Amados amigos, lectores y hermanos en Cristo. En estas líneas, con revelación espiritual, escudriñaremos mediante las Sagradas Escrituras lo importante que es salir de los esquemas religiosos. Esos que corresponden al pobre razonamiento humanista y de conveniencia, al creer que con sólo respirar, hablar, ver, oír, sentir, etc., con esto ya somos hijos de Dios; y además, merecedores de la vida eterna juntamente con Jesucristo en su reino venidero. Sin embargo, el pensamiento del Padre, manifiesto en su palabra, es sobre todo de un orden inteligente, de amor y misericordia, no sólo de ideas y pensamientos caprichosos; sino toda una gama de proyectos, acciones y eventos, que al final nos llevarán a una meta clara y segura.

El llegar a ser verdaderos hijos de Dios, es sólo por la promesa de la gracia que es en Cristo Jesús. Y solamente así, en esa gracia y fe, nos constituiremos, mediante la adopción, en hijos de Dios. Leamos: “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios; los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Jn. 1:12-13). Y además, leamos: “Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Jn. 3:6).

Estas dos referencias bíblicas serían suficientes para entender la «potestad o derecho» de ser hijos, como algo «adquirido», luego del nacimiento físico o biológico. Entendamos entonces que, según el Libro de Génesis, en la creación en general se incluyen a todas las especies de animales. Pero al referirse al hombre, habla de «criaturas», pero no dice «hijos de Dios», leamos: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Gn. 1:27).

Ahora, analicemos algunos razonamientos filosóficos. Si Dios hizo del hombre un ser creado o “criatura”, con características especiales de imagen y semejanza de él, entonces sería hijo. Adán, de todos modos, perdió voluntariamente toda semejanza espiritual por el pecado consumado por él y en él, juntamente con su mujer. Además, ellos sí tenían la capacidad procreativa o de multiplicación. Pero también con ellos se va iniciando toda una generación desobediente, perversa y malvada, contraria a toda voluntad divina. Leamos: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Ro. 5:12).

En esta afirmación, toda la generación humana después de ser procreada por Adán y Eva y su carnalidad, queda destituida de la gracia y herencia divina, ya que: “…los designios de la carne son enemistad contra Dios, porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden…” (Ro. 8:7).

El hombre, en la soberbia de no aceptar su error ni a Dios como Dios, inicia una carrera de sobrevivencia con sus propios proyectos y a sus propias instancias. Sin percatarse que detrás de toda aquella forma de vida, estaba una «verdadera trama satánica esclavizante», de la cual ningún ser humano sería capaz jamás de escapar. Ya que el maligno es quien toma las mentes y aun, mediante posesiones espirituales demoníacas, lleva a sus seguidores hasta la misma muerte física y eterna. A lo que dicen las Escrituras del maligno: “…que puso el mundo como un desierto, que asoló sus ciudades, que a sus presos nunca abrió la cárcel…” (Is. 14:17).

Además, dentro de toda esta estrategia satánica, puso en la mente del hombre la idea de las religiones, las cuales mediante obras y leyes, creadas e impuestas por hombres, pretenden constituirse en hijos verdaderos de Dios. Cosa que jamás será aceptada por Dios, ya que esto no procede de él. Y es que esa decisión y potestad, está sólo en el Padre y delegada a Jesucristo, quien mediante su sacrificio, muerte y resurrección, se constituye en nuestro hermano mayor y nosotros como consecuencia en hijos del mismo Padre, juntamente con él. ¡Misterio glorioso! Dado únicamente por amor en su sola potestad y beneplácito. ¡A él sea toda alabanza y honor, por siempre y para siempre!

Entonces, esto de «hijos» se da únicamente como resultado de la intervención divina, por el perdón de nuestros pecados y luego nacer del agua, mediante el arrepentimiento de estos. Y el nuevo nacimiento por medio del Espíritu Santo, el cual «con nosotros y en nosotros» abre la nueva expectativa de nuevas criaturas, mediante un engendramiento espiritual. Y a este nuevo ser, con toda convicción le podemos y nos podemos llamar: «verdaderos hijos de Dios» para gloria y alabanza de su nombre. Leamos: “…pues todos sois hijos de Dios POR LA FE EN CRISTO JESÚS…” (Gá. 3:26).

Amado hermano, qué hermoso es entender todas estas maravillas. Pero no sólo entenderlas, sino saber que como hijos, debemos permanecer y actuar como «verdaderos hijos», en amor, humildad, santidad, castidad, piedad, obediencia, obras espirituales, etc. No en disoluciones ni malos testimonios como viven los gentiles. Esperando esa corona incorruptible que es nuestra inmerecida herencia, pero que la recibimos con toda gratitud y amor. Así sea. Amén y Amén.