La palabra de Dios es y será siempre, un elemento sustancialmente vivo, creada inteligentemente para cumplir propósitos en una generación de seres hechos a imagen y semejanza del Altísimo. Aunque la Biblia, aparentemente sea un compendio de diferentes historias, leyes y personajes, que parecieran virtuales, se han hecho presentes en el escenario histórico de los tiempos; el cual es más que elocuente. Sin embargo, cada historia y personaje que en ella es mencionado, representa la experiencia vivida por aquellos, que luego de un sin número de advertencias, obedecieron o no a la voluntad de Dios y tuvieron que sufrir sus consecuencias, para vida o muerte.

         Seguramente en alguna escena particular aparezco -hoy- como protagonista y tendré que tomar mis propias decisiones con los resultados ya advertidos en la bendita palabra del Señor. En este sentido, nuestra obligación es predicar y predicar incansablemente, hasta el fin, mientras haya oportunidad. Le dice el apóstol Pablo a Timoteo antes de su partida, en sus consejos para su ministerio: “Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina” (2Ti.4:1-2).

         Qué significa esto: que la palabra debe de predicarse “siempre”, esto es a toda edad, en todo tiempo y circunstancia, antes de cometer el error, durante y –aún- después. Nunca será tarde, porque en ella hay sabiduría con propósito de arrepentimiento y salvación. Al niño por niño y al viejo por viejo; al hombre por hombre y a la mujer por mujer. “…así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié” (Is.55:11).

         El maligno sabe precisamente dónde minar, con el objeto de torcer la mente y el corazón de los simples: mengua la palabra, la saca de actualidad, la tergiversa, hasta la ridiculiza con el objetivo claro de que los hombres mueran. El sabe que en ella está la sabiduría y el camino a la vida eterna. Por eso usará diversidad de estrategias perversas como el desgano, la apatía, la pereza, el desánimo para escudriñar esas virtudes encubiertas que nos permiten vencer toda artimaña satánica.

         Una de las armas más peligrosas del maligno es usar la misma palabra, la cual conoce mejor que nosotros, ya que si tentó con ésta al mismo Señor Jesucristo, cuánto más no nos inducirá a razonamientos como estos: “Si eres Hijo de Dios… Todo esto te daré…” (Ver Mateo 4:1-11). Ante esto, podremos distinguir la voz de Dios y con plena certeza decir: “Vete, Satanás, porque escrito está: al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás…” y con esa seguridad y convicción ¿el diablo te dejará o no…?

         Además, el maligno usará hombres engañadores que con argumentos falaces medran (le agregan ilegalmente) la palabra, como dice el apóstol Pablo: “Pues no somos como muchos, que medran falsificando la palabra de Dios, sino que con sinceridad, como de parte de Dios, y delante de Dios, hablamos en Cristo” (2Co.2:17). Sabiendo, además, que la gente ya no quiere oír de una palabra de cruz ni sacrificio, más bien su actitud es: “como si ya reinasen…” Y la cruz les es locura, ya no es un tema actual,  porque se amparan en los derechos humanos o de los hombres y esto sería entonces, sólo para aquellos de la historia antigua, a los que la palabra también se refiere: “Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas” (2Ti.4:3-4).

         Amados, ¿y qué de nosotros los redimidos, los que hemos oído la palabra y somos como iglesia, el templo del Espíritu Santo? ¿Estamos predicando a tiempo y fuera de tiempo, escudriñando la palabra y entregándola a nuestros hijos en nuestras casas, a la gente en la oficina, la escuela, la vecindad? ¿Somos verdaderos pregoneros de justicia, cual Noé y los grandes de la fe? Sabiendo que: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y  útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra” (2Ti.3:16-17).

         Por tanto, si en algo valoramos a Dios, valoremos su palabra y prediquemos con libertad, sabiendo que tenemos “La palabra profética más segura…” Y con confianza y vigor no nos avergoncemos de predicar. Aunque parezca que nadie oye ni entiende, pero esa expresión de justicia será reclamada a la humanidad por el mismo Dios, cuando por ella, los menospreciadores vayan a la condenación eterna. Por todo esto, sigamos incansablemente predicando a todos “a tiempo y fuera de tiempo”, sin reservas ni escatimando recursos y esfuerzos extremos, sabiendo que: “el que es fiel en lo poco, también lo será en lo mucho”. Así sea. Amén y amén.