Sin lugar a dudas, la ubicación específica del reino de los cielos, será un misterio para todo ser humano no convertido a Cristo Jesús. Es un misterio espiritual del cual habló primeramente Juan el Bautista diciendo: “…Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mt. 3:2). Luego, el mismo Señor Jesús lo menciona a sus discípulos, leamos: “El pueblo asentado en tinieblas vio gran luz; y a los asentados en región de sombra de muerte, luz les resplandeció. Desde entonces comenzó Jesús a predicar, y a decir: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mt. 4:16-17).

Muchas ideas erróneas pueden hacerse al respecto, por la misma ignorancia que sobre este tema hay. Algunos pensarán que es un lugar paradisiaco con enormes jardines donde se vive un constante reposo. Esto no es cierto, pues el Señor Jesús dijo “…el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan” (Mt. 11:12). Otros pensarán que el reino de los cielos es un lugar que está justamente en los cielos. Por lo tanto, miran hacia arriba o esperan subir para llegar a él. Pero tampoco es así, pues el Señor Jesucristo dijo: “…ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros” (Lc. 17:21). Algunos otros pensarán que al reino de los cielos llegamos después que dormimos al morir sobre esta tierra. Pero no es así, pues la promesa del Señor Jesús al ladrón fue: “…hoy estarás conmigo en el paraíso” (Lc. 23:43). Entendemos que los muertos ya no tienen ninguna incidencia en el mundo de los mortales. Además de esto, el paraíso es otro lugar totalmente diferente al reino de los cielos, aunque siempre está bajo la soberanía del Dios eterno. También existe la idea de que entraremos al reino de Dios por medio de la resurrección, cuando Cristo venga y arrebate a su iglesia. Pero tampoco ese es el reino al cual Jesucristo se refería cuando lo mencionaba.

Entonces nos preguntamos ¿en dónde está el reino de los cielos? Ya sabemos que está entre nosotros. Y que no hay que subir a ningún lugar para llegar a él. Y también entendemos que hay que entrar en el reino de los cielos  mientras vivimos sobre esta tierra, leamos: “La ley y los profetas eran hasta Juan; desde entonces el reino de Dios es anunciado, y todos se esfuerzan por entrar en él” (Lc. 16:16). Es de vital importancia comprender que nadie heredará la vida eterna sin entrar y perseverar en el reino de Dios.

Entiéndase que no dije perseverar en una determinada iglesia u organización eclesiástica, la cual se puede preciar de tener un hermoso templo, bonita y emotiva liturgia, sermones exegéticos dados por elocuentes predicadores que se hacen llamar a sí mismos “apóstoles”, aunque no han sido enviados por Dios. También se hacen llamar profetas, aunque no han sido llamados por Dios ni han estado en su secreto ni tampoco hablan de parte de Dios para descubrir el pecado de su pueblo, sino que endulzan sus perversos labios para complacerse  a sí mismos y no pueden librar al pueblo de las consecuencias del pecado, que es la muerte eterna. Los entretienen con diversas actividades con enfoques más carnales que espirituales y de esta manera van perdiendo lentamente la oportunidad de la salvación. Ni entran ni dejan entrar al reino de Dios.

 

¿Cómo entrar al reino de los cielos?

Debemos entender que el reino de los cielos es un ámbito espiritual, pero con manifestación objetiva, en donde reina Cristo juntamente con todos los resucitados en él.  No es un lugar específico. El reino está en todo lugar en donde se encuentre un hijo de Dios nacido de nuevo. El apóstol Pedro dijo: “… para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable (…) yo os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma, manteniendo buena vuestra manera de vivir entre los gentiles…” (1 P. 2:9-12).  Se entra por la puerta que es Cristo Jesús. Él es la puerta al reino de los cielos. Él es el que ejerce el gobierno y la autoridad sobre todo aquel que voluntariamente se somete a su dominio y dirección.

Un día el Señor Jesús le dijo a Pedro, después que éste quiso reconvenirlo a morir en la cruz: “¡Quítate de delante de mí, Satanás! porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres.  Y llamando a la gente y a sus discípulos, les dijo: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (Mr. 8:33-34). Sí, mi amado hermano, hay que resucitar en Cristo para poder entrar a esa dimensión espiritual en donde está, actualmente, Cristo y sus discípulos. Hay que morir a la carne y sus deseos para poder entrar y permanecer, por medio del poder del Espíritu Santo, en ese ámbito precioso y estar en comunión con Jesucristo y sus escogidos, leamos: “Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios.  Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios” (Col. 3:1-3).

La mejor prueba de que alguien está en el reino de los cielos es su TESTIMONIO, el cual revela su sometimiento a la voluntad de Cristo Jesús y no a los deseos de su perversa carne, la cual puede ser manipulada por el mismo Satanás. Es por eso que el reino de los cielos sufre violencia. Es la batalla que libramos no contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.

Por lo tanto, mis amados hermanos, tomemos toda la armadura de Dios, para resistir en el día malo y así permanecer firmes hasta el final. Que Dios nos sostenga con su mano poderosa, mediante la unción de su Santo Espíritu en victoria. Amén.