Amados hermanos: Con el profundo sentimiento de mantener la unidad doctrinal y de llenar los espacios de necesidad espiritual actual y formas de algunas vidas simples y sin celo de Dios, detectadas dentro de nuestra familia Avivando La Fe, tendremos este estudio. Encaminado y enfocado a evaluar el grande e indispensable valor del “celo santo”. Respecto a Dios primero; y, por ende, a todo lo concerniente al culto y vida diaria dentro de la sociedad en que vivimos. Para ello planteamos cuatro campos de batalla, en donde hemos de mostrar el verdadero amor a Dios, mediante el celo o cuidado de nuestro comportamiento como sus hijos. Así: 1) Dentro de la congregación. 2) Dentro de nuestra casa. 3) Dentro de la sociedad. 4) Celo por nuestra propia vida y testimonio.

Entendamos por celo, ese interés extremo, activo y permanente, que alguien siente por una causa o por una persona. Esto conlleva esmero, atención y cuidado continuo, en un afán de bienestar y formación positiva. Pero según la aplicación bíblica, éste va más allá. Del griego «dcelos» se entiende: estar caliente o entrar en ebullición. Y del hebreo «quin’ah», designa una cara enrojecida de un hombre apasionado. Esto se refiere al celo por el amor a y de Dios con respecto a su pueblo, del pacto en el cual está desposado con él. Entendamos que esto es espiritual y que también por amor nos lleva a un “ardor” y cuidado por el evangelio; y llevará nuestras vidas aun al riesgo de nuestra misma existencia, en favor del mensaje de Jesús.

En este cuidado necesitamos, en ese celo, un incondicional deseo por agradarlo, hacer su voluntad y proclamar su gloria y majestad ante el mundo. Leamos: “Guardaos, no os olvidéis del pacto de Jehová vuestro Dios, que él estableció con vosotros, y no os hagáis escultura o imagen de ninguna cosa que Jehová tu Dios te ha prohibido. Porque Jehová tu Dios es fuego consumidor, Dios celoso” (Dt. 4:23-24). Además: “¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio…” (1 Co. 6:19-20).

Creemos, fehacientemente, que hemos fallado muchas veces a nuestro pacto con Dios y que esta falta, en cuanto al celo, es una evidencia de nuestra vida religiosa, la cual es insensible o con poca reacción ante el pecado mismo, que muchas veces admitimos y toleramos como prácticas cotidianas en todo nuestro contexto. Actuamos sin entendimiento ni discernimiento espiritual, lo que nos aleja de Dios y contrista la presencia del Espíritu Santo dentro de nosotros. Recodemos: “Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén” (Ro. 11:36).

 

1) Celo dentro de nuestra congregación. “Porque me consumió el celo de tu casa; Y los denuestos de los que te vituperaban cayeron sobre mí” (Sal. 69:9). David estaba profetizando el celo de Jesús, mostrando una molestia muy fuerte porque la casa dedicada al culto a Dios, estaba invadida de actividades de origen comercial y de intereses personales. Qué lamentable es el modo de operar del sistema religioso actual. No hay interés más que el económico y humanista. Y mediante las falsas doctrinas de “la prosperidad” han invadido todo espacio al culto verdadero. ¡Y no hay quien diga nada! Además, dentro de las congregaciones se muestran verdaderos desfiles de modas y de competencia de bienes materiales. ¡Y no hay quien diga nada! Tal vez tengamos problema al manifestarnos, pero permanezcamos del lado de Dios.

 

2) Celo dentro de nuestra casa. “Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor (en celo)(Ef. 6:4). Triste y lamentable, pero nuestras casas se han convertido en escondrijos de la tolerancia. En donde se permiten calumnias, críticas al prójimo, violencia, celos amargos, modas, celebración de fiestas y tradiciones paganas, culto al yo y hasta el pecado. ¡Y nadie dice nada! Cedemos ante las reacciones de rebeldía y desobediencia. Se ha perdido todo concepto de temor, orden, disciplina y corrección. En el celo de Dios: ordena y descontamina, corrige, limpia todo rincón de tu casa, mira tus amistades y las de tus hijos, tecnologías, influencias familiares externas y, sobre todo, que los padres puedan ser ejemplo de testimonio y vida, dignos de ser admirados e imitados. “Instruye al niño en su camino, Y aun cuando fuere viejo no se apartará de él” (Pr. 22:6).

 

3) Celo dentro de la sociedad: “Pues, aunque andamos en la carne, no militamos según la carne…” (2 Co. 10:3). Mientras dure nuestra existencia sobre esta tierra, obligadamente tendremos que estar expuestos a todo insulto de injusticia y de pecado. No hay salida, ya que: “…el mundo entero está bajo el maligno” (1 Jn. 5:19). A pesar de esta realidad vivencial de cada cristiano, es imprescindible mantener una actitud firme y definida respecto a cuál es la voluntad de Dios para sus hijos y para la sociedad misma. Y es allí, en donde como lumbreras puestas en alto nos es demandado el iluminar el mundo. Mostrando además que sí se puede ser fiel a todo principio divino, poniendo a Cristo por delante como ejemplo real. Leamos: “Vosotros sois la luz del mundo; una ciudad asentada sobre un monte no se puede esconder (…) Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt. 5:14-16).

 

4) Celo por nuestra propia vida y testimonio. Dicen las Escrituras que, individualmente, entregaremos a Dios cuentas de nuestras obras, sean buenas o malas. Esto nos obliga a mantener activo nuestro discernimiento espiritual. Para evaluar equilibradamente entre lo definido por Dios, lo que entiendo, digo o hago ante el mundo, en un celo personal. Porque nuestra vida está escondida en él y sabemos que: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios…” (Gá. 2:20).

En esta misma manera y como hijos y siervos de Dios en su momento, cada uno de nosotros jugará un rol correctivo. Primero hacia mí y luego hacia los que me rodean y a la congregación. Esto es ineludible e indispensable para que Dios permanezca y su ministración esté en medio de nosotros como congregación y en cada uno. Que Dios les bendiga. ¡Y adelante en ese celo santo! Para que al final alcancemos la meta de las metas, que es nuestra salvación y vida eterna en y con Cristo. Así sea. Amén y Amén.