La manera como se expresan los valores más profundos del alma o el corazón del hombre, es por medio de “los sentimientos”. Ellos (los sentimientos) expresan lo que sentimos hacia una determinada persona. Son el lenguaje silencioso pero muy elocuente del alma. Estos pueden ser de diferente índole, como por ejemplo: amor, alegría, gozo, aislamiento, enojo, tristeza, miedo, culpa, amargura, desesperanza, etc.

Quiero referirme en este espacio, y con la ayuda de Dios, a la amargura. Este es un dolor, es una pena que llega a lo más profundo del ser humano, y es de sabor amargo. Y que llega a arrasar con el sentimiento más sublime como es el amor y la misericordia. Es un veneno que carcome el alma y no se sacia sino sólo a través de la venganza. Leamos lo que la palabra de Dios dice sobre este mal: “Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna «raíz de amargura», os estorbe, y por ella muchos sean contaminados…” (He. 12:15).

El que sufre de este mal diabólico, es normalmente amargado, negativo y vengativo. Y lo peor es que no sólo produce frutos amargos en su vida, sino también es un agente multiplicador de ese mal en las personas que lo rodean, las cuales terminan también contaminados.

La amargura impide la posibilidad del perdón, que es la máxima expresión del amor de Cristo derramado en la vida del creyente. Esta es la cultura celestial enseñada por Jesús, quien a pesar de haber sido agredido con crueldad y mucha saña, no pudo albergar en su corazón odio y amargura para con sus verdugos, que sí le hicieron mucho daño y aun lo llevaron a la muerte. Observe que el Señor advierte que la presencia de este pecado, puede llegar aun a estorbar el alcanzar la gracia de Dios, que es la Salvación por Jesucristo.

Si lo vemos desde el punto de vista físico, la amargura trae consecuencias físicas. Esta enfermedad espiritual satánica, produce una alteración emocional, generando como consecuencia un desorden metabólico, el cual produce diferentes enfermedades que dañan el cuerpo y por ende, el organismo. Aquí se cumple aquel proverbio griego que dice: Cuerpo sano en mente sana. Si tu alma está libre de estos flagelos emocionales (sentimientos) que son malos, pues tendrás una vida saludable, de lo contrario, serás un manojo de enfermedades de todo tipo, hasta cáncer.

Ojalá mi querido hermano, tú estés libre de este mal satánico, y no dejes que las momias del pasado enfermen tu presente. Aprende de tu Maestro Jesús, el cual nos mostró el camino de la paz, y es el perdón que significa OLVIDAR, leamos: “Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención” (Ef. 4:30).

Cuando dejamos que nuestro corazón sea arrastrado por la amargura, estamos contristando al Santo Espíritu de Dios, pues estamos haciendo diametralmente lo opuesto a la voluntad divina. Por mucho mal que te hayan hecho, jamás se podrá comparar con lo que le hicieron a nuestro Salvador Jesús, y lo que él hizo fue orar por sus detractores y no desearles ningún mal. Pareciera que algunos quieren ser más justos que Dios, tengamos cuidado hermanos, no desees el mal para tu prójimo. Deja que la justicia de Dios opere en su pueblo y ni siquiera desees el mal para tus enemigos, sino ora por ellos, y así cumplirás el mandamiento de Cristo Jesús que dice: “Pero a vosotros los que oís, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen; bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os calumnian” (Lc. 6:27-28).

Este es el espíritu del evangelio y la justicia de Dios en su iglesia. No estoy abogando por el pecado, sino que todo lo que hagamos debemos hacerlo con la guianza bendita de su Santo Espíritu. Seguro que vamos a juzgar el pecado, pero teniendo en cuenta que la misericordia triunfa sobre el juicio. Nos resistimos a caer en la tentación de aplicar juicios inmisericordes que destruyen en lugar de edificar. Dios corrige con la intención de perfeccionar su obra en el corazón de sus hijos, jamás aplicará su juicio sin misericordia, de lo contrario, seríamos destruidos por completo.

Dios en su palabra, nos aconseja como hijos suyos lo siguiente: “Quítense de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería y maledicencia (insultos), y toda malicia (maldad). Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo. Sed, pues, imitadores de Dios como hijos amados” (Ef. 4:31-32 y 5:1).

Mi amado hermano, a esto hemos sido llamados, a llevar la vida de Cristo en medio de nuestros hermanos. No permitas que la amargura convierta tu lengua en un instrumento del mal, siendo inflamada por las mismas llamas del infierno, porque: “Sepulcro abierto es su garganta (sale podredumbre); Con su lengua engañan. Veneno de áspides hay debajo de sus labios; Su boca está llena de maldición y de amargura” (Ro. 3:13-14).

Que no se contamine tu corazón, todo lo contrario, debemos luchar por conservar la paz y la armonía, pelear por la unidad de la fe, y por la justicia de Dios entre nosotros. Creamos que Dios tiene el control de su pueblo y de su iglesia. “Si Jehová no edificare la casa, En vano trabajan los que la edifican…” (Sal. 127:1). Que Dios guíe a su pueblo en paz y armonía, hasta llegar a la meta. Amén.