“Mas la que cayó en buena tierra, éstos son los que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia” (Lc. 8:15). Entiéndase como docilidad, a aquella actitud dócil para obedecer y cumplir lo que otro manda, y que se puede educar o dirigir con facilidad; también que se deja ser labrado o trabajado mansa y obedientemente; semejante a un metal u otra cosa que se puede trabajar con facilidad. Quizá sea de esos valores muy escasos de encontrar, tanto en el ambiente familiar y laboral, y ya no se diga en el espiritual.

Es una virtud muy escasa y que, por cierto, tiene un origen o se sustenta en un principio que parece tan elemental, como es: el saber oír con atención. Un ejemplo con respecto a este tema, es la relación “Dios-Adán-Israel”. La Biblia está llena de ejemplos de cómo Dios le dio a Adán y a su pueblo Israel, leyes, estatutos, mandamientos, preceptos, para que aquel hombre y también Israel, viviera sobre este mundo como un ejemplo, ante el resto de las naciones, de lo que significaba ser pueblo de Dios.

Veamos el caso de Adán

Al principio, la comunicación de Dios era personalizada y directa con su criatura y su compañera, Adán y Eva, y no debió haber terminado de la manera como terminó la relación Dios-Adán. Si tan sólo Adán y Eva hubieran escuchado atentamente la voz de Dios, cuando les estableció las normativas que debían respetar en el huerto de Edén, la relación entre ellos no habría terminado de manera tan catastrófica. Pero desafortunadamente no oyeron la voz de Dios y el castigo advertido cayó sobre ellos, leamos: “Echó, pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida” (Gn. 3:24).

La pérdida que Adán, como representante de la humanidad, tuvo en esa ocasión, es quizás lo más terrible que le pudo haber sucedido a la raza humana. A raíz de este acontecimiento, el futuro del mundo entero cambió radicalmente. Y en lugar de ser un lugar de gozo, paz y armonía con Dios, se convirtió en lo que es hasta la fecha, un lugar donde Satanás reina y gobierna los pensamientos y sentimientos del hombre. Atrayendo para ellos mismos: muerte, desastres, destrucción, falta de paz, guerras, corrupción, injusticias y el caos que se percibe desde las naciones más civilizadas hasta las más incultas de sobre la faz de la tierra. Y todo se originó por no haber oído atentamente la voz de Dios.

Veamos el caso de Israel

Más adelante, queriendo Dios restablecer la comunicación tan apreciada por él con los hombres, formó de los lomos de un creyente, llamado Abraham, una gran nación llamada Israel, leamos: “Ahora, así dice Jehová, Creador tuyo, oh Jacob, y Formador tuyo, oh Israel: No temas, porque yo te redimí; te puse nombre, mío eres tú (…) Este pueblo he creado para mí; mis alabanzas publicará” (Is. 43:1 y 21). Es evidente la sensibilidad que contienen estos versículos, que son palabras textuales de Dios dirigidas a su pueblo Israel: yo te formé, yo te redimí, mío eres tú, este pueblo he creado para mí. En cada expresión se siente el amor profundo de Dios hacia su pueblo.

Él estaba dispuesto a cumplir sus promesas en aquel pueblo y lo único que ellos tenían que hacer, era respetar las normativas que Dios les estableció, para que se condujeran con sabiduría, en medio de todas las naciones paganas que les rodeaban. Lo que tenían que hacer era: oír atentamente la voz de Jehová su Dios y poner por obra todos sus mandamientos. Pero, lamentablemente Israel no oyó a Dios, y tuvo que pagar caro la dureza de su corazón y la sordera de sus oídos, leamos: “Temamos, pues, no sea que permaneciendo aún la promesa de entrar en su reposo, alguno de vosotros parezca no haberlo alcanzado. Porque también a nosotros se nos ha anunciado la buena nueva como a ellos; pero no les aprovechó el oír la palabra, por no ir acompañada de fe en los que la oyeron” (He. 4:1-2).

         Aquí nos muestra las consecuencias terribles que Israel sufrió, por no haber acompañado el oír los mandamientos de Dios con fe. Y es que el oír con fe, nos permite valorar espiritualmente el contenido de la palabra de Dios. De tal forma que nos volvemos dóciles y temerosos, porque comprendemos que no son palabras de hombres ni tampoco las sugerencias del predicador o del pastor; sino, es la advertencia de Dios, es la recomendación divina para tu vida, para tu presente y tu futuro. Para que puedas ver días de paz, días de bendición y días de gozo. Para que también en medio de la prueba tú puedas disfrutar, no sólo de la presencia de Dios sino también de su consuelo; y seas objeto del poder restaurador de su gracia y su misericordia.

Ahora veamos nuestro caso

Mi amado hermano, no sé cuántas veces Dios te ha hablado. Y me pregunto: ¿será que has oído con mucha atención la voz de Dios? Quiero que sepas que la bendición de Dios siempre irá muy de la mano a la obediencia. Como también la maldición va de la mano de la rebeldía y de la desobediencia. Por lo tanto, nos conviene oír atentamente la voz de Dios, y acompañar este oír con fe.

Cada vez que Dios te hable, no dejes caer a tierra ninguna de sus palabras. Que todo tu ser, espíritu, alma y cuerpo, estén perfectamente atentos cada vez que te acerques a la presencia de Dios; para que recibamos el oportuno socorro y la asistencia divina cuando clamemos a él. Amado hermano, volvámonos sensibles y dóciles a la voz de Dios. Que Dios te bendiga hoy y siempre. Amén.