Aunque no llegamos a entender muchas cosas y misterios espirituales, dentro del contexto de un cuerpo eminentemente físico como el nuestro, creo que hoy, con la ayuda maravillosa del Espíritu Santo, veremos cuál es verdaderamente nuestra realidad respecto al alma, en sus orígenes y principios. Siendo que el alma es la esencia de nuestra misma existencia, pues como seres creados tenemos un génesis dentro de la creación divina de todas las cosas existentes.

La Biblia nos describe de una manera clara, comprensible y elocuente, ese proceso divino, leamos: “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Gn. 2:7). Esto es fascinante, porque en el primer paso, Dios toma del polvo. Esto habla de elementos físicos como: sodio, potasio, cloro, hierro, cinc, magnesio, etc. Y estos, debidamente ordenados y organizados por la inteligencia divina, forman células, tejidos, órganos, sistemas, etc.

Pero hasta aquí, no hay alma ni nada que evidencie vida. Hasta que Dios, personalmente, sopla en la nariz de aquel “muñeco de polvo” o “ser inerte”. ¿Un soplo? Sí, un soplo. Entiéndase, la ministración o inclusión del alma en ese cuerpo físico, que constituye «la vida en esencia». El inicio de funciones y acciones vitales como respirar, el palpitar del corazón, activación del cerebro, riñones, etc., así como su personalidad integral, bajo la imagen y semejanza de Dios. Y de aquí, además lo intangible: el raciocinio, los pensamientos, emociones, carácter, identidad, impulsos, entre otros.

Y allí, en ese momento se manifiesta el mismo Dios en Cristo, leamos: “En el principio era el Verbo (Cristo), y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres” (Jn. 1:1-4). En esta porción podemos entender, además, la unicidad granítica y perfecta del Padre con el Hijo. Y por eso podemos asegurar que: «Cristo es la vida de mi alma». Por tanto, a él nos debemos por siempre y para siempre.

Este relato histórico, inspirado y revelado a Moisés en el Génesis, mediante el Espíritu Santo, nos debe de llevar a comprender que somos parte de Dios mismo en nuestra esencia a través del alma, la cual constituiría en adelante, lo más importante del hombre. Porque somos, potencialmente y según su formación y designio divino, los que estaremos formando parte de los seres que acompañaremos a Dios en su reino por la eternidad.

Qué hermoso es entender de dónde venimos y a dónde vamos. Sin embargo, ante la advertencia de Dios: “El alma que pecare, esa morirá…” (Ez. 18:20), y ante la desobediencia del hombre, la palabra se cumple y todos estábamos: “…muertos en vuestros delitos y pecados…” (Ef. 2:1). Además, leamos: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Ro. 5:12). La palabra es fiel y verdadera; y todas las almas indefectiblemente murieron, pues ya había una condena definitiva.

Sin embargo, el amor a nuestras almas creadas por él es tan grande, que Dios mismo en Jesucristo, decide sufrir la condena para nuestras almas en él mismo; cargando en su cuerpo y por su muerte, el precio único y aceptable en alguien que nunca conoció pecado, en pago por nuestras rebeliones, leamos: “Porque también Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios…” (1 P. 3:18). Además: “Porque si siendo enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, mucho más, estando reconciliados, seremos salvos por su vida” (Ro. 5:10).

Habiendo sido aceptada por Dios la ofrenda por el pecado y bajo la aceptación de parte nuestra por la fe, nos queda muy claro que: “Nosotros sabemos que hemos pasado de muerte a vida…” (1 Jn. 3:14). Siendo que él murió, pero también resucitó. Y tenemos hoy la oportunidad de pasar de muerte a vida. Pero ¿quién o qué? Pues «nuestra alma», ya que la carne tuya y mía, de ninguna manera será rescatable en esta dimensión, sino hasta tener “cuerpos glorificados”, ya que dice la Escritura: “…y el polvo (el cuerpo) vuelva a la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio” (Ec. 12:7). Además: “Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción” (1 Co. 15:50).

Tenemos que comprender que hoy, mediante Jesucristo, nuestra alma cobra vida. Ya que, al ser perdonado el pecado en nosotros, queda anulada el acta de los decretos que nos condenaba a la muerte, que es la separación eterna de Dios en el infierno, creado para Satanás, sus ángeles y para todas aquellas almas que, habiendo tenido la oportunidad de la amnistía divina, despreciaron la única oportunidad mediante el plan divino para salvación.

Amado hermano y lector a quien Dios hace el llamado claro para el perdón de pecados. Hoy es el tiempo y la única oportunidad de pasar de muerte a vida para tu alma, aceptando a Jesucristo y su gracia. Ya que sólo él es: «la vida de mi alma» pues Cristo nos aparta, con el soporte del Espíritu Santo, de nuestra vieja manera de vivir. Porque el que está en Cristo: “…nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Co. 5:17). Que Dios nos guíe hasta el final, para estar con él por la eternidad. Amén y Amén.