Estando en el mundo sin conocer la verdad ni la voluntad de Dios nos afanamos, cansamos, enfermamos, muriendo sin esperanza; con glorias y fortuna que se quedan para provecho de personas que quizá no valoran las penas y esfuerzos realizados. Al contrario, Dios tiene para sus hijos una morada, una herencia en los cielos y vida eterna. Si ignoramos a Dios, estaremos temerosos de morir experimentando angustia por los acontecimientos del mundo, que gradualmente se destruye. Pero si oímos la voz de Dios y creemos en su Palabra, recibimos su amor, su paz y desaparecen los temores. Porque el amor de Dios hecha fuera todo temor, al entender que la muerte es el paso para la vida eterna, si hemos sido justificados.

El mundo no entiende a Dios. La vida es el medio que separa las clases de personas. La población más numerosa, con menos recursos, se les denomina los del tercer mundo, que se caracteriza por alta mortalidad, desnutrición y con la tasa más alta de muertos. La segunda clase tiene como meta llegar a la clase alta, trabajando duramente, se educa para alcanzarla. Es aquí donde los afanes se notan por querer comer, vestir y tener fortuna como los grandes, que por tener dinero y ciencia no tienen amor a Dios ni al prójimo, pero tienen miedo a la muerte. Gracias al evangelio verdadero esas clases sociales desaparecen, todos nos amamos, nos servimos y conocemos los mandatos de Dios para entender su temor.

El evangelio que trajo el Hijo del Hombre, Jesucristo, se vive con el entendido que en el mundo somos peregrinos y extranjeros. Porque en la sana doctrina, entendemos que nuestro maestro nos lleva al cambio de vida. Al ser bautizados nos arrepentimos y resucitamos para una nueva vida, ya sin afanes, con fe y amor a Dios, sirviendo a nuestros hermanos, al prójimo que tenga hambre y sed de justicia. En la nueva vida entendemos: “El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará” (Jn.12:25). No amemos la vida terrenal, amemos a Dios quien nos amó primero y que por su Espíritu nos mueve a amar al prójimo y aun a nuestros enemigos.

Lo anterior se hace realidad al oír y creer esto: “Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo, y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre (1Jn. 2:16-17). Esto es la vida después de la muerte, por eso podemos decir como Pablo: el morir es ganancia, pero el vivir es Cristo. Las glorias del mundo no sirven para después de la muerte. Dios espera que sus seguidores oigan y vivan su Palabra con humildad, como Pedro y Juan, hombres sin letras, del vulgo, que con denuedo hablaron lo que aprendieron de Jesús (léase Hechos 4:13).

En el mundo nos preparan para servir, pero por no conocer a Dios, buscamos ser más que los demás.  El evangelio nos enseña que Jesús siendo Señor y maestro lavó los pies de sus discípulos diciendo que deben lavarse los pies unos a otros, leamos: “Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros” (Jn.13:14). Si estamos en el camino tenemos esta esperanza: “…en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados” (1 Co.15:52).

En el evangelio verdadero se muere, pero con resurrección. Jesús dijo: “…que le era necesario ir a Jerusalén y padecer (…) y ser muerto, y resucitar al tercer día. Entonces Pedro, tomándolo aparte, comenzó a reconvenirle, diciendo: Señor, ten compasión de ti… Pero él volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (Mt.16:21-23).

¿Dónde está tú mirada hermano? El Señor invita a seguirle, dejando la vida y gloria del mundo. El Señor nos llama para llevar nuestra cruz. “Si sufrimos, también reinaremos con él; si le negáremos, él también nos negará” (2 Ti.2:12).

Señor, guíanos con tu Espíritu para hacer tu voluntad y llegar a esa tierra donde mora tu justicia. Seamos testigos fieles de una nueva vida sin temores ni afanes. ¡Que Dios nos ayude a vencer! Amén.