“¿Quién como Jehová nuestro Dios, Que se sienta en las alturas, Que se humilla a mirar En el cielo y en la tierra?” (Sal. 113:5-6). ¿Quién como Jehová nuestro Dios? Podemos confirmar categóricamente, que él es el único Dios verdadero, omnipotente, omnisciente, omnipresente, es “el Elohim” el Dios único. Y siendo lo que es, siempre toma una actitud de bondad y misericordia a sus criaturas; siempre con el sentimiento de acercarse para mostrar su interés y compasión. Qué difícil es para nosotros como seres humanos, rodeados de tanto materialismo, pecado y glorias vanas, entender esa actitud benevolente de Dios.

Dice nuestro texto inicial que él se humilla a mirar en la tierra la triste condición de sus criaturas. Esto nos da a entender que no nos ignora, no se desentiende de nuestra condición y ve nuestras verdaderas necesidades. Es el pecado, el que hace que el hombre se aleje de Dios, su creador, llevándole a un endiosamiento (orgullo, soberbia, egoísmo, altivez). Todo esto debido a la influencia de ese ser maligno llamado Satanás, quien toma el señorío de la humanidad. Leamos: “…y el mundo entero está bajo el maligno” (1 Jn. 5:19).

De allí que es popular y normal oír decir: “me siento orgulloso de ser o de tener algo”, sin saber que eso identifica a alguien con el espíritu del enemigo de Dios. Leamos con mucha seriedad el siguiente pasaje: “Menosprecia toda cosa alta; Es rey sobre todos los soberbios” (Job 41:34). Así de clara es la palabra de Dios para definir al enemigo de nuestra alma y quien disfrazado promueve todo aquello que nos vuelve engreídos.

Dios en ese grande amor, humillándose, toma la decisión más grande en beneficio de toda la humanidad. Él decide tomar forma humana en Jesús para venir a mostrar su naturaleza «humilde y sencilla», a esto en las Escrituras se le llama: “El misterio de la piedad”: “E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne…” (1 Ti. 3:16).

Este es el cumplimiento de las profecías que anunciaban la venida del redentor y libertador, no con fuerza, ni altanería, sino con toda humildad y sencillez. “Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén; he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, sobre un pollino hijo de asna” (Zac. 9:9). ¡Qué ejemplo más maravilloso! Contrario a todo espíritu de libertadores modernos, quienes no muestran en lo más mínimo la humildad de Cristo, a quienes ellos pretenden servir. Jesucristo vino a mostrarnos la ruta correcta para poder ser verdaderamente hijos de Dios.

Consideremos lo siguiente: “Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo (…) Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre…” (Fil. 2:3 y 5-9).

Es importante resaltar el verso 8: “se humilló a sí mismo”, eso significa un acto voluntario de someterse a la voluntad de Dios para obedecerle. Y notemos el fruto de humillarse, en el verso 9: “Dios también le exaltó hasta lo sumo”. Esto equivale hoy para nosotros en vida eterna. Jesucristo lo dijo claramente: “Porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (Mt. 23:12).

Para Dios la humildad tiene un valor muy grande, ya que, siendo parte de su naturaleza, es la cualidad necesaria en nosotros para que él pueda manifestarse y ayudarnos en cada una de nuestras necesidades, sean físicas o espirituales. Leamos: “Mi mano hizo todas estas cosas, y así todas estas cosas fueron, dice Jehová; pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra” (Is. 66:2).  También dice: “Porque Jehová es excelso, y atiende al humilde, Mas al altivo mira de lejos” (Sal. 138:6).

Dios mismo la pone como condición para que él pueda oírnos, perdonarnos y sanarnos. “…si se humillare mi pueblo, sobre el cual mi nombre es invocado, y oraren, y buscaren mi rostro, y se convirtieren de sus malos caminos; entonces yo oiré desde los cielos, y perdonaré sus pecados, y sanaré su tierra” (2 Cr. 7:14).

La oportunidad de perdón y salvación está abierta; para ello es necesario tomar una actitud humilde de reconocimiento del error. Si te has alejado del redil, pero Dios hoy toca tu corazón, humíllate de corazón. Recuerda que: “Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado; Al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios” (Sal. 51:17). Y para conservarse en humildad es necesario, primero: nunca olvidar de dónde Dios nos ha libertado. Y segundo: que, inmerecidamente, él nos ha dado muchas oportunidades de servir en su iglesia y que no es por méritos ni capacidad propia.

Vivamos siempre con una actitud de necesidad, de dependencia y de ruego ante nuestro Dios hasta el final. Les invito a que hagamos nuestras las palabras del Señor Jesucristo que dijo: Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas…” (Mt. 11:29). Que Dios les bendiga.