Al leer las Sagradas Escrituras, con la intención de escudriñar y estudiar su contenido y siendo guiados por el Espíritu de Dios, podemos llegar a conocer el pensamiento de Dios, quien es el autor, con respecto al hombre y su formación espiritual. Ellas nos guían hacia las profundidades de la mente de Dios, como lo dice el apóstol Pablo: “…porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios. Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios” (1 Co. 2:10-11).

Partiendo de este principio, muchos creyentes y no creyentes, siendo ignorantes del pensamiento de Dios, acusan a Dios de cruel e injusto. Y de falta de amor, de compasión y de misericordia, cuando el Señor tiene que hacer uso de la corrección, con la intención de formar el hombre interior. O en otros casos, despertar la atención a sus mandamientos o promesas.  Esta corrección puede venir de muchas formas, pero al final la intención es la misma, perfeccionar a Cristo en nuestro ser interior, para que seamos salvos de la condenación. Hay que comprender que toda corrección tiene intención.

         Lógicamente este trato no es impositivo ni obligatorio, sino voluntario. De allí, que el que quiera aceptarlo, que venga. El que desee ver días mejores y alcanzar la paz de su alma, que venga. El que quiera aceptar la doctrina de Cristo, que dé el primer paso, que es negarse a sí mismo. Así lo propone nuestro Señor Jesucristo a sus discípulos. Y es que para tomar la cruz y seguirle, debemos estar dispuestos a pasar por ese proceso de descontaminación y transformación. Y así alcanzar las características de una nueva criatura. Comprendamos que no es un acto mágico, sino todo un proceso complejo y muchas veces doloroso, a causa de nuestra ignorancia y dureza de corazón, por el que debemos, indefectiblemente que pasar.

Hay un refrán popular que dice: “cada cabeza es un mundo”, y tiene razón. Nadie puede saber lo que hay en tu mente ni las intenciones que existen en tu corazón. Pero tu espíritu sí las sabe y también Dios, que lo sabe todo y lo escudriña todo. Por esta razón pueden venir experiencias duras y difíciles que nosotros, como amigos o hermanos en Cristo, no entendemos a cabalidad por qué le han venido a esa persona a quien amamos. Pero mi querido hermano, Dios sí lo sabe y a él no se le escapa nada.

Y estoy seguro que, de muchas maneras y formas, Dios le ha hablado a esa persona estimada por nosotros, pero ella no ha querido cambiar su manera de ser. Entonces, él procede con toda misericordia y compasión a aplicar un acto de corrección para hacerle entender esa locura. Pero quiero que comprendas que Dios lo hace con dolor, leamos: “Rasgad vuestro corazón, y no vuestros vestidos, y convertíos a Jehová vuestro Dios; porque misericordioso es y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia, y que se duele del castigo” (Jl. 2:13).

En el pensamiento Divino predomina la misericordia sobre la justicia. Pero por amor al alma del pecador e impío, se ve obligado a hacer lo que no quisiera hacer, leamos: “Porque el Señor no desecha para siempre; Antes si aflige, también se compadece según la multitud de sus misericordias…” (Lm. 3:31-32). “El Señor nos hiere y nos aflige, pero no porque sea de su agrado” (Lm. 3:33 NVI). ¡Oh! si tan sólo entendiéramos un poquito al Dios nuestro, que en su esencia es amor, comprenderíamos lo difícil que es para él, castigar.

Leamos un pasaje que expresa el lamento de Dios sobre su pueblo Israel, rebelde y endurecido, estando ya cautivo en Babilonia, la ciudad caldea: “…Vivo yo, dice Jehová el Señor, que no quiero la muerte del impío, sino que se vuelva el impío de su camino, y que viva. Volveos, volveos de vuestros malos caminos; ¿por qué moriréis, oh casa de Israel?” (Ez. 33:11). Se percibe fácilmente en estas palabras el dolor de nuestro Dios, al ver a su pueblo escogido Israel, siendo oprimido y esclavizado por aquella nación idólatra y pagana.

Mi hermano amado, el deseo de nuestro Dios es hacer misericordia y dar vida a sus criaturas. Y de muchas maneras lo ha manifestado, llegando al extremo de dar a su unigénito Hijo en rescate por el hombre pecador. Esa sublime gracia Divina no se queda en el plano de un noble sentimiento, sino que Dios la convierte en la acción más noble y gigantesca de amor, que jamás alguien haya hecho y traspasa los límites del razonamiento humano.

Dios hizo todo esto por amor al hombre, leamos: “¿Qué, pues, diremos a esto? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” (Ro. 8:31-32). Mira, pues, la bondad bendita de nuestro Dios, que a pesar de lo malo que somos, no quiere la muerte del pecador, sino lo invita a que deje sus malos caminos y regrese a Dios, quien será amplio para perdonar.

¿Estás atravesando un valle de lágrimas? Se paciente y deja a Dios: “…hacer su obra, su extraña obra, y hacer su operación, su extraña operación” (Is. 28:21), en tu vida, la cual a su tiempo dará frutos apacibles de justicia y de verdad. Que Dios te dé su Santo Espíritu, para alcanzar la meta en esta carrera por la salvación. De una cosa debemos estar seguros: ¡DIOS NOS AMA! Y nos corrige para salvación. Cambia tus malos caminos y ven a Cristo Jesús. Bendiciones de Dios. Amén.