Amados hermanos y amigos: Cuán difícil es considerar y concebir la idea de lo que significa la mente humana, bajo el entendido de que somos seres creados a imagen y semejanza del mismo «Dios eterno». Con características que, en este cuerpo de pecado y de muerte, jamás podremos entender. De allí, el nacimiento de las incontables religiones y de la filosofía. Hasta tratar de ser más objetivos y comprensibles, humanamente hablando, mediante la “mal llamada ciencia”, la cual pretende a través del razonamiento, las hipótesis y teorías, descifrar los más grandes misterios de la creación del hombre y del universo.

Todo esto corresponde exclusivamente a un orden eterno y espiritual, como lo es el origen de la vida misma en su esencia, leamos: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó…” (Gn. 1:27). Entonces, en revelación y en fe, el gran misterio de la vida misma «es sólo creer» sencilla y humildemente en este milagro maravilloso, centralizado en el poder tan grande de un Dios único, soberano y todo poderoso; quien por su palabra misma emite vida, ¡no más! Leamos: “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz ALIENTO DE VIDA, y fue el hombre un ser viviente” (Gn. 2:7). ¡Aleluya, gloria a Dios! Sería hermoso que todos los hombres creyésemos a este origen, sin titubeos ni argumentaciones absurdas que se convierten en perversas necedades.

En otro orden de ideas, Dios también dota a su criatura de otra virtud o característica única para este género y es: «el libre albedrío», con capacidades incalculables de imaginación y proyección, las cuales por conveniencia y por los hechos vistos mediante la creación, debieron de ser retroalimentadas por su creador, para vida mediante “el árbol de vida”. Pero la intervención del mal, mediante la influencia «en la mente», le hizo creer en la fantasía de: “llegar a ser como Dios”, leamos: “Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal” (Gn. 3:4-5).

Claro, mediante esta argucia satánica ¡sí les fueron abiertos sus ojos! Pero para ver mediante la visual y proyección del materialismo, digo, lo que sus sentidos materiales percibían. Pero lamentablemente, se cerraron los ojos a lo verdadero, que era el origen de él mismo. Ya no pudo ver a Dios ni su obra ni valoró su dependencia y empezó a divagar el hombre «en su propio universo de ideas y pensamientos», concibiéndolas como las verdades absolutas; sumergidas y sometidas a todo falso concepto emitido por el maligno.

“El pobre hombre”, entonces, creyéndose independiente en cuanto a sus propios pensamientos, se vuelve literalmente, un perfecto esclavo de las tinieblas de maldad, leamos: “¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?” (Ro. 6:16).

Mediante este logro satánico, la humanidad misma y toda la creación quedan sujetas dentro de una sutil y perversa esclavitud. Envueltos únicamente en el materialismo sistemático, obedeciendo a toda pasión, impulso del instinto y deseo desordenado, el cual se llama «pecado» y sobrepasando así, las leyes eternas. Este parámetro nos ha dejado sin la visión de lo sublime y espiritual, en lo que respecta a Dios como la verdad absoluta y eterna. Leamos: “…y el mundo entero está bajo el maligno” (1 Jn. 5:19).

Esta extraña e íntima unidad entre el hombre y el mal, hace cada vez más imperceptible la imagen de la verdad. Prevaleciendo las ideas de cada quien como sus propias verdades personales, lo cual lo sumerge en su “propio universo”. En donde él es Dios y donde él no necesita a Dios. Es más, compite contra Dios, hasta el punto que en el Armagedón, al final de esta generación, lo vemos confrontando y tratando de pelear con su mismo creador, aunque esto nos parezca absurdo.

Veamos entonces, cómo el hombre preso en su propia celda ideológica, concibe fácilmente las perversiones, como: la libertad de género, los matrimonios homosexuales contra naturaleza, el bestialismo, el manoseo genético de las especies vivientes, el satanismo, la alteración de los fenómenos naturales, la destrucción misma de la naturaleza, la automatización, la inteligencia artificial, etc.

Ante este dramático escenario, del cual ninguno de los hombres pudimos salir, por nuestra ceguera a lo espiritual, Cristo nos es enviado, por obra y gracia del amor y la misericordia del Dios eterno. Quien mediante su vida, ejemplo y sacrificio, nos ha mostrado la nueva ruta del entendimiento espiritual, para reconsiderar nuestra necedad, ceguera e incapacidad. Para que individual y voluntariamente y por fe, no por razonamientos, sino enteramente convencidos en nuestra mente y corazón, renunciemos al “yo” en su esencia. Y así entremos confiadamente al trono de su gracia, para aceptar en plena conciencia, nuestra condición de fracaso y que necesitamos ayuda divina.

Refugiémonos en la única esperanza que no puede ser concebida ni aceptada por todos, leamos: “…porque no es de todos la fe” (2 Ts. 3:2). Retomemos cada uno el regreso al Edén, en donde se perdió el amor, la fe, la inocencia, la obediencia, el discernimiento y el rumbo genuino. Para que con estos valores podamos llegar de nuevo a una unidad perfecta con Dios, por siempre y para siempre, que es la verdadera vida en su perfecta esencia. Así sea. Amén y Amén.