No podemos separar o ignorar el significado de la palabra iglesia, término que usó el Señor Jesucristo para identificar al pueblo que él iba a formar, mediante el mensaje que traía de parte de Dios. Leamos: “Y yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré «mi iglesia»; y las puertas del Hades (muerte) no prevalecerán contra ella” (Mt.16:18).

Cristo Jesús es el único fundador y constructor de su iglesia. Él es el arquitecto de este edificio espiritual, formado por todos los santos (piedras vivas, léase 1 Pedro 2:5). La palabra iglesia viene del griego “Ekklesia”, que significa: Ek: fuera de, y Kesis, un llamamiento. Esta palabra fue usada entre los griegos para denotar una asamblea formada por ciudadanos que trataban casos pertenecientes al estado o reino. La iglesia, por lo tanto, está constituida por Dios y los santos con fines específicos, que conciernen al reino de Dios. Esto nos hace entender que la característica específica de la iglesia es que «anuncie el evangelio del Reino de Dios» y debemos hacerlo conforme el Señor lo ha establecido en su palabra.

Ya en los días del apóstol Pablo se habían levantado falsificadores del evangelio, que le robaban el significado fundamental del mismo para confundir a las gentes. Leamos: “Pues no somos como muchos, que «medran falsificando» la palabra de Dios, sino que con sinceridad, como de parte de Dios, y delante de Dios, hablamos en Cristo” (2Co.2:17). Esto de “medran falsificando”, se refiere a predicadores marrulleros y fraudulentos que mediante su astucia y engaño, eran capaces de vender como original o genuino un producto de calidad inferior, que sólo llegaba a ser una burda imitación del original. Los falsos maestros abordaban con zalamería y verborragia, un mensaje degradado y adulterado, mezclando el paganismo y la tradición judía.

Eran hombres deshonestos que buscaban ganancia y prestigio a costa de la verdad del evangelio, sin importarles el efecto de perdición en las almas de los oyentes. Lamentablemente, esta historia se repite en nuestros días y en lugar de anunciar el verdadero evangelio del Señor Jesucristo -el cual transforma la vida del hombre, creando una nueva criatura para que dé frutos dignos de arrepentimiento y con el poder de Dios muestre al mundo la luz de Cristo a través de la vida de todo creyente-, se amontonan falsos maestros que con la habilidad para hablar, predican un evangelio que se acomode a los gustos de las masas, mezclando de manera astuta y diabólica las cosas que Dios condena en su palabra con las cosas que Dios valora. Creando de esta forma un evangelio rebajado y falso, el cual en nada se parece al de nuestro Salvador Jesús.

Esto encaja perfectamente con la profecía referente a la última dispensación de la iglesia llamada “Laodisea”, del griego Laos: pueblo o muchedumbre, y dice: regla o costumbre, lo que significaría “costumbre de las gentes” o “derechos de los hombres”. ¿Quién pensaría que aquel nombre encajaría de manera magistral con el contexto religioso que vivimos? Esto es una muestra más que estamos viviendo el cumplimiento de la profecía del Señor Jesucristo. Leamos: “Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas” (2Ti.4:3-4).

Y: “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca. Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo” (Ap.3:15-17). Mis amados hermanos, esta es la realidad en la cual vivimos, pero debemos entender que: “…nuestro evangelio no llegó a vosotros en palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre…” (1Ts. 1:5). Si sólo se predica en palabras no sería el evangelio del Señor Jesucristo; leamos: “Porque el reino de Dios no consiste en palabras, sino en poder” (1Co.4:20).

Si la iglesia no presenta el “poder” de Dios -que son los cambios evidenciados a través de la vida piadosa que muestran sus miembros-, lo que también equivale a decir frutos permanentes que testifican de Cristo en nosotros, entonces seremos cualquier otra cosa, menos la iglesia de Cristo Jesús. No nos engañemos: “Si alguno (…) no se conforma a las sanas palabras de nuestro Señor Jesucristo, y a la doctrina que es conforme a la piedad (aspecto práctico del evangelio), está envanecido, nada sabe, y delira acerca de cuestiones y contiendas de palabras, de las cuales nacen envidias, pleitos… apártate de los tales” (1Ti.6:3-5). Oiga bien eso: “apártate de los tales” y sigamos la verdad de Cristo, recordemos que su palabra dice: “Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que «anunciéis» las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable…” (1P.2:9). Virtud quiere decir poder, obras. Es la parte práctica del evangelio de Dios. Mi querido hermano ¿está usted mostrando virtud? ¡Qué Dios nos llene con su Santo Espíritu! Amén.