Por la importancia de la familia y lo que se viene desarrollando en el mundo, extraemos lo siguiente, de una columna reciente en un periódico nacional: La familia está bajo asedio constante. Los valores que han sostenido a la familia están desafiados por los bombardeos que surgen en los medios de comunicación, el cine y las redes sociales, poniendo a prueba los pilares de nuestra sociedad, promoviendo el aborto y la diversidad de género. La erosión de los principios morales a través de las películas, programas de televisión y políticas educativas, introducen el mal en las nuevas generaciones. Los niños reciben programas que promueven las ideologías de género.

La familia es el núcleo donde el niño recibe valores y virtudes para desarrollarse en sociedad. Es el primer y más esencial entorno de aprendizaje, amor y apoyo. Es una cuestión de supervivencia cultural y social. La Constitución de nuestro país protege la vida desde su concepción, reconociendo a la familia como el eje central de la sociedad. Es una convicción arraigada en el pueblo frente a las presiones externas y las corrientes que buscan minar estos principios. Es imperativo mantenernos firmes y vigilantes.

Las iniciativas de ley que socaban la estructura familiar deben ser observadas críticamente. Miremos los ejemplos de sociedades que abandonan los valores morales y enfrentan crisis de identidad, de cohesión social, aumentando la drogadicción y criminalidad. Evitemos la maldición de nuestros hijos. Extracto de la columna: “Defensa de lo más sagrado: la familia”, por Eduardo Girón, Prensa Libre, 27 de abril de 2024.

Ante las condiciones actuales de los hogares modernos y de la familia, y con el propósito de buscar el freno ante el caos que se está viendo en otros países, deseamos que la iglesia busque en la palabra del Señor, lo que debemos hacer en los hogares. Dios ama al mundo y dice a sus discípulos: “Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos” (Mt. 19:14). ¿Será que nosotros pensamos y hacemos así?

Recordemos a la madre y abuela del joven Timoteo, quien llegó a ser un fiel colaborador de Pablo. En el Antiguo Testamento, Josué menciona cómo formó a sus hijos para servir, leamos: “Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis; si (…) a los dioses de los amorreos en cuya tierra habitáis; pero yo y mi casa serviremos a Jehová” (Jos. 24:15).

La cabeza del hogar y de la familia, debe mostrar su lealtad a Dios. Como ejemplo tenemos a nuestro Señor Jesucristo, quien dijo: “Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis. Mas si las hago, aunque no me creáis a mí, creed a las obras, para que conozcáis y creáis que el Padre está en mí, y yo en el Padre” (Jn. 10:37-38). En esto se evidencia que debemos morir y ser bautizados, para hacer la obra de Dios en el mundo.

La palabra de Dios, es de suma importancia para su iglesia, porque es nuestra guía y nuestra ayuda, leamos: “Lámpara es a mis pies tu palabra, Y lumbrera a mi camino” (Sal. 119:105). Por ello tenemos reuniones para adorar a Dios y escuchar la sana doctrina. Para conocer la verdad que nos liberta de este mundo que está bajo el maligno. Por eso sentimos la necesidad de reunirnos en el hogar, para escudriñar las Escrituras, buscando servir con la esperanza de vida eterna.

Si en casa leemos, reflexionamos y entendemos la palabra, entonces habrá bendición. No hay condenación si estamos en el Señor, pues somos justificados, teniendo el poder de Dios para no ocuparnos en las cosas de la carne sino del Espíritu. Y recordando la promesa, que a los que amamos a Dios todas las cosas nos ayudan a bien.

Para los que estamos en el mundo, luchando contra lo malo que hacíamos y siendo movidos por la conciencia para humillarnos, muriendo al mundo, a la carne, para el nuevo nacimiento, para tomar la cruz que nos permite ser nuevas criaturas, tenemos esta promesa, leamos: “Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis, y os será hecho” (Jn. 15:7). Así experimentamos las promesas: Amando a Dios y amando al prójimo, empezando en el hogar con el cónyuge, los hijos, los nietos y ese círculo familiar cercano.

Mis amados hermanos, la solución a la degeneración final que estamos viviendo sólo se encuentra en la palabra de Dios y en sus principios sabios y eternos. Y para vivirlos, necesitamos la llenura del Espíritu Santo. Por ello, vivamos y traslademos con nuestro testimonio esa nueva forma de vida. Esperando la resurrección o el rapto para gozar de un cielo nuevo y una tierra nueva en donde mora la justicia. Que Dios les bendiga. Amén.