Amados lectores y hermanos: dentro del bregar de la vida, en medio de pasiones, emociones, sentimientos ilusorios, etc., de pronto nos vemos envueltos en la terrible vorágine del feroz y mortal pecado. El pecado no sólo nos destruye en el momento de su concepción o culminación, sino que deja una de las más peligrosas secuelas indelebles, en cuanto a nuestro fracaso dentro de nosotros mismos; y tal vez muy dentro, en cuanto a haber fallado a Dios.

Y sumado a esto, el daño por la acusación de nuestro mayor enemigo a muerte, que es el acusador, Satanás, quien luego de provocarte mediante estímulos sensoriales y aún más, en la psiquis misma, mediante mensajes subliminales y trampas ideológicas o figuras fantasiosas, él mismo te acusará en lo más íntimo, para bloquear dentro de ti toda esperanza de restauración.

Satanás bloqueará todo acceso o salida. Y usará el canal mismo que en su momento le pertenece a Dios, el cual se llama conciencia, no para hacerte reflexionar para arrepentimiento, sino para condenarte. Y serás tú mismo, como un efecto destructor “autoinmune” (término usado en algunas enfermedades como el “Lupus Eritematoso” y otras).

Estas extrañas dolencias del ser humano, consisten en que sus mismas células (glóbulos blancos o linfocitos) encargados de defender al cuerpo humano en contra de algunos agentes patógenos del exterior, por alteraciones inespecíficas, estos mismos atacan y destruyen las células sanas del mismo hombre, provocándole aún la muerte. ¡EXTRAÑO, VERDAD! Así es, pero cierto. Entonces, bajo la figura anterior, comprendamos que la conciencia tomada astutamente por el enemigo, provocará en nosotros enfermedad, dolor, detrimento y aun la muerte espiritual.

La acusación continua nos hace perder toda esperanza de libertad. Y en esa depresión o estado anímico, se pierde toda oportunidad positiva. Al final, se tomará como la única salida: el pecar y pecar en un círculo vicioso de vanidades, falsedades y pasiones. Tal es el caso del alcoholismo, la drogadicción, la prostitución, el sexo desordenado, la molicie, la avaricia, la egolatría, todo esto y más, como una verdadera «válvula de escape emocional, inclusive espiritual». Y dentro de toda esta gama de perversidades, la religión misma se presenta como una alternativa ideal, la cual al final será transmitida realmente mediante argumentos utópicos y fantasías, las cuales funcionarán al final como una nueva “droga alternativa”.

¿Por qué digo esto? Porque la religión en sus verdaderas bases, mediante conceptos, creencias o interpretaciones humanas, no mediante la intervención y revelación del Espíritu Santo, únicamente “acalla la conciencia”. Esto es: aplacar, tranquilizar, calmar ansiedades. Sin embargo, luego de salir de los ámbitos “espiritualistas” o “cultos religiosos”, los mismos males y acusaciones vendrán por la conciencia atrapada por el maligno a la mente, con sus consiguientes resultados de desmotivación, depresión y dolor, ante las mismas acusaciones o culpa por el pecado, el cual no ha sido abolido.

Bíblicamente, ante tales verdades en cuanto a las estrategias satánicas, qué importante es considerar que necesitamos en primer lugar ser limpiados del pecado, por la fe en Cristo Jesús, leamos: “El siguiente día vio Juan a Jesús que venía a él, y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que «quita el pecado» del mundo” (Jn. 1:29). También leamos: “Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (Jn. 14:6). Luego que, por aceptar mediante Jesucristo la gracia Divina, actuamos en fe voluntariamente y nos bautizamos en agua, en señal de declararme culpable e incapaz por mí mismo de ser fiel. Entregando mi voluntad a aquel en quien creí, con la esperanza en él y sólo en él, de un «perdón total» y una restauración completa.

En esa secuencia de hechos, siempre por fe y por la gracia Divina, hemos de recibir el Espíritu Santo, el cual nos “reactivará” la conciencia que es ahora, en y con Cristo, el canal que originalmente corresponde a Dios. Ya no para condenarme, sino para redargüirme. Concientizándome en un pleno concepto de la verdad, mediante el conocimiento de las Escrituras, para comprender el valor de conocer y distinguir entre el bien y el mal. Y de poder corregir mis errores, en plena certeza, para crecimiento de mi alma y la buena comunión con Dios.

Todo este proceso evolutivo y de metamorfosis, se consigue además al confesar y descargarnos de todo peso de pecado. Leamos: “El que encubre sus pecados no prosperará; Mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia. Bienaventurado el hombre que siempre teme a Dios; Mas el que endurece su corazón caerá en el mal” (Pr. 28:13-14).

Qué experiencia más hermosa el contener dentro de nosotros una «limpia conciencia». Esto nos da libertad, soltura, paz, felicidad, gozo, holgura, etc. Esto, en cuanto a todo lo relacionado con la verdad que está en Dios, a lo cual el apóstol expresa: “Entonces Pablo, mirando fijamente al concilio, dijo: Varones hermanos, «yo con toda buena conciencia», he vivido delante de Dios hasta el día de hoy” (Hch. 23:1). Además, leamos: “…teniendo esperanza en Dios, la cual ellos también abrigan, de que ha de haber resurrección de los muertos, así de justos como de injustos. Y por esto «procuro tener siempre una conciencia sin ofensa» ante Dios y ante los hombres” (Hch. 24:15-16).

Concluimos entonces: que sólo con el conocimiento, el entendimiento y la práctica de la verdad transmitida por las Sagradas Escrituras y con la intervención dentro de nosotros del Espíritu Santo, seremos capaces de aplicar a una limpia conciencia. Y con ello, una plena confianza de salvación, para una eternidad junto a la «verdad absoluta» que está únicamente en el Eterno y buen Dios, a quien sea toda honra, gloria y alabanza por los siglos de los siglos. Que Dios les bendiga. Amén y Amén.