La profundidad de la verdad contenida en la palabra de Dios, la Biblia, es incuestionable, aunque existan escépticos que la nieguen. Han pasado generaciones de generaciones, imperios, reinos, épocas, dinastías milenarias, muchísimas culturas antiguas que han dejado su huella en la arqueología mundial. Sólo hay de ellos vestigios arqueológicos y nada más; se han esfumado y ya no existen.

Pero le guste o no, a quien sea, la palabra de Dios no ha cambiado ni cambiará su contenido doctrinal y escatológico o profético, hasta que se cumpla el propósito por el cual Dios la envió. Leamos: “Porque: Toda carne es como hierba, Y toda la gloria del hombre como flor de la hierba. La hierba se seca, y la flor se cae; Mas la palabra del Señor permanece para siempre. Y esta es la palabra que por el evangelio os ha sido anunciada” (1 P. 1:24-25).

Mis amados hermanos, no erremos. Las sentencias bíblicas contra el pecado y sus mortales consecuencias no son bromas ni ocurrencias humanas. Son las advertencias divinas para toda la humanidad, sin distingos de raza, lengua o nación. Es la voluntad de Dios para con los hombres nacidos de mujer y descendientes de Adán, el primer hombre. Y nos las dejó para dar la oportunidad de alcanzar la libertad del pecado y juntamente la salvación mediante el evangelio de Cristo Jesús.

Los mandamientos del Señor son eternos y por lo tanto, inmutables; y es un gravísimo error ignorarlos o quebrantarlos. El profeta Isaías dice: Sécase la hierba, marchítase la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre” (Is. 40:8). Estos versículos nos ilustran de una manera muy hermosa y sencilla de interpretar, lo frágil y efímeras que son las cosas del mundo. Y aunque estén rodeadas de belleza y esplendor, no permanecen mucho tiempo. Al igual que la belleza de una flor o la hierba son pasajeras y sólo quedan recuerdos grabados, tal vez, en una foto o en una pintura.

Exactamente así sucedió con el esplendor de Babilonia y su influencia; así sucedió con el imperio medo-persa; también con el imperio griego; y el imperio romano. Me pregunto: ¿Dónde está esa gloria y poderío, que en su momento de mayor poder y esplendor les hacían parecer invencibles? ¿Dónde está su soberbia y jactancia? Desaparecieron. Y que conste, que algunos de estos imperios permanecieron siglos, ejerciendo su poder sobre los pueblos conquistados por ellos. Pero ya no están, se los tragó el tiempo y desaparecieron.

Hablando el Señor Jesús sobre la inmutabilidad de la palabra de Dios, dijo: “Pero más fácil es que pasen el cielo y la tierra, que se frustre (deje de existir o cumplirse) una tilde de la ley” (Lc. 16:17). En el evangelio de San Mateo encontramos estas palabras dichas por el Señor Jesús: “No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni una tilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido” (Mt. 5:17-18).

         En este pasaje, el Señor Jesucristo usa una manera de legitimar una tremenda afirmación, dándole el carácter de sentencia divina, al decir: “Porque de cierto os digo”. Es la primera vez que el Señor usaba esta sentencia y quería darle el peso tremendo que sus palabras contenían. Y ese peso de gloria y autoridad no ha cambiado. Sus palabras siguen teniendo la misma vigencia el día de hoy, como cuando fueron dichas hace dos mil años atrás. Su contenido y poder no han cambiado. Al decir: “Ni una jota ni una tilde”, habla de lo exacto, preciso y minucioso de su cumplimiento. Por muy pequeño que parezca el mandamiento, éste tiene el peso de inmutabilidad y certeza divina.

Existe en el tiempo presente mucho manoseo de los mandamientos de Dios, por falsos predicadores, falsos profetas, falsos maestros, falsos pastores, falsos evangelistas y supuestos apóstoles. Quienes lo único que han logrado es restarle, en el corazón de los ignorantes de la palabra de Dios, valor a los mandamientos contenidos en el evangelio de Cristo. Y se atreven a tergiversar su contenido, de manera tendenciosa y antojadiza, tratando de confundir sutilmente a los hombres, leamos: “Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas” (2 Ti. 4:3-4).

         Vamos a parafrasear  este pasaje: el apóstol advierte que vendrá tiempo cuando los creyentes no escucharán la sana doctrina que nos impulsa a una vida de negación, por amor a Cristo Jesús. Sino que sólo tendrán comezón de oír, pero no están dispuestos a obedecer las demandas de Dios contenidas en su palabra. Y el diablo en su astucia, les manda montones de maestros que satisfarán sus caprichos carnales, dentro de un ámbito de tolerancia mundanal y espiritual, prometiéndoles una salvación engañosa y fantasiosa.

De esta manera los alejan de la verdad y los meten a un mundo de ilusiones espirituales, fundamentadas en verdaderas fábulas, cuentos y leyendas, y no en la palabra verdadera de Dios. El apóstol Pablo le aconseja a su amado discípulo Timoteo: “Desecha las fábulas profanas y de viejas. Ejercítate para la piedad…” (1 Ti. 4:7).

Sí, mi amado hermano, busca la verdad, ejercítate en ella y encontrarás la paz y el reposo de tu alma sedienta de la verdad. Que Dios te bendiga. Amén.