Hay multitud de características y detalles en el comportamiento del género humano, ligados directamente a su personalidad y por ende, a su alma. Estos, como marcadores conductuales, representan sin duda alguna la tendencia o inclinación hacia el bien o el mal. Es pues, dentro del análisis de la maldad en este nuestro estudio de hoy, un fenómeno tal vez menospreciado, el de la “desobediencia”. Es tan común, que nos hemos acostumbrado a ello, casi sin darnos cuenta. Sin saber que desde antes que esta humanidad existiera sobre la faz de la tierra, hubo una manifestación de desobediencia en un ser angelical muy cercano a Dios mismo, por medio de un espíritu de “querer ser o brillar más que su Creador (soberbia)”.

Esto irrumpió dentro de las esferas celestiales y espirituales mediante un principio de maldad, en donde la “desobediencia” a las leyes y valores establecidos por Dios, dañaron y afectaron ese equilibrio perfecto a todo lo existente. Esta maldad le costó al “ángel caído”, la expulsión de la presencia de Dios. Habiendo sido arrojado a los abismos de oscuridad, junto con todos sus contaminados y desobedientes seguidores; perdiéndolo todo de esta manera. Leamos: “…te eché del monte de Dios, y te arrojé de entre las piedras del fuego (…) Se enalteció tu corazón a causa de tu hermosura, corrompiste tu sabiduría a causa de tu esplendor…” (Ez. 28:16-17).

La lamentable historia y los hechos del antiguo querubín, ahora Lucifer, son la semilla o la fuente de la perversidad de la “desobediencia”, la cual mediante engaño, traslada a la nueva creación de hombres. Hombres con opción a un futuro de eternidad, el cual recibieron de parte de Dios desde el inicio de sus días, en un amplio paquete de indicaciones e instrucciones, cual “manual del fabricante”. Esto contenía en sí mismo la oportunidad de sobrevivencia eterna en base a la obediencia, o la muerte, al desobedecer las indicaciones establecidas. Adán entonces, como primicia de la creación, inicia la cadena genética del pecado, tradúzcase desobediencia, leamos: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Ro. 5: 12).

La desobediencia entonces, se constituyó en el modus vivendi del género humano. Y al igual que su maestro Satanás, lo pierde todo allá en el huerto de Edén. De allí en adelante, se queda sin el acercamiento a la razón de todo lo existente, que es el mismo Dios. La desobediencia es parte de nuestra experiencia desde infantes, leamos: “La necedad está ligada en el corazón del muchacho…” (Pr. 22:15). “He aquí, en maldad he sido formado, Y en pecado me concibió mi madre” (Sal. 51:5).

Entonces, los que nacemos sobre este mundo, algunos más, otros menos; unos de una manera, otros de otra; unos con conciencia, otros indiferentes. Pero todos absolutamente, estamos ligados al régimen de la desobediencia, leamos: “…No hay justo, ni aun uno; No hay quien entienda. No hay quien busque a Dios. Todos se desviaron, a una se hicieron inútiles; No hay quien haga lo bueno, no hay ni siquiera uno” (Ro. 3:10-12). Entonces, si el desobedecer es nato y permanecemos en esa misma actitud, al igual que el maligno nos constituimos en “amadores de la desobediencia”. Porque uno permanece en lo que ama y le apasiona. Constituyéndose entonces, en una práctica natural y espontánea.

Lamentable este hecho para la humanidad entera. Sin embargo, dentro de lo más profundo de “algunos” seres con llamado eterno, surge mediante la conciencia, algún malestar o incomodidad, ante el hecho de desobedecer. Y lo más precioso, es el inicio tal vez muy fugaz de un extraño temor, al hacer lo malo en desobediencia. Dios entonces, ha activado a través de los tiempos, nuevamente los canales de comunicación de sus planes eternos para salvación. Nos envía profetas, eventos, señales e información, mediante la ley mosaica y otras, acerca de la voluntad de Dios para obedecerla, leamos: “Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas…” (He. 1:1). Hasta llegar, él mismo encarnado en Jesucristo, a mostrarnos el camino que él estableció y vivió, que es el significado de la obediencia a lo establecido en su misma palabra.

Nos enseñó a través del conocimiento de la verdad, por su ejemplo, la oportunidad de una vivencia personal, la cual al experimentarla mediante el auxilio del Espíritu Santo, despertará odio y desprecio a la desobediencia. Iniciando entonces todo un proceso de metamorfosis íntima o de alma. Para convertirnos paulatinamente en “amadores de la obediencia a Dios”. Esto requiere un milagro maravilloso, al cual el Señor le denomina: “El nuevo nacimiento”. Esto lo sufrirán todo aquellos que voluntariamente, podamos reconocer nuestra aberrante desobediencia. Bajo el entendido que ésta nos llevará a la muerte eterna. Y debemos entrar en esa línea de humillación y súplica, hasta alcanzar “la plenitud y la estatura de un varón perfecto”, mediante la figura de Cristo.

Amado hermano, ya es tiempo de obedecer y amar la obediencia al Dios altísimo. Reconozcamos nuestra tendencia natural, asimilada y alimentada espiritual y humanamente, desde siempre. Quizás nos cueste comprender por qué unos entendemos y otros no. Pero sólo está en la potestad de Dios, nuestro destino final. Mas si tú sientes redargüimiento, culpa, incomodidad, falta de paz, aun angustia al desobedecer a Dios, creo que eres bienaventurado, por ser parte del plan de predestinación. Sabiendo que si oímos la voz de Dios a través de la conciencia y reconocemos nuestra condición de pecado y maldad, seremos capaces de encontrar la gracia y el perdón divino. Y Dios pondrá su palabra y sus mandamientos en nuestra mente y corazón. Y seremos felices, obedeciendo fielmente a Dios, como también Cristo lo hizo, dejando ejemplo y legado a los salvos. “AMA LA OBEDIENCIA Y VIVIRÁS”. Así sea. Amén y amén.