“Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora (…) Vi más debajo del sol: en lugar del juicio, allí impiedad; y en lugar de la justicia, allí iniquidad. Y dije yo en mi corazón: Al justo y al impío juzgará Dios; porque allí hay un tiempo para todo lo que se quiere y para todo lo que se hace” (Ec. 3:1 y 16-17). El tiempo, mis queridos hermanos, es un valor intangible pero muy real, que afecta a todo lo que se mueve y existe en el universo creado por Dios. Nada ni nadie se escapa de su ineludible influencia.

Cada día se suman millones de acontecimientos: pequeños, medianos y grandes, que afectan de diferentes maneras a los que están involucrados en ellos. Y sin saberlo ni medirlos, todos van encaminados hacia una dirección, que es el cumplimiento de profecías que Dios reveló a sus siervos los profetas. Pero Dios, en su inmensa misericordia para con los hombres, no nos ha dejado a la deriva, sino que estableció señales bien definidas en las profecías contenidas en la Biblia, las cuales fueron anunciadas por sus profetas, mediante la inspiración de su Santo Espíritu. Para que anticipadamente advirtieran a los creyentes de los acontecimientos que vendrían en el futuro.

Esto se aplica tanto en la dispensación de la ley (Antiguo Testamento), como en la dispensación de la gracia (Nuevo Testamento). En esta última, se narra el cumplimiento maravilloso de diversas profecías anunciadas muchos siglos antes, leamos: “Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos” (1 P. 1:10-11).

          Todo tiene su tiempo, Dios es un Dios de orden y no de casualidades ni acontecimientos fortuitos; en él no hay ni buena ni mala suerte. Un día, explicando a sus discípulos sobre el cumplimiento de las señales de los tiempos del fin, el Señor Jesús les dijo lo siguiente: “Pero del día y la hora (en que se cumplirán estas señales) nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino sólo mi Padre” (Mt. 24:36). En algunos manuscritos antiguos añaden que: “ni aun el Hijo” sabe el día ni la hora.

Ese misterio está reservado sólo en el corazón de nuestro Dios y ningún mortal se puede preciar de saber semejante misterio -el día y la hora-. El que lo hace, lo está haciendo de manera abusiva, irrespetuosa y temeraria. Porque si el Padre no se lo reveló ni siquiera a su amado Hijo, ¿quién más podría merecer semejante gloria? No obstante, Dios en amor a sus escogidos, deja en las Sagradas Escrituras el registro de las señales y acontecimientos que han de suceder en la tierra, previos a su venida para hacer justicia y juicio. Los santos recibirán su recompensa merecida; así como los impíos el castigo por sus impiedades pecaminosas.

Antes de ascender a los cielos, el Señor Jesús les respondió a sus discípulos una pregunta profética que le hicieron, y les dijo: “…No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad; pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hch. 1:7-8).

Observe cuidadosamente la secuencia de estos hechos: los discípulos no tenían el Espíritu Santo cuando le hicieron la pregunta al Señor Jesús. Y él les respondió que ellos no eran capaces en ese momento, de saber esos misterios que están escondidos en el Padre. Pero de inmediato les anunció que recibirían la unción del Espíritu Santo de Dios y entonces anunciarían el evangelio con poder y sus vidas darían testimonio de la presencia del Espíritu Santo en ellos.

Dios derramó de su Santo Espíritu a su iglesia, para ser guiados en este mundo y poder entender su palabra, que contiene señales que advierten a los cristianos la proximidad del cumplimiento de sus promesas, leamos: “Velad, pues, porque no sabéis a qué hora ha de venir vuestro Señor (…) Por tanto, también vosotros estad preparados; porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis” (Mt. 24:42 y 44). Y más adelante vuelve a enfatizar: “Velad, pues, porque no sabéis el día ni la hora en que el Hijo del Hombre ha de venir” (Mt. 25:13).

Mi amado hermano, los hombres se preocupan por crear aparatos que puedan percibir indicios de la aproximación de algún fenómeno natural destructivo como: maremotos, terremotos, huracanes, tormentas ciclónicas, tornados, etc., para poder advertir a la gente del riesgo mortal que se aproxima, y así tomar las medidas precautorias y evitar la tragedia. Cada día, conforme la ciencia avanza, esos instrumentos se perfeccionan más, y se han logrado evitar muchas pérdidas humanas.

Y a pesar de todas las advertencias, muchísima gente no le pone sentido y sufren las consecuencias de su indiferencia. Mi querido hermano, Dios viene advirtiendo al hombre desde hace siglos y el hombre no le cree a Dios. Sucedió en el diluvio; sucedió en Sodoma y Gomorra; le aconteció a Israel en la invasión a Jerusalén, en el año 70 después de Cristo; y lamentablemente les sucederá a millones de cristianos en la venida de Jesucristo por su iglesia y tendrán que sufrir las consecuencias de su dureza de corazón, y se lamentarán por no haber creído.

Mi querido hermano, el tiempo se acaba para alcanzar la salvación y la puerta está por cerrarse. ¿Estás velando legítimamente, estás preparado? Que el Señor Dios todo poderoso derrame de su Santo Espíritu, y llene tu lámpara de aceite. No te duermas, es demasiado peligroso. Que Dios te bendiga y te sostenga fiel hasta el final. Amén.