Mi querido lector y hermano en Cristo: quiero compartir sobre la actitud humana de muchos que llamándose cristianos y hermanos, como que se gozaran extrañamente en el sufrimiento ajeno; y mediante una plataforma, en su criterio, de una justicia a nivel, cordel y plomo, trabajan ardua e inmisericordemente, hasta ver destruido o fracasado a alguien. Todo esto en pro, según ellos, de una rectitud artificiosa, perfeccionista y hasta envidiosa, en la cual se sientan como fiscales y jueces; sin mediar razones ni valorar circunstancias.

Hay como un extraño morbo; como un sadismo patológico con saña, disfrazado mediante una plaqueta o corona de espiritualidad. Lo único que muestran con esto es una egolatría, manifiesta en una actitud de dueños de la justicia; aunque sea únicamente un mero “concepto alto de sí mismos”. Esto es grave y perverso; y lo único que manifiesta, es el no haber entendido el propósito más sublime del mensaje de Jesucristo al decir: “Id, pues, y aprended lo que significa: Misericordia quiero, y no sacrificio. Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento” (Mt. 9:13).

Esto quiere decir que la idea primordial es estar del lado de Dios, quien con cuerdas de amor y misericordia nos ha llamado a cada uno, para perdonarnos, limpiarnos y formarnos con paciencia. Para que mediante su verdad y entendimiento lleguemos adquirir aquella salvación, la cual está determinada por Dios, a través de Jesucristo. Es más, dice la Escritura: “Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano. Mas si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra. Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano” (Mt. 18:15-17).

Qué pasaje y mandamiento tan directo de nuestro Señor Jesucristo; más que ordenado y lleno de amor y misericordia. Aquí nos enmarca cuatro etapas, en un orden claro y preciso, de cómo manejar un caso de ofensa o pecado contra alguien. Nos muestra además, la mejor intención de esperanza, en que mi hermano logre razonar, entender y cambiar su actitud. A su vez, muestra exhortación, amor, pureza, benevolencia y sabiduría divina. Sin embargo, con una intención destructiva, alteramos el orden de este mandamiento; para con ello, no corregir, sino destruir inmisericordemente y hasta el fondo, hacia aquel que sufre de ese perverso asedio.

Dice el apóstol Juan: “Si alguno viere a su hermano cometer pecado que no sea de muerte, pedirá, y Dios le dará vida…” (1 Jn. 5:16). Agrega el apóstol Pablo: “Así que, ya no nos juzguemos más los unos a los otros, sino más bien decidid no poner tropiezo u ocasión de caer al hermano” (Ro. 14:13). Leamos además: “Pero si os mordéis y os coméis unos a otros, mirad que también no os consumáis unos a otros. Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne” (Gá. 5:15-16).

Mis amados, recordemos que estamos en una guerra espiritual y sin cuartel, ya que el enemigo peleará en cualquier terreno, sin tregua ni respeto a ningún principio. Y que los que estamos bajo la cobertura de la iglesia de Cristo, somos los que por la fe queremos llegar al cielo. Es precisamente Satanás con sus hordas y potestades de demonios, nuestro verdadero enemigo en esta guerra a muerte; y está allí para destruirnos. No es entonces, tu hermano o tu hermana el enemigo.

No permitamos además, que Satanás utilice o tome nuestras débiles mentes, usando aquellas antiguas pasiones carnales como la envidia, el resentimiento, el odio, el rencor, etc. Que son evidencia que aún hay malos espíritus o demonios que toman el control de nuestras emociones, las cuales provocan al final, división en el cuerpo de Cristo y la aflicción innecesaria de hermanos que, si son atendidos bajo el amor y la misericordia, podrían ser rescatados del pecado y del maligno.

Entonces, “corregir no es destruir”, sino considerar la verdad en misericordia con una buena actitud, en humildad, en el Espíritu, a lo que dice la Escritura: “Abominación es a Jehová todo altivo de corazón; Ciertamente no quedará impune” (Pr. 16:5). La corrección para el que la ejerce, tiene que llevar un sentimiento de mansedumbre, sencillez y anhelo de que el hermano corregido no se tuerza y sea pronto restaurado. Y sigue diciendo: “Con misericordia y verdad se corrige el pecado, Y con el temor de Jehová los hombres se apartan del mal” (V. 6).

Llama la atención aquí, cómo es que la palabra antepone la misericordia, para luego sabiamente aplicar la verdad. Provocando además en el oyente, el temor a Dios, mediante el cual, el transgresor espontáneamente se ha de apartar del mal. ¡Cuidado! Muchas veces en un afán destructivo se podría hasta revertir mi mal sentimiento, a lo que la palabra nos dice: “No seas demasiado justo, ni seas sabio con exceso; ¿por qué habrás de destruirte? No hagas mucho mal, ni seas insensato; ¿por qué habrás de morir antes de tu tiempo? (Ec. 7:16-17).

Para concluir, qué bueno es que nos consideremos a nosotros mismos como redimidos y como débiles criaturas, quienes sin lugar a dudas, algún día necesitaremos ser amados y atendidos en misericordia. Pero para ello, debemos de sembrar sabiamente y de Dios vendrá nuestra recompensa. Bendiciones para todos y cada uno de nosotros, que la paz de Dios sea en medio de su pueblo. Amén y Amén.