Los creyentes del presente tiempo, estamos siendo testigos de la grotesca manifestación de la iglesia llamada cristiana, la cual se ha transformado no para bien, como era el sentimiento original de Dios para su iglesia, dicho por el apóstol Pablo cuando escribe: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento…” (Ro. 12:2). Esta es la evidencia palpable de la obra de Dios en un creyente: no conformarse al mundo de donde salió. ¿Qué sentido tiene haber salido, supuestamente del mundo, si volvemos de nuevo a tomar sus costumbres y hábitos?

Este quizás sea el éxito más grande que Satanás ha logrado. Hacer creerle al hombre que, siguiendo las costumbres del mundo, él puede alcanzar la salvación de su alma por medio de la fe en Cristo. El mundo significa enemistad contra Dios; significa esclavitud del alma; significa oposición a los designios y mandamientos de Dios; significa pecado y condenación; etc. La voz de Dios a su pueblo es: “…Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, Y no toquéis lo inmundo; Y yo os recibiré, Y seré para vosotros por Padre, Y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso” (2 Co. 6:17-18).

          Creo que este versículo es contundente, con respecto a lo que Dios pide a la iglesia de Jesucristo. Si queremos ser reconocidos como hijos por Dios y nosotros queremos que Dios sea nuestro Padre, entonces, mis amados hermanos, en lugar de conformarnos al mundo, debemos de ser transformados en todo nuestro ser. Permitiendo que Dios, nuestro Padre, opere ese maravilloso milagro de la metamorfosis espiritual. Cambiando estructuras morales, espirituales, éticas, culturales, sociales, etc. De tal forma que demuestren fehacientemente que ya no somos los mismos de antes, sino que Cristo Jesús vive en mí.

Y que ha desalojado los antiguos señores que antes se enseñoreaban de nosotros, los cuales son verdaderos demonios que manipulaban nuestra forma de ser. Y definen nuestra identidad humana y terrenal, hijos de Adán, y depositarios del anatema que pesaba sobre Adán, que es la maldición del pecado, la cual está implícita en nuestra naturaleza terrenal.  Cuánta verdad encierran las palabras del apóstol Pablo cuando dice: “Pero esto digo, hermanos: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción hereda la incorrupción(1 Co. 15:50).

Hermanos en la fe de Jesucristo, les exhorto en el nombre del Señor, a que no perdamos los valores originales de sus mandamientos. El tiempo del fin está más cerca de nosotros que el día que creímos. Y no podemos darnos el lujo de arriesgar una salvación tan grande, la cual ponemos en riesgo cuando no nos apegamos a la voluntad de Dios. Recordemos las palabras de nuestro Señor Jesucristo: “Sé vigilante, y afirma las otras cosas que están para morir; porque no he hallado tus obras perfectas delante de Dios. Acuérdate, pues, de lo que has recibido y oído; y guárdalo, y arrepiéntete. Pues si no velas, vendré sobre ti como ladrón, y no sabrás a qué hora vendré sobre ti” (Ap. 3:2-3).

 

Sosteniendo y defendiendo la fe

Leamos: “…sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros…” (1 P. 3:15). Esta exhortativa que hace el apóstol Pedro a la iglesia de aquella época, atraviesa los siglos y llega hasta nosotros con poder. Para persuadirnos a que debemos estar SIEMPRE PREPARADOS.

Ahora más que nunca y ante el enorme deterioro espiritual de la iglesia moderna, nuestro testimonio o estilo de vida, que está conforme a la voluntad de Dios, debe ser motivo de curiosidad y extrañeza para las demás personas, a las cuales es necesario dar una explicación o razón de nuestra conducta. Y debemos hacerlo, como dice la palabra de Dios: “con mansedumbre y reverencia”; no con ánimo de disputar ni discutir ni mucho menos contender.

La palabra DEFENSA, se presta para tomar una actitud beligerante o belicosa. Pero este no es el sentido de la palabra griega apología, que significa defensa o razón, lo cual equivale a decir: “explicación razonable de algo”. Por eso es necesaria la mansedumbre y reverencia, valores que pone el Espíritu Santo en el corazón del creyente para justificar su conducta. Dice la palabra de Dios: “…para que si tardo, sepas cómo debes conducirte en la casa de Dios, que es la iglesia del Dios viviente, columna y baluarte de la verdad” (1 Ti. 3:15).

¿Qué quiso decir el Espíritu Santo cuando dice: columna y baluarte? Esto significa que nosotros, la iglesia de Cristo Jesús, somos llamados a sostener la verdad de Dios en medio de un mundo plagado de engaños e hipocresías. Y esto, mediante nuestra conducta y proceder en todas nuestras esferas sociales. El testimonio fiel de un creyente tiene poder que impacta a su entorno social.

Mi amado hermano, tú y yo somos llamados, de parte de Dios, a que demostremos al mundo que el poder de Cristo transforma y convierte a todo aquel que se entrega a él. Y nos vuelve sabios en medio de una generación maligna y pérdida. Y nos vuelve prudentes aun para hablar, sazonando nuestras palabras con sal, para responder apropiadamente a cada uno que demande razón de nuestra esperanza.

Mi amado hermano, que Dios nos haga testigos fieles ante un mundo infiel. Que Dios nos bendiga. Amén.