Leamos: “Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse” (Ro. 8:18). El camino de la fe en Cristo Jesús, como él lo advirtió a todos sus seguidores, es una ruta tortuosa, llena de adversidades y luchas. Y nos llevarán indefectiblemente, a muchas aflicciones y experiencias difíciles de soportar en la carne. Momentos de crisis emocional, física y espiritual, donde experimentamos impotencia y angustia. Nos sentimos solos y abandonados por el mismo Dios.

Estos momentos particulares en la vida del creyente, oprimen el espíritu, y la angustia impera en todo nuestro ser. Abruman el espíritu y perdemos la motivación hasta por la vida. Podemos llegar hasta desear la muerte, como lo dijo Job cuando estaba en lo más profundo de su aflicción: “¿Por qué no fui escondido como abortivo, Como los pequeñitos que nunca vieron la luz?” (Job 3:16). 

         No ha sido uno ni dos ni tres, los siervos de Dios que han padecido esta “necesaria aflicción”. No hermanos, es el común denominador en los que buscan la salvación en Cristo Jesús. No es una peculiaridad exclusiva de los apóstoles de Cristo, es que es algo imprescindible en este camino. Cristo lo enseñó de la siguiente manera: “…porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mt. 7:14). Sí, mi amado hermano, son pocos los que la hallan.

Existen muchísimos creyentes, que entusiasmados y estimulados por los milagros, por un mensaje o por las obras que ven que Dios hace en el corazón de muchos, se atreven a tomar la decisión de seguir a Cristo. Pero cuando comienzan a experimentar el fuego purificador de Dios en sus vidas, se desalientan y desmotivan. Creen que sólo es de levantar la mano y decir con la boca que aceptan el señorío de Cristo en sus vidas, y con eso basta.

No, mi querido hermano, es necesario que venga el fuego de la prueba, el cual separa esos elementos que integran nuestra humanidad y es, el alma de la carne. ¿A quién no le entusiasma la idea de alcanzar la salvación prometida por Jesucristo? ¿A quién no le agrada el sólo pensar de estar en el paraíso de Dios, disfrutando de su presencia y su gloriosa paz? Pero así como nuestro Salvador Jesús padeció y sufrió mientras estuvo en la carne, así es exactamente el mismo camino que nos toca recorrer. Es por eso que  dijo: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción, pero CONFIAD, yo he vencido al mundo” (Jn. 16:33).

Cuando el fuego arde se da un fenómeno físico. Mientras la leña se consume por la combustión, los gases contenidos en la madera son liberados en forma de lenguas de fuego. Y la energía, contenida en la masa de la leña, es liberada en forma de energía térmica. Este es el simbolismo que encierra la palabra fuego en las Sagradas Escrituras. El alma está amalgamada con la carne y la única forma de separarlas es mediante el fuego de la prueba, que ciertamente produce aflicciones y angustias. Pero se está dando, espiritualmente, el fenómeno de separar la carne del alma.

No hay momento, en la vida del creyente, en donde nos sintamos más necesitados de Dios que en el calor de una prueba. Allí corremos a Dios, nos aferramos a la fe, el alma nuestra corre buscando el oportuno socorro de nuestro Dios. En esos momentos es cuando el alma invoca a su Salvador. O en caso contrario, es el momento donde se define nuestros sentimientos al recurso humano. Y buscamos en el débil hombre la solución de nuestra situación. Ahora comprendamos por qué el Señor Jesús dijo: “y pocos son los que la hallan”, refiriéndose a la puerta estrecha que nos lleva a la vida eterna.

Mi amado hermano, hay una salvación preparada para los fieles, los cuales son guardados mediante el poder de Dios. Esta salvación se manifestará en el tiempo futuro y nos alegraremos en ella. Pero por un poco de tiempo, es necesario que seamos afligidos en diversas pruebas, las cuales llevan un propósito Divino, leamos: “…para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo (…) obteniendo el fin de vuestra fe, que es la salvación de vuestras almas” (1 P. 1:7-9).

Hermano, soporta el fuego de la prueba y que tu ánimo no decaiga ni tu corazón se angustie desmedidamente. Recuerda las palabras de nuestro Salvador Jesús: “CONFIAD, YO HE VENCIDO AL MUNDO”. No creas que sólo a ti te pasa esto. No, es el común denominador del creyente fiel. No huyas de la prueba ni busques otras alternativas. Sólo hay un camino que nos lleva al Padre y la consecución de sus promesas eternas; y es el camino llamado Jesús.

Un día glorioso nos dará su reposo, juntamente con todos los fieles que han existido desde Adán hasta el último de los redimidos. Y les veremos cara a cara cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo, con los ángeles de su poder. Él vendrá en ese día glorioso, donde será exaltado y glorificado por todos sus santos. Y será admirado por todos los que creemos fielmente en él. “Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que, habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos” (He. 2:10).

         Mis amados hermanos y compañeros de aflicciones, no temáis ni os amedrentéis. Este es el camino que nos lleva a la salvación. Sigamos el ejemplo de la multitud de creyentes fieles que se nos han anticipado. Que Dios nos fortalezca con su Santo Espíritu y nos llene de paciencia y mucha fe. Amén.