El pueblo de Israel sufrió, cuando tomó el gobierno de Egipto un Faraón que no supo lo que realizó José siendo gobernador, en favor de ellos. Este Faraón presionó a los israelitas, quienes estaban bajo esclavitud y agravó esa condición, eliminando a los niños varones que nacían para evitar su crecimiento en cantidad. En ese período nació Moisés, criado y escondido tres meses en la casa paterna. Y para evitar la muerte, fue expuesto ante la hija del Faraón, quien lo recogió y lo crió como a un hijo, recibiendo todo el conocimiento egipcio de esa época. Al cumplir 40 años, visitó a sus hermanas y pasó a vivir como extranjero en Madián, engendrando dos hijos (lea Hechos 7:20-29).

Jehová escuchó los lamentos de Israel y envió a Moisés y Aarón, para exponer a Faraón la liberación de Israel. Ante la dureza de Faraón, Dios envió las plagas como un castigo a Egipto. Todo esto concluyó con la muerte de los primogénitos de Egipto. Y esto movió a Faraón a dar la liberación al pueblo que clamó a su Dios. Salieron y cruzaron el Mar Rojo para llegar al desierto, donde Dios proveyó a esa población el maná y  el agua de la roca.

Jehová reunió a Israel en el desierto de Sinaí y le dio a Moisés el mensaje para su pueblo: “…si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra” (Ex. 19:5). En lo anterior, vemos el amor de Dios para con Israel. Y el juicio y castigo para Egipto, al enviar esas plagas por su maldad y dureza, perdiendo aun a los primogénitos. Y además, la muerte del ejército que siguió a Israel, quedando aniquilados en el Mar Rojo.

La enseñanza es para la humanidad y para la iglesia, porque Dios es justo y no hace acepción de personas. Los israelitas que fueron liberados, no valoraron ni entendieron el amor y el poder de Jehová; y quedaron muertos en el desierto. Pasaron a Canaán los nacidos en el desierto, guiados por Josué y Caleb. La palabra nos dice: “A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron. Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios…” (Jn. 1:11-12).

Israel recibió el favor de Dios y también sus mandamientos, leamos: “…y hago misericordia a millares, a los que me aman y guardan mis mandamientos” (Ex. 20:6). Y agrega: “Honra a tu padre y a tu madre, para que tus días se alarguen en la tierra que Jehová tu Dios te da” (V. 12). El Señor a la iglesia dice: “Porque Dios mandó diciendo: Honra a tu padre y a tu madre; y: El que maldiga al padre o a la madre, muera irremisiblemente” (Mt. 15:4).

Un intérprete de la ley preguntó sobre el principal mandamiento y la respuesta del Señor Jesús fue: “…Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (Mt. 22:37-40).

Si oímos en la congregación, pero en casa no se reflexiona sobre nuestra conducta, manifestaremos falta de amor a Dios y al prójimo. El Señor dice a su pueblo: “Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón;  y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes” (Dt. 6:5-7).

Dios no cambia, así como tampoco su palabra. Pero el oírla y entenderla nos cambia, para no temer a las cosas que se están experimentando. Por eso dice: “Y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”. Job, inspirado por Dios, nos aconseja: “…He aquí que el temor del Señor es la sabiduría, Y el apartarse del mal, la inteligencia” (Job. 28:28).

David nos dice: “Servid a Jehová con temor, Y alegraos con temblor” (Sal. 2:11). “El ángel de Jehová acampa alrededor de los que le temen, Y los defiende” (Sal. 34:7). Dios nos llama para oírle, recibir fortaleza y aumentar nuestra fe que agrada a Dios, leamos: “Venid, hijos, oídme; El temor de Jehová os enseñaré” (V. 11). En el Señor, si le amamos, todo lo que vivamos y experimentemos será para bien de nuestra alma.

Salomón nos dice: “El temor de Jehová es enseñanza de sabiduría; Y a la honra precede la humildad” (Pr. 15:33). Y finaliza en Eclesiastés con estas palabras: “…No hay fin de hacer muchos libros; y el mucho estudio es fatiga de la carne. El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre” (Ec. 12:12-13).

Gracias Señor por tu iglesia que no toma la forma del mundo. Gracias por la palabra que vive y permanece para siempre. Y gracias por el alimento del alma que tú has enviado para vivir, muriendo al mundo y a la carne. Amén.