Dios quiere que le conozcamos, que le amemos y que le sirvamos con fe; esa fe verdadera que viene por el oír su palabra. Y que además, cuando la oímos y entendemos, nos lleva a morir al mundo, a la carne y a las pasiones; esto es un verdadero milagro que sólo proviene de lo alto. El Señor nos muestra el camino para soportar las aflicciones y las adversidades, y para dejar atrás los afanes y el engaño de las riquezas. Sólo con el poder del Espíritu Santo, daremos un buen testimonio en el hogar, con la familia, en el trabajo, o en el centro educativo.

Es importante entender que uno de los fracasos de Israel, fue el menosprecio que dieron a las enseñanzas y a la oportunidad de salvación que Dios les dio. Como ejemplo, tenemos los mandamientos que se deben conocer y compartir en el hogar todos los días, en la familia; recordándolos en todo momento: al levantarse, al acostarse y andando por el camino. Y Salomón lo resume de la siguiente manera: “El fin de todo el discurso oído es este: Teme a Dios, y guarda sus mandamientos; porque esto es el todo del hombre” (Ec. 12:13).

         El trabajo y los estudios, son recursos que están en el mundo y que son temporales, lo que nos toca es buscar la guianza de Dios, en medio de ellos, para seguir lo verdadero y eterno. Isaías nos habla sobre esto, diciendo: “…toda carne es hierba, y toda su gloria como flor del campo. La hierba se seca, y la flor se marchita, porque el viento de Jehová sopló en ella; ciertamente como hierba es el pueblo. Sécase la hierba, marchítase la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre” (Is. 40:6-8).

La mayoría de los hombres y mujeres sobre esta tierra, dedican su vida a la búsqueda de las riquezas, la fama, el reconocimiento, etc., cosas materiales que son perecederas. Pero es importante reflexionar en la palabra que dice: “…No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir (…) Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mt. 6:25 y 33). El pueblo de Dios trabaja en el fortalecimiento de los valores espirituales.

Tomemos como iglesia este pasaje para nosotros: “El hermano que es de humilde condición, gloríese en su exaltación; pero el que es rico, en su humillación; porque él pasará como la flor de la hierba. Porque cuando sale el sol con calor abrasador, la hierba se seca, su flor se cae, y perece su hermosa apariencia; así también se marchitará el rico en todas sus empresas” (Stg. 1:9-11).

La búsqueda de las vanidades requiere de dinero. Y en el deseo de tener recursos para satisfacer esos deleites, la humanidad cae en la trampa del amor al dinero, que es la raíz de todos los males. Por esto, el maligno trabaja para apartarnos de la guianza de Dios, dejando a la familia, para conseguir más bienes. Recordemos que Adán y Eva, separados de Dios, fueron invitados por el maligno para comer del árbol de la ciencia que hace bien, pero también hace mal. Por esto, los compañeros de trabajo o de los centros educativos, y hasta la familia, son utilizados por el maligno para tratar de hacernos caer y perder nuestras convicciones.

Pero los negocios del Señor son para la salvación de nuestra alma. Jesús, nuestro Salvador, a los doce años se apartó de sus padres; y su madre María, al encontrarlo le dijo: “…tu padre y yo te hemos buscado con angustia. Entonces él les dijo: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar? (Lc. 2:48-49). Y ese negocio lo concluyó allá en la cruz del Calvario, cuando dijo: “Consumado es”. Luego, a los once apóstoles que lo vieron resucitado les dice: “…Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura” (Mr. 16:15). Y esta comisión se extiende para los que somos llamados y hemos recibido la salvación.

Dejamos de valorar la salvación de Dios, cuando buscamos las vanas glorias que ofrece este mundo. Que pueden presentarse como diplomas, medallas, reconocimientos, ascensos, fama, etc., cosas que sutilmente nos apartan de la verdad y de la comunión, y sin darnos cuenta del hogar y de la familia espiritual. Por eso Jesús expone: “Por sus frutos los conoceréis”, ya que será nuestra conducta, la que dará a conocer si hemos muerto al mundo o hemos recibido el Espíritu Santo. Recordemos las palabras de Jesús: “Sin mí nada podéis hacer”.

El valorar la salvación de Dios, nos da el beneficio de la paz y el verdadero descanso en el Señor. Por eso hablaba Jesús: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestra almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mt. 11:28-30). ¡Gloria a Dios!

         Muchos desconocen e ignoran los misterios del reino, y le dan valor a cosas que no entienden, como aquella mujer que le dijo a Jesús: “…Bienaventurado el vientre que te trajo, y los senos que mamaste. Y él dijo: Antes bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan” (Lc. 11:27-28). El Señor le aclaró lo que en realidad es importante. Hermanos, atendamos con diligencia a las cosas que hemos oído y no descuidemos esta salvación tan grande. Que Dios les bendiga. Amén.