“Se destruyó, cayó la tierra; enfermó, cayó el mundo; enfermaron los altos pueblos de la tierra. Y la tierra se contaminó bajo sus moradores; porque traspasaron las leyes, falsearon el derecho, quebrantaron el pacto sempiterno. Por esta causa la maldición consumió la tierra, y sus moradores fueron asolados; por esta causa fueron consumidos los habitantes de la tierra, y disminuyeron los hombres” (Is. 24:4-6). Las elocuentes palabras del profeta Isaías, refiriéndose a un verdadero apocalipsis de la tierra y de la humanidad, suenan tan próximas a la realidad actual, que cuando fueron escritas   -aproximadamente 740 años antes de Cristo-, es decir, hace casi 2,762 años a la fecha actual.

Cuán veraz resulta esta profecía. Ella nos evidencia las verdaderas causas del cataclismo universal que se aproxima a la tierra y a sus moradores. No quiero sonar alarmista ni exagerado ni trágico. Pero me pregunto: si para nosotros suenan así estas palabras, ¿Cómo habrán sido recibidas en aquel entonces por los que las oyeron?, ¿Fueron recibidas de la misma manera como el ser humano común y corriente las recibe hoy? Y es que, debemos comprender que según el nivel de credibilidad que yo le asigne a alguna afirmación o mensaje, así será mi respuesta a esa palabra dicha. Y puede ser en el mejor de los casos: obediencia; o en caso contrario: indiferencia, menosprecio y quizás, hasta burla.

Pero cualquiera que sea la actitud del hombre ante estas profecías, no cambiará el cumplimiento de ellas. Si Dios anuncia lo que ha de suceder, es más bien un acto de misericordia para darle al hombre, que tenga oídos para oír, la oportunidad del arrepentimiento y conversión. Y de esta forma ser objeto de la misericordia salvífica de Dios. Pero si no atiende a la voz de Dios, verá con sus ojos y vivirá lo profetizado. Las palabras de esta profecía son contundentes y tremendas, cuando dice: “Se destruyó, cayó; enfermó, se contaminó la tierra y sus moradores”. ¿Acaso no somos testigos de estas afirmaciones proféticas de Dios?

No sólo lo vemos, sino también estamos sufriendo las consecuencias de ellas. Vemos la  extinción de especies arbóreas y fauna. La tierra ha caído de aquel estado precioso en el que fue creada. La tierra y sus moradores han enfermado y pareciera que su mal no tiene cura. La contaminación ha producido cambios que se pueden considerar irreversibles y que están creando trastornos de muchas formas, tanto naturales como sociales. El comportamiento humano es cada día más errático e incontrolable. Pero quisiera que analizáramos brevemente, las causas de esta catástrofe que ya se está manifestando.

Causas del Caos

Primera: Traspasaron las leyes

El propósito divino de poner al hombre como corona de la creación, Dios lo revela en el siguiente pasaje, leamos: “Entonces dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread…” (Gn. 1:26-28). Mi querido hermano, observe la claridad de la razón de poner al hombre sobre la tierra.

Era para administrar, ejercer un dominio y señorío sobre todo lo que Dios había creado para él. Con la condición de estar siempre bajo la autoridad suprema de Dios, manifestando obediencia a su creador. Dios le dio permiso para que con las capacidades con que lo había dotado, dominara todo cuanto Dios había puesto en sus manos. Pero Dios probó la obediencia de Adán y Eva en el huerto de Edén de la siguiente manera, leamos: “Tomó, pues, Jehová Dios al hombre, y lo puso en el huerto de Edén, para que lo labrara y lo guardase. Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: “De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Gn. 2:15-17).

A esto se le conoce como “el pacto Adánico”, en donde Adán representa a toda la raza humana. Desgraciadamente, Eva oyó la voz de Satanás y arrastró a Adán al pecado. Y ese gen pecaminoso que produjo la desobediencia, lo heredó a toda la humanidad. Adán fue llamado a aprovechar el recurso de la tierra y a cuidarla, administrando sabiamente la perfecta creación que Dios recién había terminado. Pero el hombre, habiendo sido inducido y contaminado su corazón por Satanás, se entregó en un desbordado afán de búsqueda de gloria y poder. Pretendiendo conquistar el mundo sin importar los desórdenes ecológicos que esta ambición implicaba.

Y su mejor aliada ha sido la misma ciencia del bien y del mal. Inventando objetos, armas y recursos para destruir a sus propios congéneres. Todo con el afán de ser más grande que otro. De esta manera el hombre se constituye en  el depredador más grande de la tierra y contaminó toda la creación de Dios. Leamos: “Porque el anhelo ardiente de la creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios (…) porque también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores de parto hasta ahora…” (Ro. 8:19, 21-22).

El daño ecológico ha sido hecho, al romper las leyes que Dios estableció a Adán. Todo está contaminado: el aire, los ríos, los lagos, el mar, la tierra, las nubes, el cuerpo humano, al grado que hay alteraciones genéticas producto de la contaminación ambiental. Y esto hace que nazcan niños con defectos congénitos. Surgen enfermedades raras y desconocidas, etc. En fin, la tierra está contaminada y enferma. Pero Cristo vino a buscar y a salvar lo que se había perdido. Y su llamado todavía está vigente. ¿Qué respondes tú? Que Dios te bendiga. Continuará….