Vivimos sobre la faz de este planeta, como cualquier ser animado o inanimado, a expensas de las diferentes leyes ineludibles que rigen en derredor de la materia orgánica e inorgánica. Con el pasar de los tiempos y las edades siempre serán un reto, más que todo a la sobrevivencia, en un plan existencialista generado por las diferentes demandas circunstanciales, las cuales serán cada día más adversas ante el continuo deterioro del entorno, ocasionado por la ignorancia y menosprecio a lo establecido por las leyes divinas y espirituales, de parte del ser “más cotizado”, ya que es la única criatura con dos características singulares: 1) Raciocinio inteligente y 2) Capacidad de decisión. Y es el hombre -hecho a imagen y semejanza del mismo Dios- al que al inicio se le dio en sus manos la gran oportunidad de administrar, aun con señorío, todo lo creado por el eterno Dios, trabajando de continuo bajo la guianza del creador mismo y con las expectativas de una eternidad como efecto de la amistad, obediencia y sujeción. Dios debió de ser la causa y razón de su vida, porque Él es el creador y arquitecto de “absolutamente todo”.

Sin embargo, al no hallar la razón de su vida, inicia su carrera de “vivir por vivir” y qué significa esto: es vivir únicamente con metas cortas y temporales, ocupados en los placeres y la carne; retrocediendo o involucionando así a la vida de seres inferiores como las plantas, animales u otros, quienes cumplen únicamente un papel temporal dentro de un ciclo biológico adaptado a un -nicho ecológico- de circunstancias y favores, o mientras siguen naciendo, se reproducen y mueren para formar parte del -humus-, lo cual a su vez, aun en el futuro está destinado para la destrucción, por la maldición dictada por el pecado y la desobediencia. Desde el primer Adán, todos los hombres pensaron y actuaron igual, excepto los -íconosdados como ejemplo dentro del plan divino, lo que equivalía a la condenación, bajo el principio: “El alma que pecare, esa morirá; el hijo no llevará el pecado del padre, ni el padre llevará el pecado del hijo; la justicia del justo será sobre él, y la impiedad del impío será sobre él” (Ez.18:20).

Hasta que aparece el “postrer Adán” bajo la imagen del Dios altísimo en Jesucristo, quien afirma con hechos y palabras, luego de haber sido también sometido a la filosofía de -vivir por vivir- bajo premisas, aun amparadas falsamente en la misma palabra, en cuanto a aceptar vivir como cualquier humano sin entendimiento, quizás con hambre, después de un ayuno de cuarenta días y cuarenta noches, se le ofrece pan, glorias y fama cual singular propuesta ofreciéndole -todo el mundo-, a lo cual responde categóricamente: “Escrito está: No sólo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt.4:1-11). Este Cristo, inicia bajo la inteligencia y su libre capacidad de decisión, arrancar en una nueva era de obediencia, en el abandono de los principios existencialistas para abordar la ruta correcta basada en los planes perfectos de que por medio de un reencuentro con “el árbol de la vida”, el hombre encuentre la ruta hacia las metas eternas en la presencia del Dios Altísimo, en donde para cada uno de nosotros se abre una nueva expectativa para ya no “vivir por vivir” sin rumbo ni razón, sino amparados por la fe en promesas eternas.

Busquemos mediante la palabra y la presencia del Espíritu Santo, objetivos reales y precisos, anhelos nobles y permanentes a través de la consistencia del evangelio de poder, el cual nos ubicará continuamente hacia la ruta de la perfección, entendiendo de esta manera y por revelación nuestro origen, curso y destino; buscando en los mandamientos, leyes y preceptos bíblicos las razones para luchar, y así pelear contra nuestros deseos y bajas pasiones, y con una decisión precisa: “…puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe, el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y se sentó a la diestra del trono de Dios” (He.12:2). Y a lo cual expresa aún el apóstol Pablo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gá. 2:20). Ejemplo tenemos.

Amado hermano y consiervo de Dios: ¿Crees a estas palabras con promesa, pensando fielmente que él fue a preparar un lugar para nosotros? Si es así, creo que hemos encontrado juntos la -esencia maravillosa-, para hallar la verdadera razón a la existencia. Por lo tanto: ya no “vivamos por vivir”, más bien “muramos para vivir” porque, aunque quizás controversial, sí hay elocuentes y fieles razones eternas por las cuales debemos velar y estar atentos. ¡Gracias Señor por darle razones a mi existencia! Ahora dame también las fuerzas para alcanzar tus promesas… Así sea.