Cada ser humano, como parte de un plan perfecto de Dios, está constituido entre otras virtudes, de una mente creativa, proactiva, con propósitos y proyecciones diversas, las cuales son para los materialistas sus verdaderas motivaciones existencialistas. Y desde que este ser perdió la conexión con Dios, “murió” como le fue anticipado, leamos: “El alma que pecare, esa morirá…” (Ez. 18:20). Llámese muerte, a la separación entre el creador y su criatura.

Ante esta situación, la única alternativa es “superarse” según el hombre, mediante la adquisición y posesión de “cosas” y satisfactores, para su pobre y carnal naturaleza. Esto es todo aquello que puede evaluar y valorar con sus cinco sentidos, aunado a sentimientos, emociones, pasiones e instintos. Todo aquello generó al final, la pérdida y percepción de otros valores intangibles y eternos, los cuales son la fuente verdadera de la vida a todo nivel.

Qué decir de esa particular situación, la cual todos heredamos como extensión adámica. Éramos sin Dios, como seres humanos, “cadáveres deambulando”, aunque con alguna reserva temporal de vida biológica, sin esperanza de transcender a nada más que sobrevivir, mientras se define o llega la muerte final. ¡Triste verdad, pero real!

Entonces, si este espacio de tiempo que se llama vida es la única posibilidad de existencia, bien que logró el maligno hacer caer en la trampa al primer Adán. Esto es bien claro y evidente, ya que el mundo entero bajo el dominio satánico, bajo la premisa: “tú puedes ser como Dios” y bajo una influencia directa hacia Eva, le entregó la oportunidad de probar del: “árbol del conocimiento del bien y del mal”. “Árbol codiciable para alcanzar sabiduría”.

Satanás extendió su mano y otorgó este “aparente bien”. Lo que no advirtió el hombre es que, a cambio de este supuesto beneficio, tendría que entregar todo esfuerzo con pasión, ahínco extremo y entregar todo su tiempo, traducido en tiempo de vida. Y en esta fatal aventura inicia la competencia desleal entre toda la generación humana, la cual sin escrúpulos, genera verdaderos campos de batalla en la lucha por obtener y acumular, bajo un espíritu de avaricia, todo lo que pueda. Perdiendo por completo la noción de lo que es realmente la vida.

Dicen las Escrituras: “Todas las cosas son fatigosas más de lo que el hombre puede expresar; nunca se sacia el ojo de ver, ni el oído de oír” (Ec. 1:8). Además dice: “Porque en la mucha sabiduría hay mucha molestia; y quien añade ciencia, añade dolor (V. 18). Esto significa que el profundizar extensamente en el conocimiento del mundo en que vivimos, en sus satisfactores y sus variantes, nos lleva a un sufrimiento y frustración; ya que al final, todo esto es superfluo y vanidad, todo degenera y perece.

Luego, la frustración es una respuesta emocional, pero real; relacionada con la ira y la decepción, que surge ante el incumplimiento de lo buscado. Y a mayor bloqueo de sus proyectos, más y más frustración; generando desde una tristeza, hasta una profunda depresión. Y algunos, en este estado, buscan culpables de sus fracasos, arremetiendo indiscriminadamente y sin razón aparente, contra todo probable causante de su estado de fracaso.

Esto algunas veces provoca reacciones violentas, calumnias, envidias, acciones despectivas y hasta de venganza o agresión física o emocional, buscando herir y lastimar. Pareciera saciar cierto espacio en la insatisfacción y esto es una verdadera obra satánica, ya que el alma se enferma y se desubica. Recordemos que nada humano o material, puede llenar el vacío de Dios en el alma, que viene no de la práctica de religiones, sino de la extraordinaria experiencia de nacer de nuevo, mediante la obra del Espíritu Santo en nosotros. Creando seres libres, felices, satisfechos, llenos de plena paz, sin prejuicios ni ansiedades, dispuestos a ceder y a amar aun a los agresores o enemigos.

Bajo el entendido que nada físico llena realmente, siempre queremos más y más. Dice la Escritura: “La sanguijuela tiene dos hijas que dicen: ¡Dame! ¡dame! Tres cosas hay que nunca se sacian; Aun la cuarta dice: ¡Basta! El Seol, la matriz estéril, La tierra que no se sacia de aguas, Y el fuego que jamás dice: ¡Basta!” (Pr. 30:15-16).

Amado hermano y amigo, una buena pregunta sería: ¿cómo salir de las fauces de la frustración? La mejor respuesta es: hay una sola salida, la cual no es humana, sino celestial y eterna. Y es precisamente, tener un reencuentro con Dios nuestro creador, el cual delegando a su Hijo Jesucristo, nos presenta vivencialmente el antiguo, pero nuevo proyecto. Este consiste en que por el ejemplo de Cristo, seamos capaces de renunciar a las propuestas satánicas de autosuficiencia y autocomplacencia. Para asirnos y aferrarnos al “árbol de la vida” que es el mismo Cristo Jesús.

Por medio del perdón de nuestros pecados y en un acto de fe, amor y en el conocimiento de la palabra, iniciamos una nueva carrera en el Espíritu, en donde encontremos los verdaderos valores en Dios. Valores que sí son capaces de satisfacer plenamente el alma con propósitos y proyección a la eternidad, dice la Palabra: “¿Por qué gastáis el dinero en lo que no es pan, y vuestro trabajo en lo que no sacia? Oídme atentamente, y comed del bien, y se deleitará vuestra alma con grosura…” (Is. 55:2). También dice: “Deléitate asimismo en Jehová, Y él te concederá las peticiones de tu corazón” (Sal. 37:4).

Concluimos entonces, que cuando sea Dios el que llene plenamente nuestros espacios de necesidad, terminará cualquier grado de frustración. Y seremos siempre y para siempre felices con él y para él. ¡Que Dios te bendiga y nos haga libres! Así sea. Amén y Amén.