Tenemos décadas en donde vemos un crecimiento gradual de personas, aun familias con infantes, viajando a pie y dirigiéndose al norte en busca de trabajo. Otros, huyendo del acoso de grupos organizados que matan, roban y destruyen. Son migrantes que necesitan el sustento diario. A este movimiento se le denomina como: “la búsqueda del sueño americano”. Otros, sueñan desde su niñez y adolescencia con encontrar el lugar o la persona que les ayudará a la realización de algún deseo material.

Otros, sueñan despiertos con metas humanas como formar un hogar, alcanzar recursos materiales o ser grandes intelectuales. A este grupo, el mundo provee el medio educativo. Así, vemos las cantidades de jóvenes buscando la educación para adquirir un título que les permita mejorar o cambiar su estatus social. Y hay otro buen grupo que motiva a buscar el sueño o cambio de pobreza a riqueza, mediante esfuerzos cotidianos, que por lo general los aleja de la familia. Lo más lamentable es que se olvidan de Dios, en ese engaño de buscar metas materiales y considerar que eso es el todo del hombre.

David desde joven logró comprender la importancia de incluir a Dios en los planes y metas. Por eso dijo: “¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra”. Y también añade: “Joven fui, y he envejecido, Y no he visto justo desamparado, Ni su descendencia que mendigue pan” (Sal. 37:25). En esta reflexión hablaremos de dos jóvenes que pidieron ayuda a Dios para servir y guiar al pueblo con la sabiduría divina. El primer caso lo experimentó Salomón, siendo un joven que sin duda deseaba continuar con la obra que hacía su padre David.

Fue así como se vio ante Dios, a quien le dijo: “Y tu siervo está en medio de tu pueblo al cual tú escogiste; un pueblo grande, que no se puede contar ni numerar por su multitud. Da, pues, a tu siervo corazón entendido para juzgar a tu pueblo, y para discernir entre lo bueno y lo malo; porque ¿quién podrá gobernar este tu pueblo tan grande? Y agradó delante del Señor que Salomón pidiese esto. Y le dijo Dios: Porque has demandado esto, y no pediste para ti muchos días, ni pediste para ti riquezas, ni pediste la vida de tus enemigos, sino que demandaste para ti inteligencia para oír juicio, he aquí lo he hecho conforme a tus palabras; he aquí que te he dado corazón sabio y entendido, tanto que no ha habido antes de ti otro como tú, ni después de ti se levantará otro como tú. Y aun también te he dado las cosas que no pediste, riquezas y gloria, de tal manera que entre los reyes ninguno haya como tú en todos tus días. Y si anduvieres en mis caminos, guardando mis estatutos y mis mandamientos, como anduvo David tu padre, yo alargaré tus días” (1 R. 3:8-14).

         Oyendo la fama de Salomón, la reina de Saba fue a probarle con preguntas difíciles. Y al comprobar su sabiduría, lo alabó y exaltó, diciendo: “Bienaventurados tus hombres, dichosos estos tus siervos, que están continuamente delante de ti, y oyen tu sabiduría” (1 R. 10:8). Sin embargo, Salomón inclinó su corazón hacia el mundo y sus deseos, por medio de las mujeres, quienes lo llevaron a la idolatría y el alejamiento de Dios.

La astucia del enemigo siempre se ha manifestado. Engañó a una tercera parte de los ángeles, manteniendo su oposición a la obra de Dios. En el huerto de Edén, engañó a Eva, a quien ofreció que serían como Dios, al comer del árbol que Jehová prohibió. Esta necedad continuó, al tentar a nuestro Señor Jesucristo, llevándolo a un monte muy alto, mostrándole los reinos del mundo y la gloria de ellos, diciendo: “…Todo esto te daré, si postrado me adorares” (Mt. 4:9).

El segundo caso es el de José, hijo de Jacob. Fue amado por su padre y marginado por sus hermanos, debido a los sueños reveladores del futuro de su familia, en donde él sería alguien importante. Sus hermanos intentaron matarlo, pero terminaron vendiéndolo a los madianitas. En Egipto fue comprado por Potifar, a quien servía en su casa. Y el maligno usó a la mujer de Potifar para tratar de seducirlo. Pero al negarse, la mujer lo acusó falsamente, diciendo que quería abusar de ella.

Esto le significó ir a prisión, en donde Dios le permitió interpretar los sueños al copero y panadero del rey. Con el correr de los años, Faraón tuvo dos sueños que ninguno pudo interpretar. Entonces el copero dio la noticia que José le interpretó su sueño. Y llamaron a José, quien dijo: “…No está en mí; Dios será el que dé respuesta propicia…” (Gn. 41:16).

         Y luego, José dio la profecía del hambre que vendría sobre la tierra, diciendo: “He aquí vienen siete años de gran abundancia en toda la tierra de Egipto. Y tras ellos seguirán siete años de hambre; y toda la abundancia será olvidada en la tierra de Egipto, y el hambre consumirá la tierra. Y aquella abundancia no se echará de ver, a causa del hambre siguiente la cual será gravísima. Y el suceder el sueño a Faraón dos veces, significa que la cosa es firme de parte de Dios, y que Dios se apresura a hacerla. Por tanto, provéase ahora Faraón de un varón prudente y sabio, y póngalo sobre la tierra de Egipto” (Vs. 29-33).

         Por ello: “…dijo Faraón a sus siervos: ¿Acaso hallaremos a otro hombre como éste, en quien esté el espíritu de Dios? Y dijo Faraón a José: Pues que Dios te ha hecho saber todo esto, no hay entendido ni sabio como tú. Tú estarás sobre mi casa, y por tu palabra se gobernará todo mi pueblo…” (Vs. 38-40). Con esto se manifiesta la justicia de Dios para quien le cree, le obedece y permanece fiel a pesar de las adversidades.

Dios enseña el camino, la verdad y la vida. Por eso nos dice: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo” (Jn. 16:33). Estamos en el mundo. Pero no estamos solos si hemos muerto para la nueva vida con Cristo. El Señor nos dice: “sin mí nada podéis hacer”. Amén.