán, y luego le delegó este trabajo a Josué, quien entendió que también era un escogido dentro del pueblo de Israel, diciendo “…yo y mi casa serviremos a Jehová” (Jos. 24:15).

Los escogidos debemos oír y hacer la palabra de Dios, para ser libres de la carne que es débil y del mundo que está bajo el maligno. Entendamos el siguiente pasaje: Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón” (He. 4:12).

Oigamos la palabra, escudriñémosla, para amar y servir a Dios mientras estemos en el mundo. Cuando no se conoce la verdad, el hombre mata, roba y destruye, pero mantiene miedo y pánico a la muerte. Pero al oír y obedecer la palabra, encontramos respuesta en la angustia y cuando clamamos con necesidad y humildad, recibimos la presencia de Dios para el inicio de la nueva vida. Entendiendo que Cristo murió y resucitó para darnos una oportunidad.

Y en esa oportunidad estamos en espera de la venida del Señor, leamos: “Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Ts. 4:16-17).

Pablo y Silas en la sinagoga de Berea dijeron: Y estos eran más nobles que los que estaban en Tesalónica, pues recibieron a palabra con toda solicitud, escudriñando cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así” (Hch. 17:11).

          Si leemos la palabra para ser pacientes y tener la consolación que el Señor ofreció a sus discípulos, Pablo dice: “Porque ni aun Cristo se agradó a sí mismo; antes bien, como está escrito: Los vituperios de los que te vituperaban, cayeron sobre mí. Porque las cosas que se escribieron antes, para nuestra enseñanza se escribieron, a fin de que por la paciencia y la consolación de las Escrituras, tengamos esperanza” (Ro. 15:3-4).

El Señor nos dice que en donde dos o tres se reúnen en su nombre, ahí estará él. Gracias Señor porque en casa, con la familia, tú nos hablas, nos enseñas para hacer tu obra y vivir con fe. Y podemos seguir en esa relación con el Señor cuando vamos a la iglesia o al trabajo, con paz y con gozo, como resultado de la edificación que recibimos todos los días en el hogar, por la palabra de Dios.

Y mientras el Señor viene o nos llama a su presencia, busquémosle en oración, escudriñemos la palabra, para que con el Espíritu Santo nos mantengamos ayudando a los necesitados. Leamos: Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber, fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí” (Mt. 25:34-36).

Amados hermanos: “Vestíos, pues, como escogidos de Dios, santos y amados, de entrañable misericordia, de benignidad, de humildad, de mansedumbre, de paciencia…” (Col. 3:12). Que el Señor nos ayude a formar parte de los escogidos. Que Dios les bendiga. Amén.