La vida como tal es un misterio. Y tanto: científicos, religiosos, filósofos y más, nunca se pondrán de acuerdo en cuanto a este «don divino». Ya que jamás el hombre, en sus pobres razonamientos, podrá explicarlo en forma precisa y verídica. Pues este principio maravilloso está concebido, única e integralmente, en la inteligencia superlativa de nuestro Dios y Padre Eterno. Sin embargo, Dios mismo nos muestra en las Sagradas Escrituras, sus fundamentos y razones.

Y puede ser bajo una perspectiva “ilógica”, para los sabios de este mundo; pero fácilmente comprensible para los niños y los poco entendidos. Ya que en el reino de los cielos, Dios lo explica todo mediante la fe, la cual él otorga, de acuerdo a su voluntad. Entonces la vida humana, mediante la concepción como fenómeno biológico, es definida como la capacidad de nacer, crecer, reproducirse y morir. Mediante el círculo de reacciones electro químicas, físicas y moleculares, que interactúan. Y ese mismo ciclo es para las bestias y las plantas, a diferencia de las piedras u otros objetos inanimados.

Pero: ¿por qué, para qué y qué sentido tiene realmente esto que se llama vida? Pues ningún hombre, animal o planta mortal lo saben, aunque pretendan hipotéticamente llegar a comprenderlo. Qué lamentable, pero real para la humanidad sin Dios, la cual vive sin razón ni propósito, una vida vana y de sobrevivencia. En donde el más fuerte se traga al más pequeño; pero luego, también aquel morirá.

Al inicio de la creación, según la palabra, la vida sencillamente fue transmitida como aliento de vida, leamos: “Entonces Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente” (Gn. 2:7). Creo que eres dichoso si así lo aceptas, como niño, de parte de Dios. De lo contrario, serás una víctima más «de la ciencia del conocimiento del bien y del mal», que te lleva hasta hundirte en tus propias ideas y razonamientos. Y estos te llevarán a la misma muerte, lo cual fue advertido plenamente por Dios.

Para todos los hombres hay un primer nacimiento biológico como tal. Y dentro de ese ser, se albergan las almas, las cuales son realmente el propósito divino. Y que están siendo formadas, preparadas y edificadas dentro del cuerpo hecho por Dios, como entes espirituales puros y sin mancha, para estar un día en la presencia misma de su Creador. De manera que el cuerpo físico es únicamente un vehículo temporal y frágil, que luego que cumpla su función deberá devolverse al polvo, de donde fue tomado, leamos: “…y el polvo vuelva a la tierra, como era, y el espíritu vuelva a Dios que lo dio. Vanidad de vanidades, dijo el Predicador, todo es vanidad” (Ec. 12:7-8).

Es de considerar que el maligno, bajo un engaño, hizo concebir en el corazón del primer Adán, que ese cuerpo físico, de tierra y para la tierra, era lo más importante. Y que él y sólo él podría cuidarlo, sin saber que junto con ese cuerpo condenaba a una brutal muerte a su alma, ya que se olvidó de ella y la desligó de la verdadera vida y del propósito divino. ¿Y cómo se consumó aquello? Pues mediante el pecado de la desobediencia al mandato divino. Aquí se marca el fracaso de toda la humanidad, leamos: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron” (Ro. 5:12).

El plan satánico es perfecto y la muerte invariable. Entonces: ¿cómo un muerto de cuerpo y alma pueden ser rescatados? Este es el gran misterio que por amor es anunciado, revelado y consumado. Y a su tiempo, en el cumplimiento de la profecía, surge el Salvador del mundo, Jesucristo. Pero: ¿a qué vino él? Pues a nacer biológicamente como cualquier mortal, a sufrir la adversidad de un mundo cruel.

¿Y cuál es su mensaje y su victoria? Pues, el entender que había que despreciar lo mortal, condenado por el pecado. Asumir que la ministración y la sujeción a su Padre era la única oportunidad de obtener la «verdadera» vida. Y en ese proceso de entendimiento y práctica, entregó voluntariamente su propia vida durante su existencia física; ofrendándola en santidad en la cruz, para pagar el precio de tu pecado y del mío. Ahora, no todos comprenden esta maravilla de amor y misericordia.

Pero nosotros, su pueblo, hemos recibido a un Dios revelado por fe, en una sabiduría extraordinaria que los hombres ni la ciencia de este mundo podrán comprender jamás, leamos: “Sin embargo, hablamos sabiduría entre los que han alcanzado madurez; y sabiduría, no de este siglo, ni de los príncipes de este siglo, que perecen. Mas hablamos sabiduría de Dios en misterio, la sabiduría oculta, la cual Dios predestinó antes de los siglos para nuestra gloria, la que ninguno de los príncipes de este siglo conoció (…) Cosas que ojo no vio (…) Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu…” (1 Co. 2:6-10).

Entonces, queda claro que sí. Cristo voluntariamente ofreció su vida, entregándose a la misma muerte. Y sólo nos muestra una ruta como discípulos: “ser muertos que dan vida”. Porque si morimos y predicamos esta muerte voluntaria, estaremos igual que Cristo en una nueva vida. Y daremos con esto, vida a todo aquel que crea a este mensaje.

Tal vez no sea fácil, pero es el único camino establecido por Dios para una vida eterna con él. ¡Animo iglesia, el mensaje es claro pero la decisión es nuestra! Dios les bendiga. Amén y Amén.