“Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido” (Jn. 15:11). Estas son palabras textuales de nuestro Señor Jesús. Fueron dichas antes de que se enfrentara a la dura prueba del Getsemaní, en donde sería traicionado por uno de sus amados discípulos y abandonado por todos sus “amigos”. Y viviría el resto del terrible drama que se daría en su juicio y castigo por los romanos, a instancias de la multitud de los judíos, y su crucifixión y muerte en la cruz.

Parece paradójico que el Señor Jesús hablara de “gozo” y, por cierto, no de cualquier gozo, sino de su gozo. Generalmente el hombre vive una vida gris y triste; los afanes lo vuelven frío, insensible, amargado, iracundo, etc. Pero Jesús ofrece la oportunidad de alcanzar un gozo diferente al que hay en el mundo. Por eso enfatiza al decir: “para que mi gozo esté en vosotros”. Este gozo no lo podemos encontrar en ningún lugar ni persona, solamente en él, el autor del gozo perfecto, el cual es capaz de experimentarse aun en medio de las situaciones más difíciles de la vida.

Y agrega un valor más a ese gozo cuando dice: “y vuestro gozo sea cumplido”. Dios no quiere que nuestro corazón esté medio vacío ni medio lleno, él quiere que esté lleno, pero de manera permanente y constante, leamos: “También vosotros ahora tenéis tristeza; pero os volveré a ver, y se gozará vuestro corazón, y nadie os quitará vuestro gozo(Jn. 16:22). ¡Aleluya! Nadie nos debe quitar ese gozo. Bueno, esa es la promesa de nuestro Señor Jesús, debe de ser inalterable y permanente su gozo en mí.

Ahora nos preguntaremos: ¿Cómo hacer para que ese gozo permanezca en mí y que las circunstancias de la vida no lo apaguen; que las tribulaciones y los afanes no lo ahoguen? Hay mucho cristiano que dice tener a Cristo en su corazón, pero vive una vida infeliz. No pueden controlar su carácter y muchas veces, ante las adversidades o problemas, terminan explotando en iras y en dolorosas contiendas y disensiones. Lastimándose a sí mismo y a los que les rodean; y mostrando al mundo un pésimo testimonio.

Dice la palabra de Dios, que un día el Señor Jesús “se regocijó en el Espíritu Santo”, que sería lo mismo a decir que: “El Espíritu Santo llenó a Jesús de mucha alegría” (léase Lucas 10:21). Debemos entender que sin la presencia del Espíritu Santo de Dios dentro de nuestro corazón, no será posible conservar ese gozo, del que venimos hablando. Cuando el Señor dice: “mi gozo”, sólo se puede materializar con su vida en mí, Cristo en mí, actuando en mí, viviendo mi vida en él. Dice el apóstol Pablo: “…ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí…” (Gá. 2:20). También dice: “Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo (Ro. 15:13).

En este momento, mis queridos hermanos, Jesús está en el cielo, en la presencia de Dios, con su cuerpo glorificado; el hombre perfecto, la perfecta muestra de la gloriosa obra divina, la nueva criatura mediante la muerte de Jesús en la cruz. Pero si él está allá, ¿cómo puede estar con nosotros aquí? Él está en el cielo y nosotros aquí en la tierra. Pues, sencillo: Es el Espíritu Santo de Dios, haciendo su obra en la dispensación que le corresponde, que es: llenar la vida de todo creyente que le busca con necesidad. No olvidemos que: “el fruto del Espíritu es gozo” (Gálatas 5:22). Y también dice: “Y los discípulos estaban llenos de gozo y del Espíritu Santo” (Hch. 13:52).

Indudablemente que el gozo de Jesús, sólo se puede experimentar teniendo la presencia del Espíritu Santo de Dios en nosotros. Por eso dice: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien sed llenos del Espíritu…” (Ef. 5:18). Por lo tanto, hermano amado, tu gozo no debe estar condicionado por valores materiales ni circunstancias terrenales; no debe tener un origen material. Sino el gozo del Señor Jesús es de él y sólo lo disfruta el que tiene al Señor en sí mismo.

Cuando leas la palabra, léela con gozo, de tal forma que puedas decir: “Fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón…” (Jer. 15:16). Cuando ores, hazlo con gozo: “…siempre en todas mis oraciones rogando con gozo…” (Fil. 1:4). Cuando cantes, canta con gozo: “Cantad con gozo a Dios, fortaleza nuestra; Al Dios de Jacob aclamad con júbilo” (Sal. 81:1).

Cuando estés en tribulación, recíbela con gozo: “…recibiendo la palabra en medio de gran tribulación, con gozo del Espíritu Santo” (1 Ts. 1:6). Cuando estés en sufrimientos y padecimientos, regocíjate: “Y ellos salieron de la presencia del concilio, gozosos de haber sido tenidos por dignos de padecer afrenta por causa del Nombre (de Jesús) (Hch. 5:41). En fin, cuando estés en escasez, enfermedades, diversas adversidades, gózate en el Señor, nuestro Padre Eterno. Por eso decía el salmista: “Me mostrarás la senda de la vida; En tu presencia hay plenitud de gozo; Delicias a tu diestra para siempre” (Sal. 16:11).

Mi querido hermano, no busques fuera de Cristo Jesús, lo que sólo en él encontrarás. En Dios hay abundancia de gozo y paz. Que Dios te sostenga en su presencia y que tú te esfuerces en permanecer fiel hasta el final. Que Dios te bendiga. Amén.