La falta de un evangelio dinámico y comprometido, ha arrastrado a la iglesia cristiana del presente siglo, a un acomodamiento espiritual y religioso. El conformarse al presente siglo, como lo escribiera el apóstol Pablo, es justamente el producto de esa perniciosa y diabólica desidia. El apóstol exhorta a la iglesia en Roma, la capital del mundo de aquella época, plagada de cuanta diversión y placeres podía el hombre de aquel siglo imaginar.  No ponían límite a las orgías sexuales de las clases altas y bajas como también al consumo de drogas alucinógenas que ya habían descubierto.  Junto a todo este bacanal estaban las ofrendas a extraños ídolos y dioses paganos a quienes rendían culto, acompañado de estridente música hasta llevarlos a extremos sicológicos y emocionales, donde alcanzaban estados de éxtasis y placeres exóticos  y diabólicos.  Pablo advierte a la iglesia de Jesucristo diciéndole:

«No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta»  (Ro.12:2).  Se entiende por “desidia” como: “dejadez, descuido y negligencia” (Diccionario Larousse). Y es que esto es exactamente lo que está consumiendo a la  iglesia moderna. Hay una pereza enfermiza que impide que la iglesia defienda los valores espirituales que la caracterizan, de acuerdo a la palabra de Dios. La prédica de un evangelio complaciente y cómodo, le ha quitado aquella agresividad espiritual que tenía la iglesia primitiva.

Resulta mucho más fácil sólo oír la palabra que poner por obra la voluntad de  Dios, leamos: «Pero sed hacedores de la palabra, y no tan solamente oidores, engañándoos a vosotros mismos» (Stg.1:22). El que lea, entienda, dice el Señor. El que se limita a solamente oír es un pobre cristiano que se engaña a sí mismo, creyéndose merecedor de la vida eterna, cuando en la realidad está “perdiendo su alma”. Sin embargo, el que persevera «…en la perfecta ley, la de la libertad, y persevera en ella, no siendo oidor olvidadizo, sino hacedor de la obra, éste será bienaventurado en lo que hace» (v.25). No hermanos míos, no nos abandonemos descuidando la preciosísima oportunidad, que el Dios verdadero nos da a través de su hijo Jesucristo, que es alcanzar la tan preciada y anhelada vida eterna; porque de lo contrario lo lamentaremos con lágrimas.

Debemos cuidar con “temor y temblor esta salvación tan grande”.  Vamos mis amados hermanos, limpiémonos de todo espíritu de decaimiento que el diablo esté ministrando a través de a saber quién y cómo.  ¿Son tus debilidades lo que te deprime? Todo lo podemos en Cristo que nos fortalece.  ¿No te dan ganas de orar? ¡Aviva el fuego del Espíritu Santo en tu vida! Dijo el Señor Jesús: «…Pedid, y se os dará; buscad y hallaréis; llamad, y se os abrirá.  Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá» (Lc.11:9-10).

Elías era un hombre con debilidades semejantes a las nuestras pero oró fervientemente y Dios le respondió.  ¿El mundo te distrae con sus pasiones y deseos? Recuerda que el Señor dice en su palabra: «Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre» (1Jn.2:17). El apóstol Pablo, al respecto dice: «…porque la apariencia de este mundo se pasa» (1Co.7:31). Salomón dice: «Vanidad de vanidades (…) todo es vanidad» (Ec.12:8).  Mi amado hermano, que nada nos distraiga de la sincera fidelidad a Cristo, el diablo busca de mil formas que nos desviemos del camino y una de sus estrategias es distraernos del foco principal de nuestra atención, que es Cristo Jesús “el autor y consumador de la fe”. Pongamos, pues, mucha diligencia y atención a las cosas que no se ven, pues ellas son permanentes y eternas, no como las terrenales que son pasajeras y efímeras. ¿O son las necesidades materiales las que nos obligan a descuidar nuestra vida espiritual? Dijo un día el Señor Jesucristo: «Porque ¿qué aprovechará al hombre si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?» (Mr.8:36-37).

Todo ser humano se afana por alcanzar bienes intelectuales, culturales, materiales, etc. Cosas que le dan gloria, poder, fama, placeres, etc. Pero jamás le darán gozo, paz y esperanza eterna.  Muchos creyentes, entre comillas, han dejado a un lado su fe, con el afán de alcanzar estos bienes temporales, que lo único que hacen cuando alguien los alcanza es llenarlo de soberbia y alta estima; cosas que para nada le ayudan en la consecución de la vida eterna.  Mi querido amigo y hermano ¿Cuál ha sido el precio que estás pagando, o has pagado para alcanzar tus metas terrenales? Y honestamente ¿eres feliz?  Dice el Señor Jesús: «No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o qué beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas.  Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas» (Mt.6:31-33).

Cuidado con la desidia, ella nos puede condenar de manera lenta y silenciosa ¡Despierta pueblo santo y prepárate para tu encuentro con el Salvador y pastor de nuestras almas!  Ven, Señor Jesús, tu iglesia te espera.  Amén.