La Verdad No Se Impone, Se Recibe

15 octubre, 2024

Cada hombre dice o cree tener la verdad; porque la heredó, la recibió, o bien algo aprendió mediante las corrientes seculares, intelectuales, familiares o a través de la vida misma. Estos conceptos crean y fijan verdaderos esquemas y plataformas abstractas de vida, constituyéndose dentro de ello como la única razón en cuanto a la verdad existente.

Y ante la ignorancia casual o inducida por el sistema de la verdad eterna y absoluta encerrada en Dios, los seres humanos religiosos se fanatizan como método de escape intelectual o espiritualista, “enconchándose” dentro o detrás de un falso blindaje. No oyen ninguna otra razón ni argumento, externando: «Así nací y así moriré». «Es mi tradición, mi cultura ancestral y no oiré algo más».

Dentro de todo este marco virtual y conceptual se fundamenta toda religión, secta, ritual, doctrina, credo, dogma, etc., de las cuales se cree que hay por lo menos cuatro mil quinientas. Y la mayoría externan y afirman su deseo o devoción de conocer a Dios, sirviéndole incluso a su prójimo. Además, siendo esto «muy bueno», es lamentable que la transmisión de estos valores se implante o se impongan a la conciencia, pasiva o violentamente, por medio de la coacción, el engaño, el miedo, la ilusión, espejismos, la verdad a medias y tantas artimañas de error y la hipocresía.

El evangelio de la verdad es algo totalmente antagónico a estos principios religiosos y humanos, que mediante sus propias estrategias sistemáticas atraen sensualmente a sus víctimas, haciéndolos seguidores de hombres y de organizaciones, que ya dentro de sus fauces se vuelven esclavos, vendidos a precio del engaño fatal de la mentira y el error.

Acerca de esto nos dice la Escritura: “Tu pueblo se te ofrecerá voluntariamente en el día de tu poder, En la hermosura de la santidad. Desde el seno de la aurora Tienes tú el roció de tu juventud” (Sal. 110:3). Jesús les dice a los religiosos de aquella época: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque recorréis mar y tierra para hacer un prosélito, y una vez hecho, le hacéis dos veces más hijo del infierno que vosotros” (Mt. 23:15).

En este orden de ideas, qué importante es considerar que cada hombre debe de ser libre en cuanto a la elección de su forma y apreciación de la vida y la verdad. Sin embargo, en el caso de los valores espirituales, respecto a esa verdad, debemos atender a algo más sublime y certero, que es: «el llamado» que Dios en su soberanía y sabiduría eterna hace a cada hombre individualmente, haciendo de éste una realidad extraordinaria.

Leamos: “…según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él (…) que hizo sobreabundar para con nosotros en toda sabiduría e inteligencia, dándonos a conocer el misterio de su voluntad (la verdad), según su beneplácito, el cual se había propuesto en sí mismo, de reunir todas las cosas en Cristo, en la dispensación del cumplimiento de los tiempos…” (Ef. 1:4-10). ¡Qué maravillosa revelación de la perfecta verdad!

Dios mismo fue encarnado en Jesucristo y mediante esta evidente autenticidad fue destruida toda obra satánica de la mentira. Sin embargo, esta bendición no es revelada ni comprensible para la mente natural y humana, quedando oculta para los incrédulos, leamos: “Y esta es la condenación: que la luz (la verdad) vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas (la mentira) que la luz, porque sus obras eran malas” (Jn. 3:19).

Atendiendo a todo esto, qué fácil es entender que la verdad es producto de la revelación y gracia divina, mediante la misericordia y el amor a los escogidos. Y aunque la verdad es expuesta a todos, y siendo que es por la fe “y no es de todos la fe”, la verdad es rechazada instintivamente por aquellos que la argumentan por orgullo y soberbia. El problema aquí es que dice la Escritura: “…Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (Stg. 4:6).

Analicemos entonces cuál debe de ser nuestra actitud ante una humanidad despectiva respecto a la verdad. Pues sólo prediquemos, exponiendo la verdad como nuestra convicción personal, sin discusiones, sin necias retóricas o argumentaciones teológicas, presentando una defensa honesta y bien fundamentada en base a la palabra y al testimonio de un evangelio vivencial. Y de no ser atendido dice la palabra: “Y si alguno no nos recibiere, ni oyere vuestras palabras, salid de aquella casa o ciudad, y sacudid el polvo de vuestros pies” (Mt. 10:14).

Además, el Señor Jesús predicaba y también exhortaba y reprendía; respaldaba con alguna obra o milagro, sin él ánimo de convencer, sino con la verdad implícita en él decía: “El que tenga oídos para oír, oiga”. Y en muchos de sus mensajes, mediante parábolas incomprensibles para muchos, expresa que la verdad no era para todos, leamos: “…A vosotros os es dado saber el misterio del reino de Dios; mas a los que están fuera, por parábolas todas las cosas; para que viendo, vean y no perciban; y oyendo, oigan y no entiendan; para que no se conviertan, y les sean perdonados los pecados” (Mr. 4:11-12).

Amado hermano y predicador de las buenas nuevas, no obliguemos a nadie a beber de las fuentes gloriosas de la fe, porque: «La verdad no se impone, se recibe». Y cuando encontramos una oveja, ésta no debe de ser coaccionada ni manipulada de ninguna manera, ya que dice el Señor: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen…” (Jn. 10:27). En esto hay una espontaneidad, una vocación, un profundo sentimiento nato acerca de lo sublime, piadoso y eterno.

Esto escapa a la religiosidad, porque la religión impone, pero Dios invita, se muestra y ama. Que Dios sea revelado a nuestras vidas y gocémonos en este maravilloso regalo eterno de la verdad absoluta, revelada por él en fe y por la fe. Así sea. Amén y Amén.