En la primera carta con este tema, hablamos sobre: “despojarnos de todo peso”. Explicamos que debemos despojarnos de esos pesos que, aunque no parecen pecado, sí nos llevan a la puerta del mismo. El punto es correr con libertad y sin estorbos, evitando de esta forma dolorosas caídas, las cuales dejan huellas de nuestros errores y manchan nuestro testimonio, impidiéndonos correr con libertad.

En el capítulo once de Hebreos, hay una enorme lista de ejemplos históricos, y el apóstol Pablo les llama: “tan grande nube de testigos”, que se constituyen en el público imaginario, que, siguiendo la figura de la carrera atlética en un estadio, representan a aquel público que anima a los atletas a alcanzar la meta. Podemos mencionar a algunos como: Abel, Abraham, Moisés, David, Sansón, Gedeón, Barac, los apóstoles, los mártires de la fe perseguidos y masacrados por Nerón, etc.

Todos ellos, con su ejemplo, nos animan a seguir adelante y no desmayar. Son ejemplos poderosos que marcaron la historia de sus vidas y de la humanidad, leamos: “Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante…” (He. 12:1). Es importante entender quepeso, representa todo valor superfluo (no necesario, que está de más) y que impide correr con libertad.

 

El pecado que nos asedia

En cuanto a este peso llamado pecado hay mucho qué decir; y también se ha escrito bastante sobre él. Para nadie es desconocido que el origen de la caída del hombre lo produjo este estorbo maligno. Fue Dios el que lo bautizó con el nombre de “pecado”, cuyo significado original es: “errar al blanco”. Pero este significado etimológico se queda corto, en cuanto a la interpretación y connotación de su aplicación, ya que, en este sentido, el pecado es el motor diabólico que produce toda clase de distorsión (alteración, deformación, desfiguración) moral.

En términos muy simples, es la fuente de la acción o un elemento productor de acciones inmorales y perversas, leamos: “¿Que, pues? ¿Somos nosotros mejores que ellos? En ninguna manera; pues ya hemos acusado a judíos y a gentiles, que todos están bajo pecado. Como está escrito: No hay justo (…) No hay quien busque a Dios (…) se hicieron inútiles (…) No hay quien haga lo bueno (…) Veneno de áspides hay debajo de sus labios (…) Sus pies se apresuran para derramar sangre (…) Quebranto y desventura hay en sus caminos (…) No hay temor de Dios…” (Ro. 3:9-18).

Por lo tanto, toda la raza humana está bajo el poder del pecado y por consecuencia, destinados al juicio final de condenación. También dice la palabra de Dios: “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro. 6:23). En cuanto a este peso «el pecado», aquí no hay mucho que elegir. Es ese mal que nos asedia (nos rodea o nos envuelve), que se adhiere con facilidad, que siempre está presente y listo. Y no me refiero a ningún pecado en particular, sino en general. Y contra el pecado, en cuanto se manifiesta, es de desecharlo, descartarlo, si es necesario huir de él, porque es una trampa satánica para impedir mi salvación.

Nunca menosprecies el pecado ni te consideres infalible, armado de una falsa o aparente fortaleza espiritual. Contra el pecado no es sabio buscar excusas para justificarlo ni tampoco busques culpables fuera de ti.  Me pregunto: ¿Cuál es la parte de la advertencia de Dios que dice: “la paga del pecado es muerte”, que no entendemos? Así como hay una nube de testigos que dan testimonio de las ventajas de la fe, así también hay una gigantesca nube de testigos que dan testimonio del horrible final de los pecadores. Y Dios no miente cuando dice que el pecado produce muerte, destrucción y condenación eterna.

Mi amado hermano y amigo, Dios no miente ni está tratando de infundirnos miedo. La Biblia es la palabra de Dios y ella contiene su voluntad para el hombre. Y depende de ti y de mí: obedecerla o rechazarla, y en ella advierte las consecuencias buenas o malas, según sea tu decisión.

El capítulo once de Hebreos, exalta la fe valiente de nuestros antepasados, defendiendo la fe, luchando contra toda adversidad y oposición que trató de destruirla y desvirtuarla, leamos: “Otros experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y cárceles. Fueron apedreados, aserrados, puestos a prueba, muertos a filo de espada; anduvieron de acá para allá cubiertos de pieles de ovejas y de cabras, pobres, angustiados, maltratados…” (He. 11:36-37). Y a pesar de no haber recibido lo prometido, lo saludaron de lejos. Y de esta manera dieron testimonio que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra.

Ten cuidado, que no se debilite tu fe, pues lo que sigue a esto es la DUDA; y lo que sigue a la duda, es la INCREDULIDAD; y a la incredulidad, la APOSTASÍA; y a la apostasía, EL JUICIO DIVINO.

Pelea, mi amado hermano, la buena batalla de la fe, y lleno del Espíritu Santo vencerás el pecado que mora en ti. Oro y clamo al Señor porque él nos sostenga en victoria hasta el final. Que Dios les bendiga. Amén y Amén.