La familia, original o natural, es parte de un plan divino concebido por Dios con un propósito claro y definido. Y es precisamente, constituir un nicho  cómodo, cuidadosamente elaborado, para anidar allí a nuevos seres humanos; quienes además de la reproducción biológica, tendrían cuidados armonizados en amor, para trasladar principios y valores éticos, morales y de sobrevivencia. Y una iniciación en la formación de potenciales hijos de Dios, los cuales no serían fruto de la casualidad sino de una ardua labor doméstica y sobretodo espiritual.

Leamos: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios (esta bendición simboliza unirlos en matrimonio, ya no dos sino una sola carne), y les dijo: Fructificad y multiplicaos, llenad la tierra (esto equivale a procrear hijos en el seno de una familia; y luego les entrega la tierra), y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra” (Gn. 1:27-28). Qué idea más maravillosa, que podría venir únicamente de Dios.

Este nuevo núcleo, sería en adelante una bendición de incalculable valor para las generaciones venideras. Hasta que se cumpliera el tiempo del altísimo en que aquí, en esta idea, fueran formados hijos de Dios para la gloria de él. Con el fin de llenar el espacio que dejaron aquellos ángeles caídos que no guardaron su dignidad en el cielo, por lo que fueron echados al abismo.

El hogar o la familia, luego que Adán y Eva pecaron, fue un blanco perfecto para el maligno. Ya que aquellos al haber perdido la visión o contacto con Dios y sus planes y su poder, ¿qué podían ministrar o enseñar a sus hijos? Pues nada bueno, sino lo que aprendieron de Satanás mismo, su cultura y formas. De allí en adelante se inicia un proceso de degeneración de la familia, del matrimonio y sus valores originales, que el maligno ha llevado al extremo de la destrucción total.

Y surgen conceptos como: si no funciona me divorcio; unámonos en una relación sin compromiso y veamos después si conviene o no; matrimonios ridiculizados en parques o casuales como en “Las Vegas”, en una noche fantasiosa de farra y borrachera, y al otro día cada quien a su vida normal; matrimonios arreglados y de conveniencia. Y tal es el extremo perverso, al aceptar legalmente los matrimonios de homosexuales y lesbianas. Con la aprobación firme de instituciones del estado, avaladas por organizaciones internacionales en pro de la libertad de género; y aun para adoptar (por la incapacidad biológica de procrear) con vientres alquilados, hijos que incluyen a lo que ahora, degeneradamente, le llaman “familia”.

Esta perversidad tendrá como resultado, una nueva generación de esta misma especie para afrentar a Dios y su palabra. Pero dicen las Escrituras: “No te echarás con varón como con mujer; es abominación” (Lv. 18:22). “Si alguno se ayuntare con varón como con mujer, abominación hicieron; ambos han de ser muertos; sobre ellos será su sangre” (Lv. 20:13). “…como Sodoma y Gomorra y las ciudades vecinas, las cuales de la misma manera que aquellos, habiendo fornicado e ido en pos de vicios contra naturaleza, fueron puestas por ejemplo, sufriendo el castigo del fuego eterno” (Jud. 1:7).

Ante este semejante insulto y bofetada a los principios divinos, Dios ha permitido la restauración de este principio de “familia”. Confirmando el matrimonio nuevamente y santificándolo bajo la cobertura de la iglesia. Fundamentando en las Escrituras todos los valores espirituales. Y siendo el matrimonio el antecesor de una nueva familia, en la cual habrán de unirse nuevas familias. Para la estructuración de sólidos y verdaderos valores, conforme los planes originados en la sabiduría eterna: “Honroso sea en todos el matrimonio (…) pero a los fornicarios y a los adúlteros los juzgará Dios” (He. 13:4).

Ya estando dentro de los planes perfectos de la voluntad de Dios, entramos en una nueva dimensión, en donde él mismo con su amor y sabiduría ha de constituirse en Padre y Señor nuestro, leamos y oigamos su voz: “Oíd, hijos, la enseñanza de un padre, Y estad atentos, para que conozcáis cordura. Porque os doy buena enseñanza; No desamparéis mi ley (…) Guarda mis mandamientos, y vivirás. Adquiere sabiduría, adquiere inteligencia; No te olvides ni te apartes de las razones de mi boca (…) Oye, hijo mío, y recibe mis razones, Y se te multiplicarán años de vida”

 (Pr. 4:1-10).

Entonces, en esta nueva familia toda forma de conducta estará bajo la cobertura de un Padre que es Dios mismo, de la iglesia como madre, de la palabra como estructura de nuevos valores, de Jesucristo como el perfecto mediador e intercesor, del Espíritu Santo como guía desde dentro, operando en la conciencia para entender la perfecta voluntad de Dios para vida eterna. Teniendo como beneficio el crecimiento espiritual paulatino, hasta alcanzar la meta de las metas, que es adquirir la imagen de Cristo, para la gloria de Dios y para nuestra salvación eterna.

Bendito sea el Señor y Padre nuestro, que ha hecho cumplir su palabra y su voluntad sobre nuestras vidas. Trayendo a nosotros la reestructuración de nuevos valores puros y sin contaminación, ya que con ellos tenemos trazada una ruta clara en medio de la luz de la doctrina de Jesucristo. Amigo y hermano, valora a tu familia material, pero sobretodo intégrate a la gran familia espiritual, porque es allí en donde: “envía Jehová bendición, Y vida eterna”. Gracias Señor. Así sea. Amén y Amén.