Quiero iniciar esta reflexión, haciendo referencia a las últimas dos cartas publicadas recientemente. La primera nos hablaba de no conformarnos a este mundo, sino más bien a ser transformados en nuevas criaturas, preparados para presentar defensa acerca de nuestra fe. La segunda nos hacía referencia a ese milagro en el que, mediante la reconciliación con Dios, se logra la recuperación de su Espíritu e identidad.

Hoy el Espíritu Santo nos quiere llevar a entender, que por medio de la renovación de nuestro entendimiento podamos comprobar que por sobre toda voluntad humana, debe de prevalecer la “buena voluntad de Dios”. Leamos: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Ro. 12:2). Note cómo la voluntad de Dios no sólo es buena, sino además es agradable y perfecta.

Este milagro permitirá redimirnos, al someter con humildad nuestra voluntad (libre albedrío) a la buena voluntad de Dios, quien como el único Padre bueno tendrá lo mejor para sus hijos. El profeta Jeremías, animando al pueblo de Israel que estaba en la cautividad de Babilonia le dice: “Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis” (Jer. 29:11). ¡Qué maravilloso! ¿Comprendes mi amado hermano? Los pensamientos de Dios para los suyos son de paz y no de mal.

Por medio de esta reflexión hago alusión a lo que muchos de nuestros hermanos hoy están padeciendo. Enfermedades que te tienen hoy postrado, padeciendo en tu carne. Con luchas en tu mente y quizás con la incertidumbre de lo que pueda venir hoy, mañana o algún día. Para ti también, que has perdido a un ser querido con quien conviviste por años. Y que esa herida sigue abierta. Y sigues derramando lágrimas en silencio para sanar, pensando en por qué Dios así lo ha permitido. Asimismo las luchas que todos llevamos a diario, buscando la fe y la pureza del evangelio vivido y enseñado por nuestro Señor Jesucristo.

Cualquiera que sea tu prueba, hoy Dios nos llama a “DAR GRACIAS” de corazón. Leamos: “Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para con vosotros en Cristo Jesús” (1 Ts. 5:18). Y sabiendo también: “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse (…) Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados” (Ro. 8:18 y 28).

Este es el fruto del milagro del nuevo nacimiento, en el cual Dios nos ayuda a comprobar que su voluntad siempre será buena, agradable y perfecta. Dios no se equivoca. Meditemos en ese plan maravilloso que Dios tenía para poder libertar al hombre del pecado, lo cual representa el dominio de Satanás en cada vida.

Ese plan fue perfecto. Pero para llevarlo a cabo era necesario un vaso dispuesto a cumplirlo. Y es allí en donde Dios le preparó un cuerpo a su Hijo Jesucristo. Leamos detenidamente: “Por lo cual, entrando en el mundo dice: Sacrificio y ofrenda no quisiste; Mas me preparaste cuerpo. Holocaustos y expiaciones por el pecado no te agradaron. Entonces dije: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad, Como en el rollo del libro está escrito de mí (…) En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre” (He. 10:5-7 y 10). ¡GLORIA A DIOS!

Es por ello que nuestro Señor Jesucristo pudo padecer lo amargo del sacrificio en la cruz con gozo. Sabiendo que esa era la voluntad de Dios para su vida, en pro de la salvación tuya y mía. Leamos: “…Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú (…) Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad” (Mt. 26:39 y 42). ¡Qué amor tan grande!

Hoy nos corresponde conformarnos a esa voluntad divina, ya que ello va a evidenciar nuestra identidad como hijos de Dios. Leamos: “Porque todo aquel que hace la voluntad de Dios, ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre” (Mr. 3:35).

Amada iglesia, redimida por la sangre de Cristo, no pierdas el propósito de tu llamado. Que nada de este mundo te haga perder la meta de alcanzar la vida eterna con Jesucristo, la cual está preparada para todo aquel que persevere en fidelidad hasta el final.

Recordemos las palabras de exhortación del apóstol Pablo a la iglesia de Tesalónica y hoy a nosotros: “…pues la voluntad de Dios es vuestra santificación…” (1 Ts. 4:3). Para ello hay que morir y nacer de nuevo. Intercedamos los unos por los otros. Que Dios les bendiga. Amén.