“Digo, pues: Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de
la carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del
Espíritu es contra la carne; y estos se oponen entre sí, para que no
hagáis lo que quisiereis. Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis
bajo la ley” (Gá. 5:16-18). La palabra de Dios nos revela de una manera
sencilla, pero a la vez profunda pues no todos la entienden, el plan de
salvación de Dios para el hombre, su amada criatura.
El único ser humano creado a semejanza e imagen de Dios fue Adán.
Él no tuvo padre ni madre y su nombre significa: “hombre”, que viene de la
raíz hebrea Adamah: “tierra o polvo del suelo”. Adán poseía capacidades
superiores y extraordinarias como ningún otro ser creado por Dios. Podía
comunicarse con Dios y tenía la capacidad de comunicarse con las criaturas
inferiores a él, los animales; tenía una inteligencia sobrenatural. Fue la
mayor y la última de las obras de la creación de Dios; y recibió poder para
administrar todo lo que Dios había creado sobre la tierra.
En resumen, fue hecho un hombre perfecto, completo en todas las
dotes físicas, mentales y espirituales. Y tenía voluntad propia (libre
albedrío), cualidad de los seres humanos que les permite decidir por su
propia voluntad. Voluntad significa: “capacidad de los seres humanos que
los mueve a hacer cosas de manera intencionada”, haciendo uso de la
RAZÓN, cualidad única en el hombre.
Pero lamentablemente, Adán se dejó seducir por Eva su mujer,
influenciada por Satanás; y ambos fueron arrastrados al pecado mortal. Por
esta razón, perdió la relación perfecta que existía entre el creador (Dios) y
su criatura (Adán). Y en el momento que se rompió esa relación espiritual,
que era el vínculo perfecto entre Dios y el hombre, éste quedó a merced
total de Satanás y sus artimañas engañosas. Completamente impotente
para resistirse ante el poder persuasivo del diablo, que usa la carne y sus
pasiones, como elementos esclavizantes.
Naturalmente que Adán perdió facultades físicas y espirituales, las
cuales trasladó como herencia de maldición a toda su descendencia, la raza
humana. Pero no perdió su libre albedrío, sino que esa capacidad, que es la
voluntad personal, quedó sujeta a la especie humana caída, susceptible a
ser manipulada por el mal.
Leamos: “Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron
como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus
razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido (…) Y como ellos
no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente
reprobada, para hacer cosas que no convienen; estando atestados de
toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad; llenos de

envidia, homicidios, contiendas, engaños y malignidades…” (Ro. 1:21
y 28-29).
Por favor, quiero que observes que cuando la Biblia dice: “los
entregó”, no significa que Dios los haya arrastrado al mal, sino muestra la
incapacidad de Dios para evitar, en ese momento histórico, la caída del
hombre. Y esto es porque Dios no quiere manipular la voluntad individual
del ser humano, el libre albedrío sigue siendo propiedad privada de cada
hombre.
Es aquí, mi amado hermano y amigo que lees este documento, que,
en el plan Divino de salvación, Dios tiene que enviar a su Hijo amado, su
unigénito, para iniciar una nueva generación o creación, en la cual, él es el
“postrer Adán”. Sólo que en esta preciosa ocasión, Dios inicia por blindar al
hombre nuevo o nueva criatura como primer paso, para perfeccionar su
obra a lo largo de la vida del creyente por medio de pruebas.
Dios está juntamente con su Hijo Jesucristo, preparando nuestra
nueva morada, un mundo totalmente diferente al que conocemos. Pero nos
preguntamos: ¿Cómo Dios está blindando a la nueva criatura? Leamos: “Y
yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con
vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no
puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis,
porque mora con vosotros, y estará en vosotros” (Jn. 14:16-17).
Pero esto no significa que el Espíritu Santo decide por mí; recuerda
que mi voluntad sigue siendo mía. El Espíritu Santo no va a anular mi
voluntad, sino que me da poder para decidir entre lo que le agrada a Dios y
lo que no le agrada, leamos: “Pero cuando venga el Espíritu de verdad,
él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta,
sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que
habrán de venir” (Jn. 16:13).
El Espíritu de verdad abre los ojos del ciego, abre los oídos de los
sordos, da entendimiento a los simples, da poder para sobreponernos a
nuestras debilidades y no caer en pecado, da discernimiento para tomar
decisiones sabias, restaura esa capacidad perdida de comunicarnos con
Dios, y otras muchas más virtudes. Pero insisto, no puede decidir por
nosotros, como dice en el pasaje inicial: “no satisfagáis los deseos de la
carne. Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es
contra la carne”.
Observe, mi amado hermano: la exhortación del Espíritu es a no
hacer el deseo de la carne, sino el del Espíritu. ¿Por quién decides tú? Si
estás lleno del Espíritu, tú decides por el deseo del Espíritu. Pero si estás
débil de Espíritu, seguro que te decidirás por el deseo de tu carne. Mi
hermano, llénate del Espíritu Santo para que tu caminar sea santo y
victorioso hasta el final. Que Dios les bendiga. Amén.