No olvidemos que estamos en los días del fin, en donde el amor en la iglesia se enfría, la fe escasea y la ciencia crece. Por eso vemos que muchos son llamados, pero pocos escogidos; teniendo la advertencia que al no perseverar con temor y santidad, la salvación se pierde. Esta situación es para velar y orar para no caer en tentaciones. No dejando de reunirnos como muchos tienen por costumbre, menospreciando la comunión de los santos y el oír la palabra que nos permite avivar nuestra fe, dando valor a la palabra, más que al conocimiento secular. No olvidando que habrá falsos maestros que con astucia, engañarán con la ciencia que Satanás ofreció a Eva para ser como Dios. Porque el conocimiento, sin temor ni el amor, envanece. Pero cuando amamos a Dios y a nuestro prójimo, edifica.

Quien no conoce a Dios valora la ciencia que engaña, porque puede ganar el mundo, pero pierde su alma. Para la salvación del alma, la palabra debe recibirse con mansedumbre para que quede implantada. Cuando no se tiene a Dios, el temor a las cosas que nos pasan y que suceden en el mundo, son una aflicción que enferma y turba el alma. Dios dice a su iglesia: “Y no temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar; temed más bien a aquel que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno” (Mt. 10:28). Como iglesia analizamos a la luz de las Escrituras, la degeneración social, moral, ecológica y espiritual que se vive en el mundo, en donde la ciencia que tanto se valora por los éxitos científicos, con el tiempo manifiesta lo malo que el mundo recibe, por venir del maligno, quien mata, roba y destruye.

Dios nos cambió como lo hizo con Saulo, quien por no conocer a Dios, perseguía a la iglesia. Andando en ese proyecto, Dios le habló: ¿Saulo, Saulo, por qué me persigues? Antes de oír el llamado, su vida en Israel era la de un joven con cualidades intelectuales y religiosas, altamente distinguido por su cultura, educado a los pies de Gamaliel, con un alto grado de confianza de los principales de su nación, perito y defensor de la ley. Al oír al Señor, cambió, se consagró de corazón y alma, al servicio de Jesucristo, y ahora como una nueva criatura dice: “Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (Fil. 3:7-8). Cabe la pregunta: ¿has recibido el llamado? ¿Qué has dejado para seguir al apóstol de los gentiles? Él nos dice: imítenme a mí, así como yo imito a Cristo.

Dios contiende con Israel: “Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento. Por cuanto desechaste el conocimiento, yo te echaré del sacerdocio; y porque olvidaste la ley de tu Dios, también yo me olvidaré de tus hijos” (Os. 4:6). La sentencia hoy es para la iglesia. Dios reclama el menosprecio que se da al conocimiento de la palabra en casa, donde debemos educar, formar o instruir. Lo normal será escuchar los días de servicio la palabra. Pueden ser tres días a la semana y quedan cuatro días para vivir y afirmar lo recibido, con la ayuda del padre o de la madre o bien los abuelos. Es probable que los niños acudan a un centro educativo, cinco días, que son unas veinte horas. La interrogante será: ¿Cuántos de los oyentes estarán preparados para enfrentarse a las cosas que vive el mundo? O ¿Cuántos servirán como ministros? En el caso de las mujeres: ¿Cuántas serán la ayuda idónea para la nueva familia?

Pidamos a Dios que nos libre de ser parte de ese espíritu que dice: “…Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad…” (Ap. 3:17). La salvación podría estar en decir y vivir: “…Teme a Dios y guarda sus mandamientos…” (Ec. 12:13). Hermanos, cuidémonos y cuidemos a los niños y jóvenes que se están enfrentando al maligno. Por esto Pablo le dice a Timoteo y a la iglesia, que tengan cuidado de los hombres de los postreros días, ya que estos son: “…amadores de sí mismos, avaros, vanagloriosos, soberbios, blasfemos, desobedientes a los padres, ingratos, impíos, sin afecto natural, implacables, calumniadores, intemperantes, crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados, amadores de los deleites más que de Dios, que tendrán apariencia de piedad, pero negarán la eficacia de ella, a estos evita” (2 Ti. 3:2-5).

Pablo le dice también a la iglesia de Filipos: “…pido en oración, que vuestro amor abunde aun más y más en ciencia y en todo conocimiento, para que aprobéis lo mejor, a fin de que seáis sinceros e irreprensibles para el día de Cristo, llenos de frutos de justicia que son por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios” (Fil. 1:9-11). El fin se acerca. Dios quiere frutos para su gloria, los cuales vendrán si somos discípulos y si permanecemos en Cristo para que él esté en nosotros y podamos hacer su voluntad. Debemos amarnos unos a otros como Dios nos ha amado, dando su vida, para que negándonos a nosotros mismos y llevando nuestra cruz, pongamos nuestra vida para ser hijos de Dios. Leamos: “Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (Ro. 8:17). Esto se dará si morimos a la carne y nos ocupamos de lo espiritual, para tener paz y vida eterna. Amén.