Esta es una expresión que define las características que identifican, no la conducta específica de una nación o pueblo sino más bien, la conducta humana en general. Es un espíritu que predomina en el hombre y que coincide con las palabras del Señor Jesús, cuando profetiza las señales que se darán, previo a su manifestación misteriosa y discreta que será: EL RAPTO DE LA IGLESIA (acontecimiento glorioso que se aproxima de manera inminente), ese pueblo amado por Dios y redimido por la bendita sangre de Jesús.

Este remanente que es un segmento de la humanidad, constituido por hombres de todas las razas, pueblos, lenguas y naciones de todo el mundo. Quienes valientemente han decidido aceptar el reto de Cristo Jesús, de renunciar a la conducta humana normal y manipulada por el mismo Satanás (generación del fin), y hacerse del lado de Jesucristo. Y constituirse de esta forma en un pueblo escogido, representativo de la voluntad de Dios para los hombres, expresada en su palabra.

Dios lo llama así: “Más vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable; vosotros que en otro tiempo no erais pueblo, pero que ahora sois pueblo de Dios; que en otro tiempo no habíais alcanzado misericordia, pero ahora habéis alcanzado misericordia” (1 P. 2:9-10).

Importante es comprender que “antes no éramos pueblo de Dios”, éramos miembros del tejido social humano que conforma a la humanidad y fuimos sacados de entre ellos para venir a ser “pueblo de Dios”. Cuando hablamos de la generación del fin, esta expresión abarca tanto la conducta del hombre en su desarrollo material, como en el desarrollo espiritual; tenga este hombre, conciencia de Dios o no.

Hay en las Sagradas Escrituras, un pasaje que habla de dos personajes que se manifestarán previo al rapto de la iglesia. Y que marcarán, de manera objetiva, la cercanía de ese maravilloso y esperado acontecimiento, leamos: “Nadie os engañe en ninguna manera; porque NO VENDRÁ sin que antes venga LA APOSTASÍA, y se manifieste EL HOMBRE DE PECADO, EL HIJO DE PERDICIÓN…” (2 Ts. 2:3). ¿Cuál es la importancia de comprender perfectamente este misterio bíblico?
Anteriormente expliqué, que la generación del fin es un espíritu que domina la conducta de los hombres. Entiéndase que tú puedes ser un creyente o no, y estar ministrado por alguno de estos dos “reguladores de conducta”, sin darte cuenta. Satanás es espíritu y tiene la capacidad de manipular tus sentimientos, tus emociones, tus gustos, tus tendencias en términos generales, leamos: “Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y estos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis” (Gá. 5:16-17).

Este, mi querido hermano, es el conflicto diario del creyente, lo bueno que quiere hacer tiene su resistencia en la carne, que lo estorba para que no haga lo bueno que quiere hacer, ayudándole el Espíritu de Dios para vencer las debilidades de la carne. Pero ¿qué pasa con aquel que no tiene el Espíritu Santo de Dios en él? Es fácil sacar la conclusión, pues hará totalmente los caprichos y deseos de su carne, arrastrándolo a una vida de pecado y perdición, pues no hay quien estorbe o resista los deseos de su carne.
Estas dos circunstancias son el origen de estos dos espíritus PRE-RAPTO, que la Biblia les llama: APOSTASÍA E HIJO DE PERDICIÓN. En otras palabras, la ausencia del Espíritu Santo en un creyente lo convierte peligrosamente en un apóstata; y la ausencia del Espíritu Santo en un hombre lo convierte en un hijo de perdición.

El apóstata
La palabra apostasía viene del griego que significa: “colocarse fuera de”. Entendiendo este principio, mi amado hermano, corremos un riesgo terrible cuando nos llamamos creyentes, pero en la práctica somos apóstatas. Debemos entender que el primer apóstata fue Satanás, quien estando en la misma presencia de Dios, se reveló a la voluntad divina y terminó haciendo la suya propia. No se sujetó a Dios, sino que se hizo rebelde y desobediente. Leamos: “Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios” (Ro. 8:6-8).

Cuando mi conducta se coloca fuera de la voluntad de Dios, en la práctica me constituyo en alguien que está resistiendo conscientemente a la voluntad de Dios y a la doctrina de Jesucristo su Hijo. ¿Estamos entendiendo, hermano, lo fácil que resulta convertirnos en apóstatas? Y pensar que esto es lo más común de ver en estos tiempos. Alguien dirá: siempre ha existido esto dentro de la iglesia. Sí, y tiene razón. Pero no en las dimensiones que ahora se está viendo. Iglesias multitudinarias, en todo el mundo, proclamando un evangelio contradictorio a la voluntad de Dios y al evangelio de Jesucristo.

Y con mucha tristeza tenemos que reconocer que dentro de nuestra propia congregación puede haber muchos que ya están siendo contaminados con ese espíritu de apostasía. ¿Serás tú uno de ellos? “…porque si vivís conforme a la carne, moriréis; más si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios” (Vs. 13-14).

Mi amado hermano en Cristo, que nuestro buen Dios nos dé oídos para oír y un corazón dispuesto a poner por obra su voluntad. ¡Llenemos nuestra lámpara de aceite! Amén.