Como iglesia, vemos y oímos lo que sucede en el mundo; esto nos mueve a buscar más a Dios, para conocer la verdad que nos da libertad. Estas condiciones nos motivan a oír la palabra y a escudriñar las Escrituras, lo cual nos da entendimiento. Por eso comprendemos la ansiedad de las personas por la corrupción, la violencia, el afán y la angustia de buscar un trabajo para suplir las necesidades cotidianas y obtener ingresos para satisfacer los deseos de la carne, de los ojos y las glorias vanas, por ignorar que el mundo pasa, y sus deseos, pero el que hace la voluntad de Dios vive y permanece para siempre.  Si lo que oímos como iglesia permanece en nosotros y nosotros permanecemos en el Hijo y en el Padre, tenemos la promesa que él nos hizo: la vida eterna (léase 1 Juan 2:24-25). La señal de que permanecemos con Dios es el amor, el cual se hace evidente en el servicio a los hermanos, así como en la búsqueda de aquellos que están perdidos como nosotros lo estuvimos.

La palabra nos dice: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura para que el que crea, no se pierda, mas tenga vida eterna. Dios juzgará la obediencia o desobediencia a estas palabras: “…entonces se sentará en su trono de gloria, y serán reunidas delante de él todas las naciones; y apartará los unos de los otros, como aparta el pastor a las ovejas de los cabritos a su izquierda. Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo (…) Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartados de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (Mt. 25: 31-41).

Los que conformamos la iglesia tenemos a Cristo y él aviva en nuestros corazones la esperanza de la vida eterna. “No se turbe vuestro corazón; creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis” (Jn. 14:1-3). Las condiciones del mundo son graves y sumamente difíciles, pero el Señor derrama su sabiduría y su gracia, ayudando a su pueblo a pelear,  para vencer al mundo y al maligno que engañó a un tercio de ángeles, y a Adán y a Eva en el huerto, diciéndoles que serían como Dios.

El Señor, a sus seguidores declara: “Si me amáis, guardad mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros. No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros. Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis; porque yo vivo, vosotros también viviréis. En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mí, y yo en vosotros” (Jn. 14: 15-20).  Este misterio no se entiende por el conocimiento de la letra, así como Nicodemo no pudo entenderlo en la carne; cuando buscó al Señor Jesús para entender la importancia del reino, él le dijo: te es necesario nacer de nuevo y, como niño, creer la palabra.

Salomón dice: “Instruye al niño en su camino,  Y aún  cuando fuere viejo no se apartará de él” (Pr. 22:6). Moisés a Israel dice: “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas.  Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes” (Dt. 6:4-7). ¿Estamos obedeciendo estas instrucciones hoy en nuestros hogares? Por sus frutos los conoceréis, dice la palabra de Dios.  Ratifica el Señor “…Dejad a los niños venir a mí, y no se lo impidáis; porque de los tales es el reino de los cielos” (Mt. 19:14).

Si estamos obedeciendo el consejo, las pruebas que tenemos servirán para afirmar nuestra fe, que agrada a Dios, mueve montañas y da paz como testimonio de que no estamos solos en esta guerra. El Señor dice a sus discípulos: “Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?” (Mt. 16:24-26).

Esto se hará una realidad en nuestras vidas al comprender que en este mundo estamos por un corto tiempo; porque toda carne es como la hierba, la hierba se seca y la flor se cae, mas la palabra del Señor permanece para siempre. “Lo que habéis oído desde el principio, permanezca en vosotros. Si lo que habéis oído desde el principio permanece en vosotros, también vosotros permaneceréis en el Hijo y en el Padre” (1 Jn. 2:24).  Ratifica lo antes dicho: “Todo aquel que permanece en él, no peca; todo aquel que peca, no le ha visto, ni le ha conocido” (1 Jn. 3:6). Agrega “Y el que guarda sus mandamientos, permanece en Dios, y Dios en él. Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado” (V. 24).

Hoy que el mundo busca salir de los problemas por medio de soluciones humanas, la iglesia da testimonio de que la salvación será personal.  Si alguno cree que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios. No temamos lo que está sucediendo; temamos a Dios y guardemos sus mandamientos. Amén.