Las adversidades son parte de la vida. Ellas se convierten en una herramienta formativa o destructiva, según sea el efecto que produce en el que las sufre. Nadie busca las adversidades, sino que aparecen repentinamente en nuestro diario vivir. Entiéndase como adversidad: todo acontecimiento que genera una resistencia al desarrollo pacífico de nuestra vida, sea material o espiritual. Sinónimos de adversidad, que nos ayudan a entenderla mejor son: infortunio, desgracia, desventura, desdicha, fatalidad, mala suerte, mala pata, infelicidad, miseria, etc.

Todas estas palabras nos dan la idea de lo negativo que podemos describir de una adversidad. No obstante, para el hombre de Dios, todo lo que acontece en su vida, sea bueno o malo, siempre dejará una huella positiva, o debería ser así; partiendo de aquel pasaje bíblico que dice: “Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien…” (Ro. 8:28).

Naturalmente que se necesita de la fe en Cristo Jesús, y la presencia bendita de su Santo Espíritu, para llegar a la conclusión de que una desgracia -como se le llamaría  a una adversidad- tenga efectos benéficos en la vida del creyente. El apóstol Pablo vivió una experiencia difícil cuando llegó a la ciudad de Jerusalén. Una multitud enardecida por la obra evangelista que Pablo hacía, se reunió y lo apresaron. Fue tan grande la violencia que hacían contra él, que fue necesario que los soldados romanos lo alzaran en peso para que no lo despedazaran.

A estas alturas Pablo estaba solo, nadie le acompañó. Y se mantuvo de pie ante aquel atropello que estaba sufriendo, pero no por sus propias fuerzas sino como él mismo lo escribe, su fortaleza fue Dios, leamos: “En mi primera defensa ninguno estuvo a mi lado, sino que todos me desampararon; no les sea tomado en cuenta. Pero el Señor estuvo a mi lado, y me dio fuerzas, para que por mí fuese cumplida la predicación, y que todos los gentiles oyesen. Así fui librado de la boca del león. Y el Señor me librará de toda obra mala, y me preservará para su reino celestial. A él sea gloria por los siglos de los siglos. Amén” (2 Ti. 4:16-18).

No podemos evitar pensar, por las palabras del apóstol, que él estaba decepcionado al sentirse solo. Todos lo abandonaron, nadie le acompañó ni lo defendió, al grado que él expresa, intercediendo por ellos: “no les sea tomado en cuenta”. Sin embargo, no desmayó su ánimo y encontró en Dios una enorme fortaleza y confianza, sintiendo a Dios a su lado y experimentando la victoria de Dios sobre Satanás. En esta experiencia vivida por el apóstol Pablo, sentimos en sus palabras ese poder y esa confianza tremenda en Dios, que aquel hombre fiel experimentó en su vida.

Esta, sólo es una pequeña muestra de lo que Pablo vivió, a lo largo de su sacrificada vida, él vio como Dios lo libró de todo mal, inclusive en sus enfermedades, en azotes, en cárceles, en peligros de muerte, en naufragios, apedreado, en peligros de ladrones, peligros entre falsos hermanos, en hambre, sed, en muchas necesidades, en escasez, etc. Pero todo lo resume en estas hermosas palabras de fe: “Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte (2 Co. 12:10).

Mi amado hermano, si aquel hombre -Pablo- estuvo de pie, por el poder de Dios e impulsado por su tremendo amor a Cristo Jesús, ¿no crees que debemos imitar semejante ejemplo de fe en Cristo? No sé cuál pueda ser la adversidad que en este momento agobia tu vida. No sé cuál pueda ser la experiencia que estás viviendo, ¿enfermedad, escasez, menosprecio, disciplina, no tienes trabajo, te sientes desamparado, aislado, endeudado, desesperado por los problemas del hogar o con tu pareja?

En fin, hay tantas adversidades que ahogan tu existencia y atentan contra tu estabilidad espiritual. Pero: “No desmayes en medio de la prueba, sigue firme creyendo en el Señor; y a su tiempo él te ayudara”. Y sentirás su mano poderosa sosteniéndote en pie ante la adversidad. El Señor Jesús les dijo a sus discípulos: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Jn. 16:33).

Como seres humanos débiles que somos, es natural que experimentemos esos momentos de fragilidad. Pero Dios los permite con el propósito de dar a conocer al creyente su poder, su inmensa misericordia y bondad. Y de esta forma corregir y perfeccionar nuestra vida delante de él y de los hombres. Por esto, Jesucristo insistió a sus discípulos: “No se turbe vuestro corazón (…) ni tenga miedo, creéis en Dios, creed también en mí” (Jn. 14:1 y 27).

         Este último domingo tuvimos la hermosa experiencia de visitar a nuestra amada hermana Juventina Paz, quien está postrada en su lecho de enfermedad. Físicamente hablando está muy delicada; pero espiritualmente, es un ejemplo vivo de fe y esperanza en su Salvador Jesucristo. Hablamos de su posible partida a la presencia de Dios de una forma tan tranquila y feliz, que le decíamos: “cuando me toque partir a mí, al llegar allá, la buscaré”. Y ella muy risueña contesto: “lo voy a estar esperando hermano”. En sus palabras no había miedo ni angustia, sino plena confianza, como alguien que está preparada para su encuentro con su creador y Salvador.

Mi querido hermano, que nadie te mueva de tu confianza en Dios. “Sé fiel hasta la muerte, y Dios te dará la corona de la vida”. Que Dios te sostenga de pie y en victoria. Amén.