«Asimismo el reino de los cielos es semejante a una red, que echada en el mar, recoge toda clase de peces (…) y recogen lo bueno en cestas, y lo malo echan fuera. Así será al fin del siglo: saldrán los ángeles, y apartarán a los malos de entre los justos, y los echarán en el horno de fuego; allí será el lloro y el crujir de dientes»  (Mt.13:47-50).

Malos son los que están en el mundo bajo el maligno: matando, robando y destruyendo. Los justos somos los arrepentidos y convertidos al creer en el hijo de Dios para gozar de la nueva vida y de la vida eterna.  El enemigo nos engaña con placeres y vanas glorias, al no entender que el ocuparse de la carne es muerte.Los discípulos creían en el reino, pero les preocupaba quién sería el mayor en ese reino. Jesús, con maestría nos enseña cómo pertenecer al reino, pone a un niño y dice: «…si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos.» (Mt.18:3).

 Esto sólo se entiende si se tiene el espíritu que discierne. Esto nos lleva al nuevo nacimiento por fe –el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios-.  Jesús dice: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños» (Mt.11:25). Entiéndase que debemos ser niños para la malicia y en el modo de pensar maduros (1 Corintios 14:20). El maduro reflexiona, es prudente, tiene sabiduría de Dios, le ama y le teme.Dios espera de su pueblo, un amor que nace al saber que él nos amó primero. Y espera que como él nos amó, nosotros amemos al prójimo, cumpliéndose así con la ley del reino para ser humildes como niños. Cristo pide: «Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas…» (Mt.11:29). 

Si hemos nacido de nuevo, no olvidemos: «…que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte…» (1 Co.1:27).Jesús, después de padecer: «…se presentó vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca del reino de Dios» (Hch.1:3). Y: «…el reino de Dios no es comida ni bebida, sino justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo» (Ro.14:17). Ocuparse del Espíritu, es vida y paz.  «Si hemos nacido, estamos en Cristo y nueva criatura somos; lo viejo pasó, todo es hecho nuevo. Todo proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; reconciliando al mundo, no tomando en cuenta sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación.  Así que, somos embajadores en nombre de Cristo.  Os rogamos en nombre de Cristo reconciliaos hoy con Dios» (Paráfrasis 2 Co.5:17-20).

La reconciliación se da, cuando los que tenemos nueva vida obedecemos a Dios. Llevando el evangelio al mundo, para que conozcan la verdad, tengan paz y sean libres del maligno para no pecar; sino también dar la palabra y el Santo Espíritu, para que los nuevos hermanos en la fe, prediquen el evangelio, sin acepción de personas y entren al reino de Dios. «…el que permanece en mí, y yo en él, éste lleva mucho fruto (…) Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid todo lo que queréis y os será hecho» (Jn.15:5 y 7).

¿Qué quiere pedir hermano? Si es entendido, pidamos fe y la llenura del Espíritu, para que en nuestra vida Dios vea frutos a treinta, a sesenta y al ciento por uno.  No olvidemos, somos embajadores de Dios en el mundo que está bajo el maligno. Recordemos: «…que los injustos no heredarán el reino de Dios… Y esto erais algunos (si hemos nacido); mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios» (1 Co.6:9 y 11). Hermano, pidamos el Espíritu de Cristo para morir al mundo, dando vida a los que están muertos en delitos y pecados.  Amén.