Amados lectores, amigos y hermanos: Qué importante es analizar nuestro entorno de vida, que al final, es el único que conocemos. Paradójico o no, somos y conocemos de acuerdo a lo que vemos, oímos, palpamos y disfrutamos. Y aunque esto parezca lo más real, es ni más ni menos, una apreciación objetiva, pero de acuerdo a parámetros humanos, eminentemente materialistas. Estos, aunque evidenciables, todos son perecederos o temporales. Y aparentemente llenan una expectativa perfecta de felicidad y seguridad, pero al final siempre terminará en frustración parcial o total.

La belleza de un óleo, la perfección de un galopante corcel, la exuberancia de una edificación o una ciudad, una bella flor, etc. Así mismo el ser humano: nace, crece, se reproduce, y por más hábil, bello, sabio, de gran estirpe o no, termina su existencia ante la inexorable realidad de la muerte. Leamos: “Vanidad de vanidades, dijo el Predicador; vanidad de vanidades, todo es vanidad. ¿Qué provecho tiene el hombre de todo su trabajo con que se afana debajo del sol? Generación va, y generación viene; mas la tierra siempre permanece” (Ec. 1:2-4).

Analicemos entonces, qué es lo original. Pues obviamente, todo lo creado de parte de Dios, como todo aquello químico o biológico natural. Sin embargo, el Creador, a cada una de sus obras perfectas, les dio ciclos y tiempos de vida. Y aunque fueron alteradas a causa del pecado del hombre, siguen siempre los lineamientos y legislación natural. Recordemos que la misma tierra recibió maldición, por lo cual gime. Leamos: “Porque la creación fue sujetada a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque también la creación misma será libertada (…) Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora…” (Ro. 8:20-22).

Recordemos ahora, aquel evento que marca un antes y un después; éste es precisamente el pecado. Ya que al inicio, en Edén, la pureza, la inocencia y principalmente la presencia real de Dios mismo, daban como resultado una armonía y equilibrio en un entorno de la naturaleza, en la plenitud de su propia manifestación. Entonces, sólo consideremos: en este contexto natural son incongruentes las casas, edificaciones, mucho menos la idea de ciudades.

Sin embargo, luego de la caída, ya fuera de Edén y sin cobertura, el hombre inicia una carrera a sus propias expensas e inicia la construcción de casas y ciudades. Tal es el caso de Nimrod, “el primer poderoso en la tierra”, quien pretende llegar al cielo, mediante una edificación humana y material: “la torre de Babel“, leamos: “Y se dijeron unos a otros: Vamos, hagamos ladrillo y cozámoslo con fuego. Y les sirvió el ladrillo en lugar de piedra, y el asfalto en lugar de mezcla. Y dijeron: Vamos, edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, por si fuéremos esparcidos sobre la faz de toda la tierra” (Gn. 11:3-4).

Si partimos de estos principios, el hombre inicia, por sí mismo, la destrucción de la naturaleza y todos los recursos naturales, que aparentan una prosperidad. Pero de aquí en adelante, este ser pecaminoso imprime sus ideas e ideales al crear y edificar “su propio mundo”. Y mediante un espíritu concupiscente, forma un entorno dirigido al placer y la molicie. Y mediante el culto a la vanidad y al vientre, promueve verdaderas ciudades y refugios del placer como: Las Vegas; parques de atracciones familiares como Disney; lugares de fantasía como Hollywood; grandes cruceros como ciudades flotantes, hasta con más de cinco mil personas a bordo; edificios en Kuwait y Dubai, de cientos de niveles, como elevadas ciudades dedicadas directamente al placer.

Creo, fehacientemente, que esto no es el proyecto divino original. Sino que es más bien un perfecto distractor, para que el hombre cada día más y más se aleje de la percepción de lo eterno. Del concepto del amor de Dios y sus principios y valores. Esto es andar en “la vanidad de la mente”. Y bajo esa perspectiva, el hombre finalmente será condenado al fuego eterno preparado para Satanás y sus seguidores.

Sin embargo, Dios en su infinito amor y misericordia, nos muestra mediante la vida de Jesucristo y la revelación de su palabra, que todo lo existente será destruido. Y que es necesario renunciar a las vanidades y escapar cada quien por su propia vida. Leamos: “Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas” (2 P. 3:10).

Amado hermano, por todo esto es necesario que diligentemente atendamos a la profecía y la palabra que da entendimiento, bajo la idea de que hemos sido llamados a escapar de esta perversa generación. Y que por medio de la fe en Cristo Jesús, seamos arrebatados de nuestra vana manera de vivir. Mediante las promesas de cielos nuevos y tierra nueva. Pues para esta creación ya no hay esperanza.

Y recordemos: «no podemos tener dos glorias juntas», ya que dice la Escritura que: “…todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará” (Mt. 16:25). Que Dios nos bendiga y nos guarde hasta el final de esta carrera. Así sea. Amén y Amén.