Amados hermanos y lectores: Hoy me he de referir a las diferentes formas, mediante las cuales el hombre logra encontrar su realización personal, como ser viviente sobre este mundo. En este sentido, hay algo tan profundamente arraigado y es: «el placer» como tal. Pensemos en éste, como una de las más caras metas, por las cuales el hombre lucha y entrega todo lo que tiene, hasta su vida. Interpretando el placer como un “derecho evolutivo”, y llegándose a considerar una “necesidad básica”, así como las vitaminas, los nutrientes, los minerales, el agua, etc. Este lo reclama con todas sus fuerzas, ante las diferentes élites, en la política, la ciencia del derecho y hasta las religiones, basados o amparados en los “derechos humanos”.

Mucho de esto se centraliza en las legislaciones del desorden sexual, tema de lo más álgido y controversial en la historia de la humanidad. Ahora expresado como “libertad de género” y la sexualidad indiscriminada y perversa, sin reparar en todo esto, como uno de los placeres más absurdos, aun contra natura. Leamos: “…ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador (…) Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron el uso natural por el que es contra naturaleza, y de igual modo también los hombres, dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros, cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la retribución debida a su extravío” (Ro. 1:25-27).

Sin ir a extremos, entiéndase como placer todo aquello que provoca sensaciones agradables o regocijo, y que llena una necesidad, sea ésta física, mental y aun espiritual. Y se parece, como a satisfacer algo necesario para nuestra sobrevivencia y desarrollo personal. En esto no hay ningún problema, ya que Dios, nuestro Creador, pensó en todo para hacer de nuestra estancia sobre este mundo, algo agradablemente ordenado. Sin embargo, dentro de los conceptos en cuanto a las clases de placer, los psicólogos hablan de por lo menos quince, por decir algo, en los cuales no habría ningún problema, mientras no rebasaran los límites establecidos como normales mediante los cánones divinos.

¿Entonces, en dónde está el problema del placer?

El problema radica desde el inicio de la humanidad. Dios había establecido al hombre y a todo ser viviente, límites naturales que conservarían un equilibrio en el desarrollo de la vida. Respetando el derecho de sus congéneres y todo lo creado, no por el hombre sino por Dios. Pero allá también, se oyó una voz perversa del maligno que quiso dar a conocer, mediante “la ciencia del bien y del mal”, que había que “vivir la vida a plenitud”; que hay que sacarle el máximo provecho a todo lo que produce placer.

Y el placer se convirtió en un verdadero dios para la humanidad, leamos: “Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella” (Gn. 3:6). Es aquí en donde se inicia una nueva etapa en la vida del hombre y es “amar y vivir para el placer”, llamándosele a esto: “concupiscencia”, la cual crea sistemáticamente, toda clase de variantes que provocan y estimulan los sentidos físicos y que van más allá de satisfacer una necesidad biológicamente normal. Intensificado por olores, sabores exóticos, sensaciones táctiles extremas, imágenes visuales distorsionadas, música y ruidos muy placenteros, etc.

Y todo esto se complementa con estimulantes, como bebidas espirituosas y embriagantes, hasta las más sofisticadas drogas y sustancias combinadas. Esta perversidad ha ido evolucionando a todo nivel, creando una generación actual basada y esclava del placer; y éste, como dios de este mundo, pretende controlar el alma misma mediante posesiones demoníacas, las cuales producen grandes tragedias hasta el suicidio mismo.

Cuando una persona persigue el placer como principal finalidad de su existencia, se dice que es “hedonista”. El hedonismo es una verdadera doctrina que siguen aquellos que viven para maximizar los placeres y minimizar el dolor. Transgrediendo aun valores morales y de conveniencia y convivencia social. Esta es una generación egoísta, no piensa en los problemas de su prójimo, sólo anhela vivir para el placer. Y el placer lastima hasta los seres más cercanos, fornicando con el mundo; no pasando por su mente la existencia de un Dios ni sus principios fundamentales.

Amados, ante esta cruda realidad que nos arrastra y envuelve a todos los seres humanos, ya que esta trampa es perfecta, vino Dios mismo en forma de hombre, centralizando su principal enseñanza en: “Amar a Dios sobre todas las cosas y amar al prójimo como a ti mismo” (léase Mateo 22:34-40). Y a través de su actividad vivencial pudo demostrar que no tenía ningún interés en algo perteneciente a este siglo. Su principal anhelo era enseñar la eternidad con él, mediante la renuncia voluntaria a toda gloria otorgada por este mundo, ya que todo lo que el mundo ofrece es temporal, pasajero y todo placer es vanidad.

Esto queda plasmado en la inspiración del Espíritu Santo a Juan, leamos: “No améis al mundo (el placer), ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama el mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Jn. 2:15-17).

Palabra fiel y verdadera es esta. Nuestra única esperanza es imitar a Jesucristo quien, renunciando a todo hasta su propia vida, nos mostró la ruta hacia la victoria. Aleluya. Amén y Amén.