Hay una característica inherente a los justos o santos en Dios. Y es que desde que inician su carrera espiritual en Cristo, su vida experimentará una transformación evidente, continua y progresiva. Y esto obviamente a pesar de las adversidades que se presenten en el camino, las cuales Dios las permite para, casualmente, perfeccionar la formación del nuevo hombre, creado según Dios en Cristo, leamos: “No obstante, proseguirá el justo su camino, y el limpio de manos aumentará la fuerza” (Job 17:9).  Observe la afirmación que hace la palabra de Dios. Dice: PROSEGUIRÁ, indicando avanzar hacia adelante, sobreponiéndose a todo estorbo y dificultad que encuentre. También indica la firmeza de la decisión tomada desde el principio de su peregrinaje en Cristo Jesús, sobre este mundo.  Pero también agrega que el de manos limpias AUMENTARÁ SUS FUERZAS, hay un progreso en su vida espiritual, hay una ganancia diaria de fuerza que, por cierto, necesitamos tanto todo creyente que libra la verdadera batalla de la fe y la vida eterna.

Sin lugar a dudas, los débiles caerán y perecerán en esta lucha sin cuartel, porque se libra en cada lugar en donde yo me muevo. Entiéndase que somos como ovejas en medio de lobos, rodeados de todo mal aun dentro de nuestros propios hogares. Pero esta batalla se libra en primer lugar dentro de uno mismo. Sí, yo. Yo soy mi peor adversario y el más difícil de vencer. Satanás ha sabido engañar usando la sutil astucia de nuestro corazón, para caer derrotados y vencidos, haciéndonos creer que lo que hacemos en beneficio nuestro no es tan malo. Por medio de este engaño, perturba y confunde nuestro propio discernimiento hacia nosotros mismos. Y el engaño llega a ser tal, que nos consideramos competentes para señalar los males de nuestro prójimo, sin darnos cuenta de la enorme viga que tenemos en nuestros propios ojos. El debilitamiento espiritual puede llegar a ser fatal e irrecuperable la posición ideal del creyente fiel.

Conozco muchísimas personas que en un momento brillaron, aparentemente, con la luz de Cristo y fueron útiles en algún privilegio. Pero después de algunas batallas y pruebas, permitieron que el diablo contaminara su corazón con pensamientos negativos, e impulsados por sentimientos ambiciosos y quizás egoístas, y no Cristo céntricos, se debilitaron. Esto es lo que espera Satanás, cual cruel felino como el león, para atacar y devorar a su débil presa, la cual yace indefensa bajo sus potentes garras, para luego ser devorada cruelmente y sin misericordia por sus poderosas fauces. Ellos siempre buscan al débil de la manada.       Pero mi amado hermano, esto no debe de sucederle a usted. No se detenga. Avance, crezca, prospere, aumente su fe, que el amor de Cristo llene cada rincón de su mente y corazón, de tal forma que las malicias satánicas que pululan en los aires no encuentren cabida en su mente. Cómo le ruego al Señor que el poderoso Espíritu Santo de Dios, colme con su presencia todo nuestro ser. Que seamos mansos y humildes, así como nos enseñó nuestro buen maestro y Salvador Jesús. Leamos cuál debe ser nuestra condición: “El justo florecerá como la palmera; crecerá como el cedro en el Líbano. Plantados en la casa de Jehová, en los atrios de nuestro Dios florecerán. Aun en la vejez fructificarán; estarán vigorosos y verdes, para anunciar que Jehová mi fortaleza es recto, y que en él no hay injusticia” (Sal. 92:12-15).

 

Poderosos en Cristo

         “…y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella (la iglesia)” (Mt. 16:18). Semejante afirmación se la hizo nuestro Señor Jesucristo al apóstol Pedro. Dándole a entender el tremendo poder que Dios pondría a disposición de todo creyente y el respaldo divino que tendría su amada iglesia. Hermano, tenemos a nuestro alcance ni más ni menos que el poder de Dios. Por lo tanto, no hay justificación para debilitarse teniendo tan magnífica fuente. No hay excusa. Debemos ir de poder en poder, hasta ver a Dios en su ciudad santa. Ante el poder de Dios y su presencia los demonios huyen, las cadenas se rompen, los yugos se quiebran, las tinieblas se disipan, y los pecados son perdonados con la sangre preciosa de Jesús Cristo. Leamos lo que dice la palabra: “Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en AUMENTO hasta que el día es perfecto” (Pr. 4:18).

Detenerse es peligroso y arriesgado, y mucho más es retroceder, pues esto no agrada a Dios. Mejor que aumente en nosotros la gloria bendita de nuestro Salvador. Que su imagen en nosotros sea cada vez más brillante como la luz de la aurora que va en aumento, hasta cuando está en su zenit y alumbra todo lo que está bajo ella, leamos: “Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras…” (Mt. 5:16). De esta manera demostramos a la humanidad que sí es posible vivir en santidad, así como lo hizo el Señor Jesucristo, leamos: “Por tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el  Espíritu del Señor” (2 Co. 3:18). Tenga cuidado de usted mismo y que Dios nos dé su poder abundantemente. Que Dios les bendiga. Amén.