“Antes del quebrantamiento es la soberbia, Y antes de la caída la altivez de espíritu. Mejor es humillar el espíritu con los humildes Que repartir despojos con los soberbios” (Pr. 16:18-19).

Estos dos aspectos que, por cierto, son tan relevantes en la vida de todo ser humano, se hacen evidentes a lo largo de su vida terrenal. Y nadie es libre de llevarlos tatuados en su mente y en su corazón, y se hacen palpables en su diario vivir. ¿Quién en esta vida, no anhela triunfar o tener éxitos (exaltación) en las metas que se ha trazado? Esta es una aspiración normal y muchos, en su afán de alcanzarlos, son capaces de tomar decisiones atrevidas y arriesgadas. Y muchas veces no calculan los riesgos que a futuro vendrán.

Para ser prácticos en esto, ¿quién no quiere tener un estatus espiritual, económico y social muy estable (exaltación)? O en caso contrario, ¿quién quiere ser miserable, pobre, ciego y desnudo, cuyo destino es el infierno (humillación)? Bueno, mis queridos hermanos, hay dos clases de exaltación: la que proviene de Dios y la que el diablo da. Para entender estos dos orígenes, leamos lo siguiente: “Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra…” (Fil. 2:9-10).

          La exaltación de Dios, es un efecto de la justicia para con aquel creyente que se ha humillado voluntariamente a la voluntad de su Padre. Y lo exalta conforme a su poder y misericordia. Ese es el contexto de este pasaje de Filipenses, cuando se refiere al sacrificio de Cristo, en obediencia a Dios su Padre y en amor profundo por los hombres. Jesús no buscó su propia gloria, pero Dios en su justicia, sí se la dio, conforme él la merecía.

          ¿Cuál es la exaltación que el diablo da? Dentro de las terribles estrategias de engaño de Satanás, está la exaltación del hombre mismo. Es una de sus artimañas que mejor resultado ha tenido en estos actuales tiempos. Estimular el endiosamiento de sí mismo,  le ha resultado muy exitoso. Los mensajes que empoderan el humanismo y la repartición de gloria de hombres a hombres, le ha funcionado muy bien.

Y han sacado a Dios de sus mentes, atribuyendo el éxito a esfuerzo personal y no a la bendición de Dios, leamos: “Pues hablando palabras infladas y vanas, seducen con concupiscencias de la carne y disoluciones a los que verdaderamente habían huido de los que viven en error. Les prometen libertad, y son ellos mismos esclavos de corrupción…” (2 P. 2:18-19).

Observe cómo el diablo, con palabras vanas e infladas, quiere decir un lenguaje elegante y seductor y engañador al oído, seduce (conseguir, mediante engaños o halagos que una persona haga, una cosa). Y de esta forma atrae y engaña a las almas de los inconstantes; y los convence de seguir caminos que parecen rectos, pero su final es muerte eterna. Es tal el engaño, que les hacen creer que son mejor que otros o que son más espirituales, sin darse cuenta que están en el error. “Por sus frutos los conoceréis” dijo el Señor Jesús.

La humillación que Dios da a los hombres es esta: “Antes del quebrantamiento es la soberbia, Y antes de la caída la altivez de espíritu. Mejor es humillar el espíritu con los humildes Que repartir despojos con los soberbios” (Pr. 16:18-19). Este mensaje contiene una advertencia de misericordia tan grande, que hay que entenderlo en el Espíritu de Dios para asimilarlo. No importa cuán grande sea el estatus social, económico o cultural que tengas. Si tú eres alguien en quien Dios ha puesto sus ojos, de ahí te derriba Dios para enseñarte cuánto tienes que aprender en su camino y poder servirle.

Antes que David subiera al trono, Dios tuvo que tumbarlo y humillarlo. Antes que el apóstol Pablo fuera el sustituto de Judas, entre sus apóstoles, Dios tuvo que derribarlo a tierra y enseñarle cuánto tenía que padecer por causa del nombre de Jesús. Antes que Moisés fuera el libertador de Israel, Dios tuvo que meterlo al desierto antes de iniciar la obra liberadora, etc. Leamos: “Bueno me es haber sido humillado, Para que aprenda tus estatutos” (Sal. 119:71).

          Y, por último: la humillación que el diablo da al hombre, no es más que un engaño sutil. Satanás echa mano de la soberbia natural del hombre, y lo llena de fama, riquezas, conocimiento, honores, glorias vanas, etc. Y juntamente con todo esto, lo rodea de placeres, deleites, concupiscencias, etc. Sin darse cuenta el pobre ignorante que está metido en una prisión con rejas de oro. Y que está a merced de la voluntad de Satanás, y su alma vendida al pecado y su fin será el infierno eterno.

Mi amado hermano, teniendo conciencia de semejante realidad espiritual, creo que es importantísimo buscar la sabiduría que viene de lo alto, cuya única fuente es la unción del Santo Espíritu de Dios. No hay otro recurso; no es la religiosidad, sino la transformación que produce Jesucristo en nuestras vida, leamos: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mt 7:21).

Recordemos que: “por nuestras obras somos conocidos como buenos o malos, y esto determina nuestra condenación o salvación”. Que Dios nos llene de su Santo Espíritu y con su poder alcancemos esa condición de mansos y humildes de corazón, para ser objetos de su salvación eterna a través del sacrificio de Jesús. Dios les bendiga. Amén.