Bíblicamente sabemos que hay diversidad de dones, de ministerios y de operaciones, pero que a cada uno le es dado para provecho y además, que el beneficio como cuerpo espiritual que es la iglesia, es con proyección hacia todos. De allí, los hay de: sabiduría, de ciencia, de fe, de sanidades, de milagros, de profecía, de discernimiento de espíritus, de lenguas e interpretación.

Pero además, hay dones más personalizados y que a su vez ministran, como lo son los llamados dones o frutos del Espíritu Santo, siendo estos: amor, gozo, paz, “PACIENCIA”, benignidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza. Toda esta diversidad se complementa entre sí. Sin embargo, hoy quiero referirme a la “Bendita Paciencia”, la cual debemos de subrayar en nuestra mente y corazón. Al analizar escudriñando las escrituras, encontramos el trabajo exhaustivo de nuestro Dios en llevarnos a través de la vida en multitud de pruebas y vicisitudes, para formar este don tan vital en nuestra salvación, sin el cual, quizás, no hayamos alcanzado esa perfección y la cabalidad a la que se refiere el apóstol Santiago al decir: “…tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas, sabiendo que la prueba de vuestra fe, produce PACIENCIA. Mas tenga la PACIENCIA su obra completa, para que seáis perfectos y cabales, sin que os falte cosa alguna” (Stg.1:2-4). ¿Qué pensamos…?

         Las diversas pruebas a las que es sometido el pueblo escogido de Dios, no es cosa nueva. La historia de Israel desde sus inicios, fue de prueba tras prueba y en esa continuidad, vemos cómo la iglesia primitiva y hasta el día de hoy, sigue siendo probada. Casi nunca somos capaces de determinar los motivos y razones de todo este paradigma de escenas y vivencias nebulosas, llegando en algunas oportunidades, a estar al borde de la desesperanza, a un paso del abismo, en donde parece que Dios se ha olvidado de mí, perdiendo aun la esperanza de salvación. Así se encontraba David, cuando escribe en el salmo cuarenta, sintiéndose en el pozo de la desesperación, en el lodo cenagoso. Este estado es casi indescriptible, pero real para él -quien lo sufría- quedándose sin fuerzas, sin poder resolver humanamente. ¡No hay salida! ¡No, ninguna salida! Entonces: “PACIENTEMENTE esperé a Jehová”.

En el versículo uno, se puede entender claramente la revelación de la intención de Dios al llevarnos al extremo de situaciones para que sepamos: Esperar, esperar y esperar en el soberano rey, ya que sus hijos nunca deberíamos mendigar las migajas del mundo en cuanto a sus salidas solapadas en la mal llamada ciencia. Sabiendo además, que el mundo entero está bajo el control del maligno y que Jehová es nuestro Dios fuerte y celoso. Él pagó precio de sangre por ti y por mí, él es nuestro dueño, entonces: ¿Hasta cuándo claudicaremos en creer realmente en Él? ¿O tú aceptarías que tu hijo legítimo mendigue al vecino enemigo, en lugar de venir a su padre por un pan, un pez o un par de zapatos?

Con todo esto pensemos, entonces, a manera de interpretar la intención real de la prueba que provoca paciencia y es que al final, la paciencia misma es la confirmación de la fe, la cual es la base de la salvación, porque por gracia somos salvos -por medio de la fe-. Y qué es fe, sino creer total y absolutamente en él y sus promesas, sabiendo además que la fe intelectual o filosófica no salva, ni salvará jamás. Vivimos en un mundo cada vez más agitado, convulsionado e impaciente, en donde todo debe de ser “para hoy” y más al extremo de decir: “lo quiero para ayer”. Los vehículos son más rápidos, el transporte es vertiginoso, la comunicación en un segundo al otro lado del mundo. Nadie quiere esperar, acelerando aun los procesos de producción, crecimiento y maduración, avanzándonos a la misma naturaleza; saliendo adelante aún a leyes establecidas por el mismo creador.

El hombre, con esta tendencia universal  ¿cómo y a qué hora podrá esperar en Dios? ¿En qué momento podrá confiar en alguien de quien no sabe ni quiere saber, al cual nunca ha visto él y el cual es ajeno a sus proyectos y valores? Sólo seremos los escogidos de él, los que también ha engendrado con su Espíritu, su pueblo, sus hijos, sus escogidos desde antes de la fundación del mundo, los que sólo a través de la diversidad de pruebas y no por méritos personales, somos formados en “paciencia y más paciencia”, porque la paciencia a su tiempo hará un efecto maravilloso como lo hizo en David, quien al “esperar pacientemente” entendió y escribió: “… se inclinó a mí, y oyó mi clamor. Y me hizo salir del pozo de la desesperación, del lodo cenagoso” (Sal.40:1-2). ¡Señor, qué duro es entender mi urgencia de paciencia siendo que mi carne sufre, pero… quiero entender, aviva mi fe y sálvame! ¡Sálvame Señor! Así sea. Amén y Amén.