Nuestro Señor Jesucristo vino a enseñarnos el valor tan grande de amar a Dios y guardar sus mandamientos. En una ocasión, un intérprete de la ley preguntó para tentarle: “Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento en la ley? Jesús le dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (Mt. 22:36-40). Para desarrollar una buena relación con Dios necesitamos entender que la base es el amor y la amistad.

         Desde que Dios escogió a Israel, le instruyó por medio de Moisés para mostrar el camino correcto. Y tenía una dedicatoria a la familia en el hogar, para dar testimonio de obediencia y amor, leamos: “Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes” (Dt. 6:5-7).

Pero Israel no cumplió, a pesar de los milagros para su liberación de Egipto, pasando el mar Rojo con la ayuda de Dios y viviendo en el desierto durante cuarenta años. Siendo la muerte, el final de los rebeldes; y pasando a la tierra prometida, la juventud nacida en el desierto, los que oyeron y obedecieron a Moisés. No olvidemos que la amistad del mundo es enemistad contra Dios. Y Salomón nos afirma esto al decir: “…Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre” (Ec. 12:13).

Por eso trabajamos continuamente y damos gracias a Dios por los retiros juveniles que se han realizado, con la esperanza de ver las manifestaciones del Espíritu Santo, y para que los asistentes continúen buscando esa llenura. Esto se verá, si en el hogar se estudia la palabra. Porque la fe viene por el oír y estudiar la palabra de Dios. Porque el amor a Dios y al prójimo se está enfriando y la ciencia, como está escrito, se está acelerando.

Pablo, de enemigo a amigo

“Pero aconteció que yendo yo, al llegar cerca de Damasco, como a mediodía, de repente me rodeó mucha luz del cielo; y caí al suelo, y oí una voz que me decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Yo entonces respondí: ¿Quién eres, Señor? Y me dijo: Yo soy Jesús de Nazaret, a quien tú persigues. Y los que estaban conmigo vieron a la verdad la luz, y se espantaron; pero no entendieron la voz del que hablaba conmigo (…) Y el Señor me dijo: Levántate, y ve a Damasco.

         Entonces uno llamado Ananías, varón piadoso según la ley, que tenía buen testimonio de todos los judíos que allí moraban, vino a mí, y acercándose, me dijo: Hermano Saulo, recibe la vista. Y yo en aquella misma hora recobré la vista y lo miré. Y él dijo: El Dios de nuestros padres te ha escogido para que conozcas su voluntad, y veas al Justo, y oigas la voz de su boca. Porque serás testigo suyo a todos los hombres, de lo que has visto y oído. Ahora, pues, ¿por qué te detienes? Levántate y bautízate, y lava tus pecados, invocando su nombre” (Hch. 22:6-16).

¿Qué nos muestra este testimonio? El amor de Dios tan grande para alguien que buscaba la destrucción de los cristianos, sirviendo al que mata, roba y destruye (Satanás). En esa humillación de Saulo, el Señor Jesucristo le dice: Ve a Damasco y se te dirá lo que tienes que hacer (eso es gracia y amor). Y con amor fue conducido para oír a Ananías, quien le dijo: Hermano Saulo, recibe la vista. Y agregó: El Dios de nuestros padres te ha escogido para que conozcas su voluntad, y veas al Justo, y oigas su voz.

Pablo con el Espíritu Santo y la palabra, nos sostiene la revelación de Dios que se encuentra al leer o escudriñar sus escritos desde el Libro de Romanos hasta Filemón, ya que en el testimonio de su conversión nos dio a conocer su humillación y posteriormente, la llenura del Espíritu Santo. A los que desean servir al Señor y al prójimo, en especial a la juventud, las reuniones en el hogar como lo estableció Moisés deben practicarse, evitando los afanes por comida, bebida y vestido, que hacen olvidar la justicia. Por ello, la palabra nos recuerda: “Y se cumplió la Escritura que dice: Abraham creyó a Dios, y le fue contado por justicia, y fue llamado amigo de Dios” (Stg. 2:23).

El Señor Jesús, antes de ir a la cruz le dice a sus discípulos: “Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer. No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros, y os he puesto para que vayáis y llevéis fruto, y vuestro fruto permanezca; para que todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre, él os lo dé” (Jn. 15:14-16).

Por amor, nuestro Señor dio su vida para ser crucificado allá en el Gólgota, derramando su sangre para justificarnos de la condenación que merecíamos cada uno de nosotros. Y hoy nos invita a valorar ese sacrificio, buscando la amistad con Cristo, al negarnos a nosotros mismos, tomar la cruz, y seguir al Señor. Confiemos y creamos en nuestro buen Dios. Que el Señor les bendiga. Amén.