Jesús nos dice: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Jn. 14:6).  A los que no tienen fe les dice: “Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí…” (V. 11). La fe es el resultado de oír la palabra de Dios; esa fe nos lleva a morir a la carne y a vencer al mundo. Y en esa nueva vida podremos dar a conocer los mandamientos de Dios y el poder de su Espíritu Santo.

Esta carta tiene el propósito de ayudar a acrecentar la fe en la juventud, para que, con las enseñanzas y el testimonio de los padres en casa con paz y amor, se escudriñe la palabra pues nos encontrarnos en el tiempo del fin con el incremento de la ciencia. Es trabajo del padre de familia manifestar esa paz y amor al prójimo, sobre todo a los jóvenes, para compartir su experiencia y la doctrina respectiva. Isaías nos dice: “Los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen; pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas…” (Is. 40:30-31).

El amor del Señor por su pueblo nos permite conocerle para seguir su ejemplo, negarnos a nosotros mismos y llevar la cruz. Ya que él nos dio una oportunidad cuando estábamos en el mundo perdidos, leamos: “Yo soy el buen pastor; y conozco mis ovejas, y las mías me conocen, así como el Padre me conoce, y yo conozco al Padre; y pongo mi vida por las ovejas” (Jn. 10:14-15). Si le buscamos de corazón y le pedimos ser llenos de su Espíritu, podremos hacer su obra sirviendo a los necesitados, para que se cumpla el número de los escogidos.

En la búsqueda del conocimiento de Dios, él nos muestra su voluntad, tal como lo hizo con su pueblo Israel, leamos: “…Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (Mt. 22:37-40).

Y en esta dispensación de la gracia, el Señor también nos dice: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Jn. 15:13). Por eso trabajamos en la extensión del reino, viajando para llevar la palabra y el testimonio que ven los hermanos cuando les visitamos y les compartimos la obra que hace la iglesia del Señor para llevar las buenas nuevas a las aldeas, ciudades y a las familias que necesitan el conocimiento y el amor de Dios.

Saulo fue instruido por Gamaliel y persiguió inicialmente a los cristianos. Pero después del encuentro con el Señor, Saulo empezó a recibir ese conocimiento verdadero, para constituirse en el apóstol para los gentiles. Esto lo llevó, entre otras cosas, a formar al joven Timoteo, quien recibió en casa la doctrina y testimonio de su abuela Loida y de su madre Eunice.

Posteriormente llegó a ser el apóstol Pablo, quien les dice a los gálatas: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gá. 2:20). El conocimiento de Dios junto con el amor a su obra, lo llevó a entregar su vida a Cristo y vivir completamente para el Señor.

El evangelio se anuncia para alcanzar a los cansados y abatidos por los afanes del mundo, así como también estuvimos nosotros. Y predicamos el evangelio para trasladar el conocimiento de Dios, pues nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios tiene para con nosotros. Dios es amor y el que permanece en amor, permanece en Dios.

Por ello hacemos nuestra, la comisión del Señor: “Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado” (Mr. 16:15-16). Todo esto, sin olvidar al prójimo que está en casa, mayormente a los adolescente y jóvenes, quienes empiezan a experimentar la vida y a buscar el consejo para la solución de los problemas que afrontan en la juventud.

Recordemos también que: “Todo aquel que confiese que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él, y él en Dios” (1 Jn. 4:15). Confesar es dar testimonio a las personas, que estábamos en el mundo sin Dios, sin fe y sin esperanza. Pero se dio el momento de creer, cuando no teníamos salida de las penas ni de las tribulaciones. Y cuando nos humillamos pidiendo perdón de corazón con humildad, ¡vino el milagro! Recibimos la paz que anhelábamos y vino el cambio para glorificar al Señor por la nueva vida. Ahora queremos permanecer buscando la comunión, la palabra y la guianza del Espíritu Santo.

Como pueblo de Dios y siervos de Cristo, debemos trabajar con fe, esperanza y amor, buscando la edificación de la casa de Dios, leamos: “Porque os acordáis, hermanos, de nuestro trabajo y fatiga; cómo trabajando de noche y de día, para no ser gravosos a ninguno de vosotros, os predicamos el evangelio de Dios” (1 Ts. 2:9).

No queremos forzar a nadie a creer y vivir el evangelio, que sea Dios con su palabra y su Espíritu, el que nos edifique como iglesia. Gracias Señor por la palabra y el Espíritu que das a tu pueblo para vivir la verdad. Que Dios les bendiga. Amén.