En la vida cristiana, la pobreza es imitar la forma de vida que nos dejó nuestro Señor Jesucristo, quien nos dice: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”; él nació en un pesebre y cumplió su ministerio en la cruz para salvarnos de la condenación. La iglesia está creciendo y la palabra está corriendo, y como dicen las Escrituras, en el tiempo del fin, que es un tiempo peligroso, el amor se enfría y la fe se desvanece, veamos la razón de esto: “Porque se levantarán falsos Cristos, y falsos profetas, y harán grandes señales y prodigios, de tal manera que engañarán, si fuere posible, aun a los escogidos” (Mt. 24:24).

Estos falsos líderes se aprovechan de su autoridad y usan el nombre de una organización religiosa para hacer muchas obras. Pero sus frutos revelan el engaño de Satanás para los que no conocen ni entienden la verdad que nos da libertad. Pues la estrategia maligna promueve una superación únicamente material y terrenal, que nos alejará de Dios y su reino. El estudio académico, además de la profesión, busca la remuneración, evitando con ello la pobreza, que para el mundo es lamentable. Pero para los que buscamos a Dios, es la oportunidad de encontrar a nuestro proveedor, nuestro sanador y nuestro ayudador, en medio de las angustias, enfermedades y dificultades.

A los que buscan superación académica, técnica y económica, les comparto dos casos. El primer caso: Un joven dejó su comunidad, su familia y su iglesia, para estudiar y trabajar. A los dos años fue juzgado por su conducta seria y por el uso de su Biblia para no olvidar su religión. A los tres años cambió su conducta, tenía felicitaciones y su eficiencia académica lo llevó a la universidad, donde trabajó y estudió. Cerrando su carrera, un día antes de la graduación, murió por un accidente. Ante esto, la palabra nos dice: “Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mt. 24:13).

El segundo caso: Un pastor y maestro en un instituto Bíblico, daba los domingos un programa de radio para la juventud y fue movido a terminar su carrera universitaria. Pero la noche que hacía entrega de las invitaciones se accidentó y murió. La palabra nos dice: “Y él dijo: Antes bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan” (Lc. 11:28).

         Ambos casos muestran que, además del deseo de la superación intelectual, sin duda está el amor al dinero, que es la raíz de TODOS LOS MALES. Dios les dice: Bienaventurados y dichosos, a los que oyen la palabra de Dios; y agrega a los creyentes, que para crecer en la fe que vence al mundo, debemos escudriñar las Escrituras. Apocalipsis nos dice: “Bienaventurado el que lee, y los que oyen las palabras de esta profecía, y guardan las cosas en ella escritas; porque el tiempo está cerca” (Ap. 1:3).

         El pueblo de Israel, después de su libertad, fue llevado por Moisés durante cuarenta años al desierto para aprender a obedecer y a buscar la guianza y dependencia de Dios. Leamos: “Y te afligió, y te hizo tener hambre, y te sustentó con maná, comida que no conocías tú, ni tus padres la habían conocido, para hacerte saber que no sólo de pan vivirá el hombre, mas de todo lo que sale de la boca de Jehová vivirá el hombre” (Dt. 8:3). Salomón entendió esto y nos aconseja: “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová; Los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza” (Pr. 1:7).

         El hombre sin Dios puede tener reconocimientos, dinero y fama, pero siempre tendrá miedo y ansiedad ante todo lo que ve y experimenta en el mundo. Y buscando una solución, le dará gusto a su carne y a la vista, por medio de los deleites y placeres, que sólo agobiarán más el alma. Y todo esto es porque no se ha entendido la palabra del Señor que nos dice: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo” (Jn. 14:27). Jesús le dice a los pobres y a su iglesia: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt. 5:3). Y: “Bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios” (Lc. 6:20).

         A Saulo, un joven educado a los pies de Gamaliel, Dios lo detuvo en la persecución a los cristianos. Leamos: “…y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Él dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues…” (Hch. 9:4-5). Y después les comparte a los de Galacia, uno de los propósitos de su misión con los gentiles, leamos: “Solamente nos pidieron que nos acordásemos de los pobres; lo cual también procuré con diligencia hacer” (Gá. 2:10). Ya como una nueva criatura, lleno del Espíritu Santo, el apóstol Pablo nos dice: “…como entristecidos, mas siempre gozosos; como pobres, mas enriqueciendo a muchos; como no teniendo nada, mas poseyéndolo todo” (2 Co. 6:10).

Para los que hemos oído y creído al Dios de Abraham, Isaac y Jacob, el único Dios que el apóstol Pablo anuncia, se nos dice: “Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis enriquecidos” (2 Co. 8:9). Y leamos también: “Hermanos míos amados, oíd: ¿No ha elegido Dios a los pobres de este mundo, para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman?” (Stg. 2:5).

         Dios mío, ayúdanos a entender tu palabra y a seguir tu ejemplo para guiar a los niños y jóvenes, quienes deben nacer de nuevo y ser llenos del Espíritu Santo. Que Dios les bendiga. Amén.